Historias de la Biblia hebrea
EL BEBÉ HERMOSO QUE FUE ENCONTRADO EN EL RÍO

Historia 20 – Éxodo 1:1-2:22
Los hijos de Israel se quedaron en la tierra de Egipto mucho más tiempo de lo que esperaban. En Éxodo 12:40 vemos que se quedaron en la tierra por cuatrocientos treinta años. El haberse ido a Egipto comprobó haber sido una bendición ya que los salvó del hambre que había en esos tiempos. El lugar donde estaban viviendo era Gosén, y durante todos esos años crecieron mucho en número convirtiéndose en un pueblo muy grande. Cada uno de los hijos de Jacob tenía una tribu, pero José tenía dos las cuales eran de sus dos hijos, Efraín y Manasés.

Los hijos de Israel estaban a gusto y sin problema alguno en Egipto en el tiempo que José estaba vivo, y aún después de que él hubo muerto. Los trataban muy bien en memoria de José ya que estaban muy agradecidos porque él había salvado a Egipto durante esos terribles años de hambre. Sin embargo, después de mucho tiempo, vino un rey en Egipto que no sabía nada de José y lo que había hecho, ni quién era la gente de José. Este nuevo rey vio que los israelitas o mejor conocidos por “hijos de Israel”, habían crecido en gran número, y temía que como habían llegado a ser más poderosos, algún día podrían atacarlos. El nuevo rey le dijo a su gente: “Hay que gobernar a estos israelitas más estrictamente. Ya son muy poderosos”. El rey les puso reglas muy pesadas; los hacia trabajar muy duro para los egipcios, les daban trabajos muy forzados, eran obligados a que les dieran porciones grandes de lo que cosechaban, y eran sometidos a fabricar ladrillos.

El rey y su pueblo tenían miedo porque veían que los números se multiplicaban aún más, que de inmediato dio orden que mataran a los bebés recién nacidos que eran varones, y que dejaran vivas a las niñas recién nacidas. Y hasta con esa orden tan cruel, los israelitas crecían más, y más. Entre toda esta maldad que estaba ocurriendo, cuando estaban matando a todo niño, un bebé varoncito nació. Era un bebé excepcional y su madre lo escondió, pero al ver que no podía esconderlo por más tiempo, se le ocurrió un plan para salvar la vida de su niño, ella tenía fe en Dios y sabía que él la ayudaría a salvar a su hermoso bebé. Tomó una canasta de juncos de papiro y la recubrió con brea y resina para hacerla resistente al agua; a este tipo de bote con una cubierta encima se le llama “arca”. Después puso al niño en la canasta y la acomodó a la orilla del río Nilo. ¡Qué angustia para la madre y la hermana de ver cómo el arca se iba alejando de ellas por el río!

La princesa, hija del faraón bajo a bañarse en el río, y sus sirvientas se paseaban por la orilla. Cuando la princesa vio la canasta, mandó a una de sus criadas que se la trajera. Al abrir la canasta la princesa vio al hermoso bebé que estaba llorando. La princesa sintió lástima por él y se encariñó con él. Inmediatamente, les dijo: “Seguramente es un niño hebreo”. (Tú ya has oído que a los hijos de Israel, también se les conoce como hebreos). La hija de faraón pensó que era muy cruel el dejar morir en el río a dicho bebé tan precioso. En ese momento, como de casualidad, la hermana del bebé se acercó a la princesa y viendo al bebé, le preguntó: “¿Quiere que vaya a buscar a una mujer hebrea para que le amamante y le cuide al bebé?” La princesa le respondió: “¡Sí, consigue a una!” Entonces la muchacha, (Miriam, hermana del bebé), fue y llamó a la propia madre del bebé. Se fue tan rápido como pudo para ir a traer a su madre. Con esto, Miriam demostró que era una muchacha muy inteligente y lista. La princesa le dijo a la madre del niño: “Toma a este niño. Te pagaré por tu ayuda”. ¡Qué dicha de la madre hebrea de cuidar de su propio hijito en su propia casa! Nadie podía hacerle daño al pequeño, porque la princesa misma hija del faraón, lo estaba protegiendo.

Años más tarde, cuando el niño creció, la mamá se lo devolvió a la hija del faraón, quien lo adoptó como su propio hijo y lo llamó Moisés, pues significa: “lo saqué del agua”. Así que Moisés, el niño hebreo, vivió en el palacio entre la nobleza de la tierra como el hijo de la princesa. Allí, él aprendió mucho más de lo que hubiese aprendido entre su propia gente, ya que los egipcios tenían maestros muy sabios. En medio del dominio de un rey tan cruel, a Moisés se le dio todo el conocimiento que Egipto ofrecía. Para nuestra sorpresa, un día este joven hebreo se convertirá en el libertador de su propia gente. Eso ya lo veremos más adelante.

Cuando Moisés ya era un hombre adulto, dejó todas esas riquezas y la vida tranquila que hubiera podido disfrutar con los egipcios. Se marchó a un país en Arabia llamado, Madián. Moisés llegó a Madián muy cansado y se sentó junto a un pozo. Había unas muchachas que estaban sacando agua del pozo para sus rebaños. Pero llegaron unos pastores y las echaron de allí. Entonces Moisés se levantó de un salto y las rescató de los pastores; luego sacó agua para los rebaños de las muchachas. Todas ellas eran hermanas, hijas de un hombre llamado Reuel, sacerdote de la tierra de Madián. Reuel le ofreció a Moisés que se quedara con ellos a cuidar de los rebaños, Moisés aceptó la invitación y se estableció allí. Con el tiempo, Reuel le entregó a su hija como esposa. Así que, del palacio del rey de Egipto, Moisés se convirtió en pastor en el desierto de Madián.