Historias de la Biblia hebrea
EL RÍO QUE LE CORRÍA SANGRE

Historia 22 – Éxodo 4:28-10:29
Moisés y Aarón le dieron al pueblo de Israel el mensaje que Dios había mandado, y después fueron a hablar con el faraón, el rey de Egipto. ¿Recuerdas que a los reyes de Egipto se les llamaba faraones? En el principio, Moisés y Aarón no le pidieron al faraón que librara al pueblo de Israel completamente, sino que le dijeron: “Nuestro Dios, el Señor de Israel nos ha pedido que vayamos al desierto por tres días para adorarlo allí.” Pero el faraón respondió: “¿Y quién es el Señor Dios? No lo conozco, ni le obedezco. No los dejaré ir, ¡regresen a trabajar!”

El trabajo de los Israelitas era hacer ladrillos, y tenían que hacer su propia mezcla con paja y arcilla. Así que, para que les fuera más difícil hacerlos, el faraón mando: “Quiero que hagan la misma cantidad de ladrillos que antes, pero ya no les den paja. Dejen que ellos mismos la busquen”. Esto hizo su trabajo muy difícil, y el pueblo se esparció por todo Egipto en busca de la paja para hacer los ladrillos. Lo más difícil era que tenían que hacer el mismo número de ladrillos que antes. Ya que no podían hacer el mismo número de ladrillos, los capataces egipcios los golpeaban cruelmente. Los israelitas se enfurecieron con Moisés y Aarón porque pensaron que por culpa de ellos, el faraón los había hecho trabajar más duro, y les dijeron: “¡Que el Señor los examine y los juzgue! ¡Ustedes han sido la causa que suframos aún más!”

El Señor les mandó a Moisés y Aarón que fueran una vez más al faraón. Aarón tiró su vara al suelo y se convirtió en serpiente, pero los hechiceros y los magos también hicieron lo mismo. Sin embargo, la vara de Aarón se tragó las varas de todos ellos. A pesar de esto, el faraón endureció su corazón y no le hizo caso a Dios. Así que Dios le dijo a Moisés que le diera a Aarón estas instrucciones: “Toma tu vara y extiende el brazo sobre las aguas de Egipto, sobre el río Nilo, los canales y los lagos.” Aarón lo hizo así. Levantó su vara a la vista del faraón, y el agua se convirtió en sangre. Murieron los peces del Nilo, y tan mal olía el río que los egipcios no podían beber agua de allí. Tuvieron que hacer pozos a la orilla del Nilo en busca de agua potable, porque no podían beber del río. Los magos egipcios hicieron lo mismo con el agua, de modo que el faraón endureció su corazón, no le hacía caso a Dios, y no dejaba ir al pueblo de Israel.

Pasados siete días, Moisés terminó con la plaga de sangre. Le advirtió al faraón que si no obedecía, otra plaga vendría, y por supuesto, el faraón no le hizo caso. Luego Aarón extendió su vara, y toda la tierra se infestó de ranas. Eran como un ejército en los campos, hasta estaban en las casas. Entonces el faraón mandó a llamar a Moisés y a Aarón y les dijo: “Ruéguenle a Dios que aleje las ranas de mí y de mi pueblo, y dejaré que el pueblo de Israel vaya con ustedes.” Moisés le pidió a Dios que alejara la plaga, y así lo hizo. Las ranas comenzaron a morirse en las casas, y en los campos. La gente las recogía y las amontonaba, y el hedor de las ranas llenaba el país. Pero en cuanto eso se terminó, el faraón no cumplió su promesa de dejar ir a los israelitas.

El Señor le ordenó a Moisés que le dijera a Aarón que golpeara el suelo con su vara, para que en todo Egipto el polvo se convirtiera en mosquitos, pero el faraón no le hacía caso a Dios; por lo tanto Dios mandó enjambres de moscas. Las moscas estaban en todas partes, el cielo estaba lleno de ellas, pero los israelitas estaban libres de todo esto. Con eso el faraón se empezó a doblar un poco y dijo: “¿Por qué tienen que ir al desierto a adorar a Dios? Adórenlo aquí en el país”. Pero Moisés dijo: “Sacrificamos animales al Señor, y resultan ofensivos para los egipcios y pueden enojarse”. A esto, el faraón les respondió: “Voy a dejarlos ir con tal de que no se vayan muy lejos”. Cuando Moisés rogó al Señor y quitó la plaga de moscas, el faraón rompió su promesa nuevamente y no los dejó ir.

Después vino otra plaga: Hubo una terrible enfermedad en todo el ganado de los egipcios, pero los ganados de los israelitas estaban intactos. El faraón siguió necio y no quiso escuchar a Dios. Entonces el Señor les dijo a Moisés y a Aarón que tomaran de los hornos puñados de ceniza, y que Moisés las arrojara al aire. Inmediatamente, las cenizas cayeron en todo Egipto y abrieron úlceras en personas y animales. ¡Dios gobernó una vez más! Aun así, el faraón no obedecía a Dios. Entonces Moisés levantó su vara al cielo, y causó un tormenta terrible, llovió como nunca antes lo habían visto; era más terrible ya que casi no tenían mucha lluvia, hasta se pasaban años sin tener tormentas. Pero en esta ocasión, había truenos, rayos, relámpagos y granizo. Nunca en toda la historia de Egipto como nación hubo una tormenta peor que ésta. Acabó con todos los cultivos y derribó árboles, todo el fruto estaba destruido. El único lugar en donde no granizó fue en la tierra de Gosén, donde estaban los israelitas. ¡Dios gobernó una vez más!

Pero el faraón aún no obedecía a Dios, continuó con el cautiverio. Después que la tormenta pasara, Dios mandó nubes de langostas y se comieron todo lo que crecía en los campos y todo lo que dejó el granizo. Posterior a esta plaga, vino la de las tinieblas; durante tres días tinieblas densas cubrían la tierra; no sol, no luna ni estrellas. Aún el faraón no dejaba ir al pueblo de Israel. El faraón le dijo a Moisés: “¡Largo de aquí! ¡Y cuidado con volver a presentarte ante mí! El día que vuelvas a verme, puedes darte por muerto”. Moisés le respondió: “¡Bien dicho! ¡Jamás volveré a verte!” El Señor le dijo a Moisés: “Voy a traer una plaga más sobre el faraón y sobre Egipto, después de eso dejará que se vayan. Cuando lo haga, los echará de aquí para siempre. Habla con el pueblo y diles que se preparen para que salgan de Egipto; tu tiempo aquí está por terminar”.