Historias de la Biblia hebrea
LA HISTORIA DEL CORDÓN ROJO

Historia 36 – Josué 1:1-2:24
Después de la muerte de Moisés, los hijos de Israel todavía estaban acampados al este en la orilla de río Jordán. Dios le dijo a Josué: “Mi siervo Moisés ha muerto. Por eso tú y todo este pueblo deberán prepararse para cruzar el río Jordán y entrar a la tierra que les daré a ustedes”. Dios le dijo a Josué todo lo que abarcaba la tierra prometida. Se extendía desde el río Éufrates al norte, del borde de Egipto en el sur, del desierto al este, y del Gran Mar al oeste. Y Dios le dijo a Josué: “¡Sé fuerte y valiente! ¡No tengas miedo ni te desanimes! Porque el Señor tu Dios te acompañará dondequiera que vayas, como lo hice con Moisés. Recita siempre el libro de la ley y medita en él de día y de noche; cumple con cuidado todo lo que en él está escrito. Así prosperarás y tendrás éxito”.

Entonces Josué dio la siguiente orden a los jefes del pueblo: “Vayan por todo el campamento y díganle al pueblo que prepare provisiones, porque dentro de tres días cruzará el río Jordán para tomar posesión del territorio que Dios el Señor le da como herencia”. Josué tuvo muchas agallas para que dijera esto. En esa estación del año que estaban, la primavera, el río subía mucho en ese tiempo. La orilla del río se desparramaba y bajaba conectándose con el Mar Muerto a unos cuantos kilómetros al sur. Nadie podía a travesar porque la corriente era muy poderosa, solamente un hombre muy fuerte podría nadar por la corriente; y los israelitas no tenían botes para cruzar, (Josué 3:15).

A unos kilómetros al otro lado del río los israelitas podían ver las murallas tan altas que Jericó tenía. Ellos tenían que conquistar esta ciudad antes que pudieran conquistar el resto de la tierra ya que estaba en el camino del país montañoso.

Josué escogió a dos hombres que eran valientes, cautelosos y sabios y les dijo: “Vayan y crucen el río, entren a explorar la ciudad de Jericó. Traigan detalles de todo y regresen en dos días”. Los dos hombres cruzaron el río nadando y se metieron en la ciudad. Pero los vieron entrar a la ciudad y el rey de Jericó mandó por ellos. En la muralla de la ciudad había una casa donde vivía una mujer llamada Rajab, y ella los escondió en su casa. Los guardias los vieron que entraron a la casa de Rajab, así que el rey mandó a sus oficiales que los atraparan. Los llevó al techo de la casa y los escondió entre los manojos de lino que allí secaba, y los oficiales no pudieron encontrarlos; pensaron que ya se habían marchado de la ciudad.

Cuando la mujer vio a los dos hombres dijo: “Todos en esta ciudad sabemos que el Dios de ustedes es poderoso y terrible, y él les ha dado esta tierra. Tenemos noticias de cómo el Señor secó las aguas del Mar Rojo para ustedes, cómo los llevó por el desierto y les dio victoria contra sus enemigos. Todos estamos aterrorizados de ustedes. Yo sé que Dios les dará esta ciudad y toda la tierra. Por lo tanto, les pido ahora mismo que juren en el nombre del Señor que perdonaran la vida de mis padres y de mis hermanos cuando regresen a conquistar la ciudad”. Ellos contestaron: “¡Juramos por nuestra vida que la de ustedes no correrá peligro!” La casa de Rajab estaba en la muralla de la ciudad. Entonces Rajab puso por la ventana con un cordón rojo brillante para que los espías bajaran. Los dos espías le dijeron a Rajab: “Cuando conquistemos la tierra, cuelga este cordón rojo atado a la ventana. Además, tus padres, tus hermanos y el resto de tu familia deberán estar reunidos en tu casa. Yo les diré a mis hombres que salven la vida de las personas en la casa con el cordón rojo en la ventana.

En la noche los dos espías se bajaron por la ventana, fueron hacia el río y se cruzaron nadando nuevamente, y llevaron el reporte a Josué, diciendo: “El Señor ha entregado todo el país en nuestras manos. ¡Todos sus habitantes tiemblan de miedo ante nosotros, nadie podrá detenernos!”

Todas las ciudades que estaban por conquistar eran individuales y cada una tenía su propio rey, eso les iba a facilitar las cosas a ellos. Sería fácil derrotarlas una por una si cada una tenía su propio rey. Los israelitas eran una nación fuerte y poderosa, entrenada para pelear bajo la dirección de un solo líder, y así las doce tribus estaban listas para pelear como si fueran una sola.