Historias de la Biblia hebrea
EL TEMPLO NUEVO EN EL MONTE MORIA

Historia 105 – Esdras 3:8-6:22; Hageo 1:1-2:23; Zacarías 4:6-10
Como leímos en nuestra historia anterior, después que los judíos regresaron a su tierra, construyeron un altar en el monte Moria. También construyeron casas, porque el invierno se acercaba. Al año siguiente, comenzaron la construcción del templo del Señor. El sacerdote Jesúa y el príncipe Zorobabel dirigieron el trabajo con los demás sacerdotes y los levitas. Luego dieron dinero a los albañiles y carpinteros. A los de Sidón y Tiro, en la costa del mar Mediterráneo, les pagaron para que por mar llevaran madera de cedro desde el Líbano hasta Jope. De Jope llevaban la madera a las montañas de Jerusalén para construir el templo.

Cuando los constructores echaron los cimientos del templo del Señor, los sacerdotes llegaron con sus vestimentas sagradas y los levitas con los platillos, alababan al Señor por su bondad y por traerlos de regreso a su tierra. Cantaba esta alabanza: “Dios es bueno; su gran amor por Israel perdura por siempre.” Y todo el pueblo alabó con grandes aclamaciones al Señor, porque se había echado los cimientos del templo. Muchos de los sacerdotes, levitas que eran ya ancianos y habían conocido el primer templo, comenzaron a llorar cuando vieron los cimientos del nuevo templo, mientras muchos otros gritaban de alegría. Y no se podía distinguir entre los gritos de alegría a las voces de llanto, pues la gente gritaba a voz en cuello, y el ruido se escuchaba desde muy lejos.

Los enemigos del pueblo de Judá les impidieron que siguieran con la construcción del templo. Los samaritanos vivían en medio de la tierra, cerca de las ciudades de Siquén y Samaria. Algunos de ellos eran de las diez tribus que existían antes, y otros eran de la gente que los asirios habían traído en la tierra hace mucho tiempo atrás. Esta gente adoraba a Dios, pero al mismo tiempo adoraban a otros dioses. Estas personas fueron al príncipe Zorobabel y le dijeron: “Permítannos participar en la reconstrucción, pues nosotros al igual que ustedes, hemos buscado a su Dios y le ofrecemos sacrificios”. Pero Zorobabel y los dirigentes les contestaron: “No podemos permitir que ustedes se unan a nosotros en la construcción del templo del Señor. Nosotros solos nos encargaremos de reedificar el templo de Dios de Israel, tal como lo ordenó Ciro, rey de Persia”.

Esto hizo que los hombres de Samaria se enojaran, y trataron de interrumpir la construcción que los judíos estaban haciendo. Los intimidaron y escribieron cartas al rey pidiéndole que pararan la construcción. Aunque Ciro era buen amigo de los judíos, su mente estaba en una batalla que estaba peleando en una tierra del este; así que no pudo ayudar a los judíos. Poco más tarde el rey Ciro murió y su hijo tomo posesión del trono, pero los judíos no le importaban a él; y años después, él murió también. Lo siguió al trono un noble que pertenecía a otra familia, el cual murió después de haber reinado tan sólo por un año. La Biblia se refiere a este rey como Artajerjes, pero a lo igual se le conocía como Esmerdis.

En su periodo de reinado, recibió una carta de los samaritanos, la cual decía: “Sepa Su Majestad que los judíos enviados por usted han llegado a Jerusalén y están reconstruyendo esa ciudad rebelde y mala. Si esa gente reconstruye la ciudad y termina la muralla, sus habitantes se rebelarán y no pagarán tributos, ni impuestos ni contribución alguna. Como nosotros estamos de su lado, no podemos permitir que se le deshonre. En el pasado, esta ciudad se ha rebelado y por esa razón, tuvo que ser destruida. Si esa ciudad es reconstruida y la muralla levantada, Su Majestad perderá del dominio de la región al oeste del Éufrates”.

Entonces el rey Artajerjes, o Esmerdis, le contestó al jefe de los samaritanos: “La carta que ustedes enviaron ha sido traducida y leída en mi presencia. Hemos investigado en los archivos y, en efecto, se encontró que anteriormente esa ciudad ha sido fuerte y poderosa, dirigida por reyes poderosos y gobernantes de toda la región a su alrededor.  Por eso, ordénenles a esos hombres que paren sus labores, que suspendan la reconstrucción de la ciudad de Jerusalén, hasta que yo les mande otra orden.” Los samaritanos y otros enemigos de los judíos estaban alegres de tener esta carta del rey de Persia. Luego, fueron a Jerusalén, les leyeron la carta, y obligaron a los judíos a detener la obra. De este modo el trabajo de reconstrucción del templo de Dios, quedó suspendido por varios años.

Pasado un tiempo, dos profetas surgieron en Judá: Hageo y Zacarías. Ellos llevaron la palabra del Señor para que continuaran con la construcción. Hageo les dijo: “¿Acaso es el momento apropiado para que ustedes residan en casas techadas mientras que la casa del Señor está en ruinas? Suban al monte y traigan madera y construyan. Me complacerán y yo los bendeciré. La gloria de esta casa será aún más grande que la gloria de otras casas en este lugar. Yo les daré paz, dice el Señor Todopoderoso”.

El otro profeta, Zacarías, dijo: “No será por fuerza ni poder, sino que por mi Espíritu, dice el Señor. La mano de Zorobabel ha echado los cimientos de esta casa, y su misma mano la terminarán. Pondrá la última piedra de la casa con gritos de júbilo.” Entonces Zorobabel y Jesúa y el resto de los judíos continuaron la reconstrucción. Tiempo después, un nuevo rey comenzó a reinar en Persia. Era un hombre sabio y un gran líder, su nombre era, Darío.

El rey Darío revisó los archivos de Persia, y encontró en escrito que el rey Ciro había ordenado la reconstrucción del templo. El rey envió una carta a los dirigentes de las provincias de Judá diciéndoles que no les impidieran la construcción, al contrario, que les ayudaran con lo que necesitaran; y de esa manera, los dirigentes judíos continuaron alegremente con la obra. Y después de veintiún años, terminaron la obra de reconstrucción y el templo estaba completo. Se terminó bajo el liderazgo del príncipe Zorobabel y el sacerdote Jesúa.

El segundo templo era una réplica del que Salomón había construido quinientos años atrás. Aunque el segundo era más grande que el primero, no era tan lujoso como el que Salomón había construido. En frente del templo había un patio abierto con una pared a su alrededor. En este patio la gente podía adorar. Junto al patio para la gente, estaba el patio para los sacerdotes, en este patio estaba el altar y el lavabo. Más adelante estaba la casa de Dios con el lugar santo y el lugar santísimo, los cuales se separaban por medio de un velo. Como antes, en el lugar santísimo estaba la mesa del pan, el candelabro dorado y el altar dorado para el incienso. Pero en el lugar santísimo no estaba el arca del pacto, la habían perdido y por eso nunca llegó a Jerusalén. En lugar del arca, tenían un bloque de mármol donde el sacerdote salpicaba la sangre cuando entraba al lugar santísimo en el día de la expiación, la cual hacían cada año.