Historias de la Biblia hebrea
LA REINA HERMOSA DE PERSIA

Historia 106 – Ester 1:1-10:3
Cuando el gran rey Darío murió, su hijo Asuero; tomó el trono de Persia. Asuero no era un hombre sabio como su padre Darío. Era muy precipitado, temperamental y también hizo muchas tonterías. En ese tiempo, el rey de Persia ya no vivía en Babilonia, sino que vivía en una ciudad llamada Susa que se encontraba entre las montañas de una región llamada Elam.

El rey ofreció un banquete para sus funcionarios y sus servidores; pero a causa del vino, el rey mandó traer a su reina Vasti ya que quería presumir su belleza ante los invitados. En la cultura de los persas, no era correcto para la mujer que se le viera la cara; solamente el esposo podía verla. Entonces la reina se negó ir a tal lugar lleno de hombres borrachos. Esto contrarió mucho al rey y se enfureció; así que por su desobediencia, le quitó el título de reina y la sacó de su presencia y de su palacio. Asuero decidió escoger a otra reina, y mandó que por todas sus tierras, encontraran jóvenes hermosas para que se las trajeran a la ciudad real de Susa. Una vez en Susa, el rey escogería la que le pareciera más hermosa para convertirla en su reina. Así que, jóvenes bellísimas de todas las regiones del imperio de Persia fueron llevadas a Susa. Hegay, el jefe del palacio, se encargaba de ellas.

En ese tiempo los judíos vivían en las ciudades de Persia; como vimos anteriormente, cuando el rey Ciro les permitió a los judíos regresar a su tierra, muy pocos de ellos regresaron a la tierra de Israel. En la ciudad de Susa vivía un judío de la tribu de Benjamín descendiente de Saúl, el primer rey de Israel, llamado Mardoqueo. Mardoqueo tenía una prima llamada Jadasá. Esta joven, conocida también como Ester, (Ester, significa estrella), a quien había criado como su propia hija, porque era huérfana de padre y madre. Ester era sumamente bella y tenía un corazón de oro. La joven fue llevada al palacio del rey junto con el resto de las jóvenes hermosas. Cuando el rey Asuero vio a Ester, la joven judía; se enamoró de ella más que de todas las demás mujeres, y la escogió como su reina. Le puso la corona real de Persia en su cabeza, y fue llevada al palacio real donde le dieron cuartos y sirvientes. Cuando el rey llamaba por ella, la llevaban a su cuarto. Nadie iba al cuarto del rey sin permiso de él, y si alguien trataba de ir sin permiso, los guardias atrapaban a la persona y podían ponerla a muerte. La única manera de evadir la muerte, era si el rey extendía su cetro hacia la persona. (El cetro era la vara que el rey cargaba).

Mardoqueo ya no podía ver a Ester en el palacio, ya que el rey era el único que podía entrar al cuarto de las mujeres. Pero desde su ventana, Ester podía ver pasar a Mardoqueo. Por medio de sus criados, se mandaban mensajes. Mardoqueo quería mucho a Ester ya que era como su hija, y cada día se sentaba a la entrada del palacio para recibir sus mensajes. Cierto día, cuando Mardoqueo se encontraba sentado por la puerta, vio a dos hombres. Eran los encargados de la puerta y siempre estaban cuchicheándose. Mardoqueo logró escuchar que esos hombres estaban tramando el asesinato del rey Asuero; y le hizo saber a la reina Ester de inmediato, y la reina le informó al rey. Cuando se investigó lo dicho y se descubrió que era cierto, los dos hombres fueron colgados. Todo esto que Mardoqueo, el judío, les contó y cómo los hombres fueron castigados, fue debidamente anotado en los registros reales, en presencia del rey.

Después de este acontecimiento, surgió con poder en el reino un hombre con el nombre de Amán. El rey lo ascendió a un puesto más alto que el de todos los demás funcionarios que estaban con él. Amán era el consejero del rey y hacía lo que le parecía mejor. Todos en el palacio le guardaban respeto porque siempre estaba junto al rey. Cuando Amán se acercaba, la gente se arrodillaba ante él, y unos hasta ponían la cara en la tierra. Mardoqueo adoraba al Señor Dios y no se arrodillaba ante ningún hombre. Amán notó que Mardoqueo no se arrodillaba ante él ni le hacía ningún homenaje; así que les preguntó a sus hombres: “¿Quién es este hombre que se sienta por la puerta y que no se arrodilla ante mí cuando paso?” Y le contestaron a Amán: “Es Mardoqueo, el judío”. Pero ellos no sabían que Mardoqueo era el primo de la reina Ester, ni que la reina de Persia era una judía. Cuando Amán se enteró que Mardoqueo era judío, se enfureció. No sólo quería vengarse de él, sino que de todos los judíos. Odiaba a los judíos y se propuso hacerles la vida imposible. Entonces Amán le dijo al rey Asuero: “Su Majestad, hay cierto pueblo disperso entre los pueblos de todas las provincias del reino, cuyas leyes y costumbres son diferentes a las de todos los demás. No obedecen las leyes del reino, y a Su Majestad no le convine tolerarlos. Si le parece bien, emita un decreto para aniquilarlos, y yo depositaré en manos del tesoro real el dinero necesario para hacer esto”.

El rey vivía solamente en su palacio, ni salía a las calles, ni sabía mucho de los judíos, así que creyó todo lo que Amán le dijo. Entonces el rey se quitó el anillo que llevaba su sello y se lo dio a Amán diciéndole: “Quédate con el dinero, y haz con ese pueblo lo que mejor te parezca”. Y así, Amán ordenó una ley escrita con el sello real que decía que, en el día trece del mes doce se exterminarían todos los judíos en todas partes de Persia. Cualquier persona que quisiera matarlos, podría hacerlo y saquear todas sus posesiones: dinero, oro, plata, y lo que encontraran en sus casas. En cada provincia del imperio Persia se debería emitir como ley una copia del edicto, el cual se comunicaría a todos los pueblos, a fin de que estuvieran preparados para ese día. Todos sabrían que los judíos deberían ser destruidos. Los que oyeron el decreto, se llenaron de asombro ya que sabían que el rey no tenía nada contra los judíos y que los judíos no tenían nada contra del rey para que merecieran la muerte. No entendían el porqué de la ley; mientras tanto, los enemigos de los judíos se preparaban para tomar sus posesiones.

Cuando Mardoqueo se enteró de la terrible ley, se rasgó las vestiduras, se vistió de luto, se cubrió de ceniza y salió por la ciudad frente al palacio dando gritos de amargura. La reina Ester lo vio y cuando escuchó su voz, mandó a Hatac, uno de sus criados para que averiguara qué preocupaba a  Mardoqueo. Hatac salió a ver a Mardoqueo y le contó de la ley que habían pasado de matar a los judíos, también le dio una copia de la ley para que Ester la viera. Le dijo a Hatac que le pidiera a Ester su intervención ante el rey por el pueblo judío. Cuando Ester oyó las palabras de Hatac, ella dijo: “Es la ley del palacio que si alguien intenta ir a ver al rey sin ser llamado, se le pondrá a muerte, a menos que el rey extienda su cetro de oro y le perdone la vida. El rey no me ha llamado a su presencia en más de treinta días”. Cuando Mardoqueo se enteró de lo que había dicho Ester, mandó a decirle: “No te imagines que por estar en la casa del rey serás la única que escape con vida de entre todos los judíos. Si ahora te quedas absolutamente callada, de otra parte vendrán el alivio y la liberación para los judíos, pero tú y la familia de tu padre perecerán. ¡Quién sabe si no has llegado al trono precisamente para un momento como éste!”

Ester le envió a Mardoqueo esta respuesta: “Ve y reúne a todos los judíos que están en Susa, para que ayunen por mí. Durante tres días no coman ni beban. Yo,  por mi parte, ayunaré con mis doncellas al igual que ustedes. Cuando cumpla con esto, me presentaré ante el rey, por más que vaya en contra de la ley. ¡Y si perezco, que perezca!” Al momento que Mardoqueo escuchó el mensaje, se animó mucho, porque sabía que Dios salvaría a su gente por medio de Ester. Y por tres días, los judíos en la ciudad de Susa oraron así como Ester lo hizo en su palacio con sus doncellas. Al tercer día, Ester se puso sus vestiduras reales, salió de su cuarto, y fue a pararse en el patio interior del palacio, frente a la sala del rey. El rey estaba sentado en su trono y cuando vio la belleza de la reina, su corazón se volvió por ella y le extendió el cetro de oro que tenía en la mano. Entonces Ester se acercó y tocó la punta del cetro. El rey le preguntó: “¿Cuál es tu petición? ¡Aun  cuando fuera la mitad del reino, te lo concedería!”

Sin embargo, Ester no le dijo todo lo que estaba en su corazón, ya que era muy lista; en vez, le dijo: “Si le parece bien a Su Majestad, venga hoy al banquete que ofrezco en su honor, y traiga también a Amán”. Entonces, el rey ordenó: “Vayan de inmediato por Amán, para que podamos cumplir con el deseo de Ester”. Así que el rey y Amán fueron al banquete que ofrecía Ester. Tenía el rostro cubierto con un velo porque ni Amán podía verla. Y cuando estaban sentados, el rey preguntó: “Dime qué deseas, y te lo concederé. ¿Cuál es tu petición? ¡Aun cuando fuera la mitad del reino, te lo concedería!” Ester le contestó: “Mi deseo es que venga mañana con Amán al banquete que les voy a ofrecer, y entonces le daré la respuesta”. Amán salió aquel día del palacio muy contento y de buen humor; pero cuando vio a Mardoqueo en la puerta del rey y notó que no se levantaba ante su presencia, se llenó de ira contra él. Cuando llegó a su casa llamó Amán a sus amigos y a Zeres, su esposa, y les presumió de que el rey y la reina lo habían honorado. Y les dijo: “Pero todo esto no significa nada para mí, mientras vea a ese Mardoqueo sentado a la puerta del rey”. Su esposa le dijo: “No dejes que una cosa tan insignificante te moleste. Mañana antes que vayas al banquete, haz que se coloque una estaca y pídele al rey que cuelgue en ella a Mardoqueo. El rey hará lo que le pidas; así podrás ir contento al banquete con el rey y la reina”. La sugerencia le agradó a Amán, y mandó que se colocara la estaca para que al siguiente día colgaran a Mardoqueo.

Sucedió que el rey no podía dormir esa noche, así que mandó que le trajeran las crónicas reales para que al leerlas pudiera dormirse. Allí en los libros decía que Mardoqueo había delatado a los dos hombres que querían asesinarlo. Y el rey preguntó: “¿Qué hemos hecho por Mardoqueo por haber salvado mi vida?” Sus ayudantes le contestaron: “No se ha hecho nada por Mardoqueo”. El rey les preguntó si había alguien en el patio, y sus ayudantes le dijeron que Amán estaba en el patio. Amán acababa de entrar en el patio exterior del palacio para pedirle al rey que colgara a Mardoqueo en la estaca que había mandado levantar. Así que cuando Amán entró, el rey le preguntó: “¿Cómo se debe tratar al hombre a quien el rey desea honrar?” Entonces Amán dijo para sí: “¿A quién va a querer honrar sino a mí?” Así que contestó: “Para el hombre a quien el rey desea honrar, que se mande traer una vestidura real que el rey haya usado, y un caballo en el que haya montado y que lleve en la cabeza un adorno real; y que lo pase por las calles de la ciudad proclamando a su paso: – ¡Así se trata al hombre a quien el rey desea honrar! El rey le dijo a Amán: “Ve de inmediato y haz eso mismo con Mardoqueo, el judío que está sentado a la puerta del rey. No descuides ningún detalle de todo lo que has recomendado”. A Amán le cayó la orden del rey como cubeta de agua fría, pero no le dijo al rey cómo se sentía. Hizo todo tal como el rey le mandó. Tomó la vestidura y el caballo, vistió a Mardoqueo y lo llevó a caballo por las calles de la ciudad, proclamando a su paso: “¡Así se trata al hombre a quien el rey desea honrar!” Después de esto, Amán triste y tapándose la cara se sentó en el banquete de la reina. Amán estaba muy callado y ni mencionó que quería colgar a Mardoqueo en la estaca que había hecho el día anterior.

Mientras tanto, el rey Asuero sabía que la reina quería pedirle algo, y cuando estaban a la mesa, le preguntó: “¿Dime qué deseas, reina Ester, y te lo concederé? ¿Cuál es tu petición? ¡Aun cuando fuera la mitad del reino, te lo concedería!” Ester vio que era el momento correcto, y le respondió: “Si me he ganado el favor de Su Majestad, y si le parece bien, mi deseo es que me conceda la vida. Mi petición es que se compadezca de mi pueblo. Porque a mí y a mi pueblo se nos ha vendido para exterminio, muerte y aniquilación. Si sólo se nos hubiera vendido como esclavos, yo me habría quedado callada, pues tal angustia no sería motivo suficiente para inquietar a Su Majestad”. El rey dijo: “¿Y quién es ése que se ha atrevido a concebir semejante barbaridad? ¿Dónde está?” Y Ester le contestó: “¡El enemigo es este miserable de Amán!” El rey se levantó enfurecido, dejó de beber y salió al jardín del palacio. Pero Amán, dándose cuenta de que ya se había decidido su fin, se quedó para implorarle a la reina Ester que le perdonara la vida. Cuando el rey volvió del jardín, vio a Amán con enojo y le cubrieron el rostro, significando que iba a morir. Uno de los ayudantes dijo: “Hay una estaca a veinticinco metros de altura; Amán mandó colocarla para colgar a  Mardoqueo”. El rey ordenó: “¡Cuélguenlo en ella!”

De modo que colgaron a Amán en la estaca que él había mandado levantar para Mardoqueo. Ese mismo día el rey le dio a Mardoqueo el puesto que Amán tenía, y le dio su anillo también. Y de acuerdo con las crueles costumbres de esos tiempos, se mandó a matar a toda la familia de Amán por la canallada que él había hecho. La ley para matar a los judíos el día trece del mes doce, aún estaba en toda la tierra, porque una ley de Persia no podía cambiarse. Sin embargo, pasaron una ley que decía que los judíos podían defenderse si alguien los atacaba. Cuando el día marcado llegó, nadie se atrevió a hacerles daño porque sabían que estaban bajo la protección del rey y que Mardoqueo, el judío, estaba junto al rey. Obviamente, cualquiera que quisiera matar a un judío en ese día, sería destrozado. Así que en vez de tener dolor y tristeza en el día trece del mes doce, los judíos estallaban en gritos de alegría y regocijo. Con banquetes y festejos dieron gracias a Dios por haberlos salvado de sus enemigos. De ahí en adelante, celebraron este festejo cada año, y le llamaron la Fiesta del Purim. En esa fiesta, los judíos leían la historia de la hermosa reina Ester.