Historias de la Biblia hebrea
CÓMO JACOBO ROBÓ LA BENDICIÓN DE SU HERMANO

Historia 12 – Génesis 25:27-27:46
Isaac se quedó a vivir en Canaán después de la muerte de su padre Abraham. Como su padre, Isaac vivía en una carpa rodeado de familia con sus rebaños y ganado, tenía suficiente pasto y agua para sus animales. Isaac y su esposa Rebeca tuvieron dos hijos, el mayor se llamó Esaú y el menor Jacob. Esaú se convirtió en un hábil cazador, era un hombre de campo, y muy velloso; hasta de niño le había gustado mucho cazar con su flecha y su arco. Jacob tenía un temperamento tranquilo y prefería quedarse en casa a cuidar los rebaños de su padre. Isaac amaba a Esaú más que a Jacob, pero Rebeca amaba más a Jacob.

Era la costumbre de esas tierras que cuando un padre moría, el hijo mayor recibía lo doble de la herencia que le tocaba al hermano menor. A esto se le llamaba “derecho del hijo mayor”, ya que era el derecho del hijo mayor por haber nacido primero. Así que Esaú tenía derecho a lo doble de las posesiones de su padre. A parte de esto, había otra costumbre, era el privilegio de obtener una bendición especial de Dios a la familia de Isaac. Al paso que Esaú fue creciendo, no le importó mucho su derecho del hijo mayor, ni la bendición que Dios había prometido. Pero Jacob siendo un hombre listo, quería el derecho del hijo mayor que su padre le daría a Esaú. Cierto día, mientras Jacob preparaba un guiso, Esaú regresó del desierto, agotado y hambriento. Esaú le dijo a Jacob: “¡Me muero de hambre! ¡Dame un poco de eso guiso!” – Muy bien –respondió Jacob–. Pero dame tus derechos del hijo mayor. Esaú le dijo: “Mira, ¡me estoy muriendo de hambre! ¿De qué me sirven ahora los derechos del hijo mayor? Te los puedes quedar”. Entonces Esaú hizo un juramento, mediante el cual vendía todos sus derechos del hijo mayor a su hermano, a cambio de un guiso. No fue correcto que Jacob hubiera sido tan ambicioso, pero tampoco estuvo bien que Esaú tomara a la ligera algo tan importante como lo era el derecho del hijo mayor y la bendición especial de Dios.

Cuando Esaú tenía cuarenta años se casó con dos esposas. Aunque eso suena descabellado hoy, esa era la costumbre en esos tiempos, era común que hombres buenos y decentes tuvieran más de una esposa. A Isaac y Rebeca no les parecía que su hijo Esaú se casara con esas mujeres; sin embargo, Isaac amaba más al activo Esaú que al callado de Jacob.

Isaac ya era viejo y débil, se estaba quedando ciego. Cierto día llamó a Esaú y le dijo: “Hijo mío, yo ya soy un hombre viejo, y no sé cuándo moriré. Toma tu arco y tus flechas, y sal al campo abierto a cazar un animal para mí. Prepara mi comida preferida y tráemela. Entonces te daré la bendición que te pertenece a ti, mi primer hijo, antes que muera yo”. Esaú le hubiera dicho a su padre que la bendición ya no le pertenecía a él, sino que a su hermano Jacob, pero no le dijo. Y así su fue al campo abierto para encontrarle la comida favorita de su padre. Rebeca oyó lo que Isaac le había dicho a su hijo Esaú. Sabía que era mejor que Jacob tuviera la bendición en vez que Esaú, porque Jacob era su favorito. Entonces Rebeca le dijo a Jacob lo que su padre le había pedido a Esaú y le dijo: “Vete a los rebaños y tráeme dos de los mejores cabritos. Con ellos prepararé el plato favorito de tu padre como lo hace Esaú. Después lleva la comida a tu padre para que se la coma, y antes de morir te de la bendición que realmente te pertenece”. Jacob le dijo: “Pero mira, mi hermano Esaú es muy velludo; en cambio, mi piel es suave. ¿Y si mi padre me toca? Entonces se dará cuenta de que intento engañarlo, y en lugar de bendecirme, me maldecirá”. Pero su madre le respondió: “¡Entonces que la maldición caiga sobre mí, hijo mío! Tú simplemente haz lo que te digo. ¡Sal y tráeme los cabritos!” Así que Jacob salió y consiguió los cabritos. Rebeca preparó un plato delicioso, tal como le gustaba a Isaac. Después tomó las ropas favoritas de Esaú, que estaban allí en casa, y se las dio a Jacob. Con la piel de los cabritos, ella le cubrió los brazos y la parte del cuello para que se sintieran vellosos.

Entonces Jacob llevó la comida a su padre, y fingiendo la voz de su hermano, le dijo: “Aquí estoy padre”. Isaac dijo: “¿Quién eres hijo?” Jacob contestó: “Soy Esaú, tu hijo mayor. Hice tal y como me pediste; aquí está lo que cacé. Ahora levántate y come, para que puedas darme tu bendición que me prometiste”. Isaac le dijo: “¿Cómo es que encontraste la presa tan pronto, hijo mío?” “¡El Señor tu Dios me ayudó!” Jacob le contestó. Isaac no estaba seguro si ese era su hijo Esaú, así que le dijo: “Acércate, hijo mío, para que pueda tocarte y saber si de veras eres o no mi hijo Esaú”. Jacob se acercó a su padre, quien al tocarlo dijo: –La voz es la de Jacob, pero las manos son las de Esaú. ¿Tú eres de verdad Esaú? – Jacob nuevamente le mintió a su padre y le dijo que sí. Entonces su padre se comió lo que Jacob le había traído, luego lo besó pensando que era Esaú, y le dio la bendición: “Que Dios te conceda el rocío del cielo; que de la riqueza de la tierra te dé trigo y vino en abundancia. Que te sirvan los pueblos; que ante ti se inclinen las naciones. Que seas señor de tus hermanos; que ante ti se inclinen los hijos de tu madre. Maldito sea el que te maldiga, y bendito el que te bendiga”.

En cuanto Isaac terminó de bendecir a Jacob y éste de salir de la presencia de su padre, Esaú volvió de cazar. También él preparó un guiso y se lo llevó a su padre y le dijo: “Levántate, padre mío, y come de lo que ha cazado tu hijo. Luego podrás darme tu bendición”. Pero Isaac lo interrumpió: “¿Quién eres tú?” –Soy Esaú, tu hijo mayor – respondió. Isaac comenzó a temblar y, muy sobresaltado dijo: “¿Quién fue el que me trajo lo que había cazado? Poco antes de que llegaras, yo me lo comí todo. Le di mi bendición, y bendecido quedará”. Al escuchar Esaú las palabras de su padre, lanzó un grito aterrador y, lleno de amargura, le dijo: “¡Padre mío, mi hermano me ha quitado mi bendición así como lo hizo con mi derecho del hijo mayor! ¡Padre mío, te ruego que también a mí me bendigas! ¿O qué, le has dado todo a mi hermano?” Pero Isaac le respondió: – Le dije a tu hermano que él gobernará, y que todos sus hermanos y sus descendientes le servirán. Le he prometido que las riquezas de la tierra le den cultivos con las lluvias del cielo. Todas estas cosas ya se han dicho, y así tendrán que pasar. ¿Qué hay para ti hijo mío que yo te pueda prometer? – Pero Esaú le siguió rogando por otra bendición hasta que Isaac le dijo: “Vivirás lejos de las riquezas de la tierra, lejos del rocío que cae del cielo. Vivirás de la espada, y servirás a tu hermano. Pero cuando lo decidas, te librarás de su opresión”.