Historias de la Biblia hebrea
EL SONIDO EN LA COPA DE LOS ÁRBOLES

Historia 64 – 2 Samuel 5:1-7:29
Después que David había reinado sobre la tribu de Judá por siete años, y el hijo de Saúl Isboset había muerto, todos los hombres en Israel se dieron cuenta que David era el único capaz de guiar al pueblo. Todas las tribus de Israel fueron a Hebrón para hablar con David y le dijeron: “Todos somos de la misma sangre. Ya desde antes, cuando Saúl era nuestro rey, usted dirigía a Israel en sus campañas. El Señor le dijo: – Tú guiarás a mi pueblo Israel y lo gobernarás, serás el príncipe sobre Israel. Ahora nosotros estamos listos para hacerlo nuestro rey sobre toda la tierra”.

Así que los ancianos ungieron a David en Hebrón como rey sobre todo Israel, desde el norte de Dan hasta el sur de Berseba. David tenía treinta años y reinó a Israel por treinta y tres. Cuando tomó el reinado, encontró la tierra en muy mal estado; por todos lados estaba bajo del dominio de los filisteos, y muchas ciudades con el dominio de los cananeos. La ciudad de Jerusalén que estaba en el monte Sión, desde los días de Josué estaba dominada por los jebuseos, una tribu cananea. David llevó a sus soldados para atacar a los jebuseos, y éstos se rieron de ellos porque su ciudad tenía murallas muy altas. Para burlarse de David, subieron a los ciegos y los cojos en la muralla y gritaron: “Aquí no entrarás; y para echarte en corrida, nos bastan los ciegos y los cojos de nuestra ciudad”.

Esto enfadó mucho a David y les dijo a sus hombres: “El primero que suba la muralla y alcance a los cojos y a los ciegos, será jefe de  capitanes y general de todo el ejército”. Y todos los soldados de David se apresuraron a la muralla para llegar primero. Joab, el hijo de la hermana de David, fue el primero en llegar, y él se convirtió en el comandante del ejército de David, el cual duró en este puesto durante todo el reinado de David. Después que David logró capturar la fortaleza de Sión, construyó una muralla alrededor y escogió este lugar como su casa real; se convirtió en la ciudad principal en el reino de David.

Al enterarse los filisteos de que David era el nuevo rey, muy diferente que Saúl, subieron todos ellos contra él; pero David supo de ante mano y bajó a la fortaleza. Los encontró en el valle de Refayin, casi al sur de Jerusalén, y allí los derrotó y se llevó los ídolos que los filisteos había dejado. Para  que los israelitas ni pensaran en adorarlos, David los quemó todos.

Por segunda vez los filisteos avanzaron contra David, y desplegaron sus fuerzas en el valle de Refayin, así que David consultó al Señor y el Señor le dijo: “No los ataques todavía; rodéalos hasta llegar a los árboles de bálsamo, y entonces atácalos por la retaguardia. Tan pronto como oigas un ruido como de pasos sobre las copas de los árboles, lánzate al ataque, pues eso quiere decir que el Señor va al frente de ti para derrotar al ejército filisteo”. Así lo hizo David, tal y como el Señor se lo había ordenado, y derrotó a los filisteos. Pero David no descansó después que corrió a los filisteos de regreso a su propia tierra, sino que avanzó con sus hombres a la madre de las ciudades, Gat. Conquistó toda la tierra y finalmente puso fin a la guerra que había durado por cientos de años, y los filisteos no contralaban más a Israel.

Ahora, la tierra era tierra libre, y David pensó que era la hora de traer el arca de Dios del lugar de donde la estaban escondiendo; donde había estado durante el liderazgo de Samuel y Saúl. El lugar donde estaba era Balá, un pueblo al norte de Judá. David preparó para el arca un santuario nuevo en el  Monte Sión; y con hombres escogidos de cada tribu, partieron para traer el arca al Monte Sión. El arca no la cargaron los sacerdotes como en viejos tiempos solían hacerlo cuando la transportaban de lugar en lugar. Esta vez, colocaron el arca de Dios en una carreta con bueyes, y aunque no eran sacerdotes los hijos del hombre que había guardado el arca, ellos la guiaron. Adelante del arca, David y todo el pueblo de Israel danzaban ante el Señor con gran entusiasmo y cantaban al son de instrumentos musicales.

Al llegar a una parte inestable, los bueyes tropezaron; pero Uza, uno de los que guiaban los bueyes, extendiendo las manos, sostuvo el arca para que no se cayera. La ley de Dios no permitía que nadie tocara el arca, sólo los sacerdotes tenían derecho a tocarla; por ese atrevimiento que Uza tuvo, el Señor se enojó, y lo puso a muerte. Esta muerte alarmó a David y a todo el pueblo, y temeroso por esto, no quería llevarse el arca del Señor; entonces ordenó que la trasladaran a la casa de Obed Edom por tres meses. David pensó que el arca traería mal a la casa de Obed Edom, pero todo lo contrario, el Señor lo bendijo a él y a toda su familia. Y cuando David supo que el Señor había bendecido a Obed con el arca, ordenó que se trajera a su propia ciudad en el monte Sión. Esta vez, los sacerdotes se encargaron de cargarla tal y como la ley lo mandaba; también ofrecieron sacrificios en el altar. El arca llegó a su nuevo hogar en el monte Sión donde el santuario estaba listo para recibirla. Y por fin los sacerdotes hicieron sus sacrificios diarios y empezaron sus cultos de adoración después de haber dejado pasar muchos años.

David ya estaba viviendo en el monte Sión y quiso construir un templo para que remplazara al santuario, y para el arca y los cultos de adoración. Y le dijo al profeta Natán: “Como puedes ver, yo habito en un palacio bajo el toldo de una tienda de campaña”. Y Natán le respondió: “Haga Su Majestad lo que su corazón le dicte, pues el Señor está con usted”. Pero aquella misma noche la palabra del Señor vino a Natán: “Ve y dile a mi siervo David que así dice el Señor: – Desde el día en que saqué a los israelitas de Egipto, y hasta el día de hoy, no he habitado en casa alguna, sino que he andado de acá para allá, en una tienda de campaña a manera de santuario. Nunca le he dicho a mi pueblo que me hiciera una casa de cedro. Yo te saqué del redil para que, en vez de cuidar ovejas, gobernaras a mi pueblo Israel, y te he dado un gran nombre y poder. Ahora, porque tú has hecho mi voluntad, te daré una casa.  Pondré en el trono a uno de tus propios descendientes, y afirmaré tu reino. Será él quien construya una casa y un templo en mi honor, y yo afirmaré su trono real para siempre”.

La promesa que Dios le hizo a David de mantener el reino en sus descendientes se hizo realidad en Jesucristo, el cual vino tiempo más tarde del linaje de David y, ¡el cual reina en todo el cielo y tierra!