Historias de la Biblia hebrea
UN HERMANO PERDIDO, ENCONTRADO

Historia 18 – Génesis 43:1-45:24
El alimento que los hijos de Jacob habían traído de Egipto no les duró mucho ya que eran una familia muy grande. Cada uno de sus hijos estaba casado y con niños. En total eran sesenta y seis, más aparte los sirvientes y trabajadores de Jacob que cuidaban sus rebaños. Así que la carpa de Jacob no era la única, había más de ellas a su alrededor con mucha gente.

Cuando el grano que habían traído de Egipto estaba por acabarse, Jacob dijo a sus hijos: “Vuelvan y compren un poco más de alimento para nosotros”. Judá, el hijo de Jacob que les había dado la idea a los hermanos de vender a José a los ismaelitas, respondió: “No tiene caso de ir a Egipto sino llevamos a Benjamín con nosotros. El hombre hablaba en serio cuando nos advirtió: –No volverán a ver mi rostro a menos que su hermano venga con ustedes –. Jacob les preguntó: “¿Por qué le dijeron que tenían otro hermano? ¿Por qué fueron ustedes tan crueles conmigo?” – El hombre no dejaba de hacernos preguntas sobre nuestra familia – respondieron ellos –. Nos preguntó: “¿Su padre todavía vive? ¿Tienen ustedes otro hermano?”. Y nosotros contestamos sus preguntas. ¿Cómo íbamos a saber que nos diría; “Traigan aquí a su hermano”? Judá le dijo a su padre: –Envía a Benjamín conmigo, yo me haré cargo de él. Te prometo que lo regresaré salvo a casa. Puedes hacerme responsable a mí si no te lo traigo de regreso, entonces cargaré con la culpa para siempre. De no ser así, todos moriremos de hambre, y no solamente nosotros, sino tú y nuestros hijos. Si no hubiéramos perdido todo este tiempo, ya habríamos ido y vuelto dos veces.

Entonces su padre finalmente les dijo: “Si no queda otro remedio, entonces al menos hagan esto: carguen sus costales con los mejores productos de esta tierra, bálsamo, miel, resinas aromáticas, y almendras; llévenselo al hombre como regalo. Tomen también el doble del dinero que les devolvieron, ya que probablemente alguien se equivocó. Después tomen a su hermano y regresen a ver al hombre. Que el Dios Todopoderoso les muestre misericordia cuando estén delante del hombre para que ponga a Simeón en libertad y permita que Benjamín regrese. Pero si tengo que perder a mis hijos, que así sea”. Así que los diez hermanos de José bajaron a Egipto por segunda vez llevando a Benjamín en vez de Simeón. Llegaron a Egipto y se presentaron ante José en la oficina donde vendían el grano y se postraron ante él como lo habían hecho antes. Cuando José vio a Benjamín con ellos, le dijo al administrador de su casa: “Esos hombres comerán conmigo hoy al mediodía”. Los hermanos estaban aterrados al ver que los llevaban a la casa de José, y decían: “Es por el dinero que alguien puso en nuestros costales la última vez que estuvimos aquí. Él piensa hacer como que nosotros lo robamos, luego nos venderá como esclavos”.

El administrador de José los trató bien y cuando los hermanos le querían regresar del dinero de sus costales, no quería recibirlo y les dijo: “Tranquilos, no tengan miedo. El Dios de ustedes, el Dios de su padre, debe de haber puesto ese tesoro en sus costales. Me consta que recibí el pago que hicieron”. Luego el administrador acompañó a los hombres hasta el palacio de José y les dio agua para que se lavaran los pies de acuerdo a la costumbre de esa tierra. Al mediodía, José llegó al palacio para reunirse con sus hermanos. Ellos prepararon los regalos de su padre para la llegada de José. Le entregaron los regalos que le habían traído y luego se postraron hasta el suelo delante de él. Después de saludarlos, él les preguntó: “¿Cómo está su padre el anciano del que me hablaron, todavía vive?” Y le contestaron: “Sí. Nuestro padre sigue con vida y está bien”. Y volvieron a postrase. Entonces José miró a su hermano Benjamín, hijo de su madre Raquel, y les preguntó: “¿Es este su hermano menor del que me hablaron? Que Dios te bendiga, hijo mío”. Y el corazón de José se llenó de lágrimas, que no pudo aguantar y tuvo que apresurarse a salir de la habitación porque la emoción de ver a su hermano lo había vencido. Después de lavarse la cara salió más controlado, y ordenó que trajeran la comida. Los camareros sirvieron a José en su propia mesa, y los once hombres de Canaán fueron servidos aparte, (Simeón ya estaba con ellos). Los egipcios que comían con José se sentaron en su propia mesa también. José indicó a cada uno de sus hermanos dónde sentarse y, para sorpresa de ellos, los sentó según sus edades, desde el mayor hasta el menor. También llenó sus platos con comida de su propia mesa, y le dio a Benjamín cinco veces más que a los demás. Quizá José quería ver si a los demás les daba envidia como lo habían hecho antes con él.

Cuando los hermanos estuvieron listos para marcharse, José dio las siguientes ordenes: “Llena sus costales con todo el grano que puedan llevar y pon el dinero de cada uno nuevamente en sus costales. Luego pon mi copa personal de plata en la abertura del costal del menor de los hermanos, junto con el dinero de su grano”. Y el administrador hizo tal como José le indicó. Los hermanos se levantaron al amanecer y emprendieron el viaje con sus burros cargados. Después de pasar poco tiempo, José le dijo al administrador del palacio: “Sal tras ellos y detenlos; y cuando los alcances, pregúntales: – ¿Por qué han pagado mi bondad con semejante malicia? ¿Por qué han robado la copa de plata de mi amo de la que él bebe?” Cuando el administrador del palacio alcanzó con los hombres, les habló tal como José le había indicado. Los hombres respondieron: “¿De qué habla usted? Nosotros nunca haríamos semejante cosa ¿Acaso no devolvimos el dinero que encontramos en nuestros costales? Lo trajimos de vuelta dese la tierra de Canaán. ¿Por qué robaríamos oro o plata de la casa de su amo? Si usted encuentra la copa en poder de uno de nosotros, que muera el hombre que la tenga. Y el resto de nosotros, seremos sus esclavos”. Ellos bajaron rápidamente sus costales de los burros y los abrieron. En cada costal estaba el dinero por segunda vez, pero cuando abrió el costal de Benjamín, encontró la copa de plata allí. Luego con mucho dolor, cargaron sus burros nuevamente y regresaron al palacio de José.

José les dijo: “¿Que han hecho ustedes? ¿No saben que un hombre como yo puede predecir el futuro?” –Oh, mi señor –contestó Judá–, ¿qué podemos responderle? ¿Cómo podemos explicar esto? Dios nos está castigando por nuestros pecados. Mi señor, todos hemos regresado para ser sus esclavos, todos nosotros, y no solo nuestro hermano que tenía la copa en su costal. –No –dijo José–. Solo el hombre que robó la copa será mi esclavo. Los demás pueden volver en paz a la casa de su padre. (José quería ver si todavía eran egoístas y por medio de librarse, dejarían sufrir a Benjamín). Entonces Judá, (el que les había dado la idea a los hermanos de vender a José como esclavo), dio un paso adelante, se cayó a los pies de José y le imploró que dejara libre a Benjamín. Nuevamente le dijo la historia de cómo su padre amaba mucho a Benjamín: “Yo le prometí a mi padre que me haría responsable por el muchacho. Le dije que, si no lo llevaba de regreso, yo cargaría con la culpa para siempre. Si el muchacho no regresa, el pobre hombre morirá entristecido y canoso, él ya ha pasado por mucho. Permita que yo me quede aquí como esclavo en lugar del muchacho, y deje que él regrese con sus hermanos”.

José ya se había dado cuenta que sus hermanos realmente habían cambiado, no eran crueles y egoístas como lo eran antes. Ahora, estaban dispuestos a sufrir para salvar a su hermano menor. Ya no pudo contenerse más, no podía más con su secreto, quería reconciliarse con sus hermanos y llorar más, pero esta vez con lágrimas de felicidad y amor. Les dijo a sus asistentes egipcios que lo dejaran solo con ellos. José les dijo: “Por favor, acérquense, tengo algo que decirles”. Y se acercaron preguntándose de qué se trataba. Entonces José les dijo: “¡Soy José! ¿Vive mi padre todavía?” Los hermanos se quedaron pasmados al oír al príncipe de Egipto hablar su propio idioma, y este mismo hombre duro que tenía sus vidas en sus manos, era el hermano al que le habían hecho tanto daño. Después José les dijo nuevamente: “Soy José, su hermano, a quien ustedes vendieron como esclavo en Egipto. Pero no se inquieten ni se enojen con ustedes mismos por haberme vendido. Fue Dios quien me envió a este lugar antes que ustedes, a fin de salvarles la vida. El hambre que ha azotado la tierra estos dos últimos años durará cinco años más, y no habrá ni siembra ni siega. Dios me hizo llegar antes que ustedes para salvarles la vida. Dios quien me envió a este lugar, y no ustedes, fue el que me hizo consejero del faraón, administrador de todo su palacio y gobernador de todo Egipto. Ahora apresúrense. Regresen a casa y tráiganme a mi padre y a todo su familia, esa es la única manera de salvar sus vidas”.

Llorando de alegría, José abrazó a Benjamín, y Benjamín hizo lo mismo. Luego besó a cada uno de sus hermanos y lloró sobre ellos, y después comenzaron a hablar libremente con él. José los envió en camino a casa con buenas noticias, regalos y alimento abundante. También mandó carros para transportar a Jacob, sus hijos, esposas, y niños para hacer el viaje desde Canaán hasta Egipto. Los hermanos de José regresaron más contentos de lo que habían estado en muchos años.

Es un hecho excepcional que José fue tan fiel a Dios, y es evidente que se apegó a la enseñanza de su padre; aunque fue separado de su padre, separado de todo lo familiar, de los que lo querían, de los que se interesaban cómo se comportaría y cómo viviría su vida. Esto es aún más impactante cuando se pone uno a pensar que se lo raptaron de su hogar siendo tan sólo un adolescente. Él podría haber hecho lo incorrecto y su familia nunca se habría dado cuenta. Pero, aún siendo adolescente, y estando lejos de su familia en una tierra extraña, siempre quiso hacer lo correcto siendo fiel a sí mismo y a Dios.