Historias de la Biblia hebrea
EL JOVEN PASTOR VENCE AL GIGANTE

Historia 58 – I Samuel 17:1-54
Saúl tuvo una batalla con los filisteos que vivían al suroeste de Israel. Años después que David hubiera sido ungido, estaba cuidando sus ovejas, y los campamentos de los filisteos y de los israelitas estaban a punto de ir a la batalla en el lado opuesto del valle de Elá. Tres de sus hermanos estaban en el ejército del rey Saúl. Y cada día, un gigante salía del campamento de los filisteos a desafiar a los israelitas a que pelearan con él. El nombre del gigante era Goliat, y tenía una estatura de casi tres metros. Llevaba en la cabeza un casco de bronce, y su coraza, que pesaba cincuenta y cinco kilos, también era de bronce. Estaba protegido de pies a cabeza, y tenía una jabalina muy pesada también; y delante de él marchaba su escudero. Todos los días salía y les gritaba a los israelitas desde el otro lado del valle: “Yo soy filisteo y ustedes son israelitas. Pues escojan a alguien que se enfrente a mí. Si es capaz de hacerme frente y matarme, nosotros les serviremos a ustedes; pero si yo lo venzo y lo mato, ustedes serán nuestros esclavos y nos servirán. ¡Elijan a un hombre que pelee conmigo!”

Pero, al oír esto los israelitas, incluso el rey Saúl, no se atrevían a enfrentarse al gigante. Pues la mayoría de ellos eran campesinos y pastores que no les gustaba pelear como los filisteos lo hacían. También muchos de ellos, las únicas armas que poseían eran las herramientas que usaban en el campo. Y así, por cuarenta días esta confrontación pasó, y Goliat  seguía gritando las amenazas.

Un día, Isaí mandó a su hijo David de Belén a que visitara a sus tres hermanos que estaban en el ejército. David llegó al campamento y estaba hablando con sus hermanos dándoles lo que su padre les había mandado,  cuando vio a Goliat que salía de su campamento a desafiarlos una vez más a que pelearan con él. Algunos soldados decían: “A quien lo venza y lo mate, el rey lo colmará de riquezas. Además, le dará su hija como esposa”. Y David dijo: “¿Quién se cree este filisteo pagano, que se atreve a desafiar al ejercito del Dios viviente? ¿Por qué alguien no va a matarlo?” Eliab, el hermano mayor de David, le reclamó: “¿Qué haces aquí? ¿Con quién has dejado las pocas ovejas en el desierto? Te conozco, solamente has venido para ver la batalla”.

Pero, David no le hizo caso al enojo de su hermano, sino que estaba pensando en cómo matar al sínico gigante. Todos los soldados tenían pavor de Goliat, pero el joven David pensó en un plan con el cual mataría al guerrero con todo y su armadura. Y finalmente, David dijo: “Si nadie no quiere ir, ¡yo iré a matar a ese enemigo de la gente del Señor!” Llevaron a David al rey Saúl; y la última vez que Saúl había visto a David era cuando el joven tocaba su arpa para él, sin embargo, David ya era todo un hombre. Ya no lo veía como el joven pastor que solía calmarlo con su arpa. Y Saúl le dijo: “¡Cómo vas a pelear tú solo contra este filisteo! No eres más que un muchacho, mientras que él ha sido un guerrero toda la vida”. David le respondió: “A mí me toca cuidar el rebaño de mi padre. Cuando un león o un oso viene y se lleva una oveja del rebaño, yo lo persigo y lo golpeo hasta que suelta la presa. Yo no le tengo miedo a ese filisteo, el Señor, que me libró de la garras del león y del oso, también me librará del poder de ese filisteo. Yo lucharé por el Señor y su gente”.

Luego Saúl vistió a David con su armadura y su casco de bronce. David no pudo ni caminar ya que la armadura era mucho más grande que él, y le dijo a Saúl: “No estoy acostumbrado a nada de esto, permítame pelear a mi manera”. Y así se quitó la armadura, para pelear a Goliat, él no necesitaba una armadura; tan sólo necesitaba ser ágil, una mente clara, buen tino y un corazón valiente. David tenía todo esto, porque Dios se lo había dado. El plan de David era muy brillante, le iba a hacer pensar al enemigo que su contrincante era muy débil y de esa manera Goliat no estaría tanto a la guardia. David estaba a una buena distancia que el enemigo no podía tirarle su lanza, y  David lo atacó con un arma que el gigante ni se esperaba. David tenía en mano su bastón de pastor como si fuera un arma, pero en su cintura tenía escondido cinco piedras y su honda, el tipo de armas que él sí sabía usar. Y así se enfrentó al filisteo y cuando Goliat vio lo joven que David era, empezó a burlarse de él y dijo: “¿Soy acaso un  perro para que vengas a atacarme con palos? ¡Ven acá, que les voy a echar tu carne a la aves del cielo y a las fieras del campo!”

Y los filisteos maldecían a David con todos sus dioses. Y David le contestó: “Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo vengo a ti en el nombre del Señor Todopoderoso, el Dios de los ejércitos de Israel. Hoy mismo el Señor te entregará en mis manos; y yo te mataré y te cortaré la cabeza. Hoy mismo echaré los cadáveres del ejército filisteo a las aves del cielo y a las fieras del campo, y todo el mundo sabrá que hay un Dios en Israel, Dios puede salvar sin espadas ni jabalinas”. Y David corrió en contra de los filisteos, y metiendo la mano en su bolsa sacó una piedra, y con la honda se la lanzó al filisteo, hiriéndolo en la frente. Su tino fue preciso y el gigante cayó al suelo.

En lo que los dos ejércitos trataban de entender lo que había pasado tan rápido, David tomó la espada del gigante y le cortó la cabeza. Cuando los filisteos vieron que su héroe había muerto, salieron corriendo. Los israelitas salieron detrás de ellos matándolos hasta la entrada de Gat que era su propia ciudad. Así que ese día, David ganó una victoria increíble, y todos sabían que él había salvado a su propio pueblo de sus enemigos.