Historias de la Biblia hebrea
EL HIJO GUAPO DE DAVID SE ROBA EL REINO

Historia 67 – 2 Samuel 13:1-17:23
Poco tiempo después del pecado de David, las consecuencias que el profeta le advirtió se empezaron a notar. David tenía muchas esposas y ellas le dieron muchos hijos, pero la mayoría de sus hijos habían crecido muy desenfrenados porque David no les daba el tiempo necesario para instruirlos en el Señor cuando eran pequeños. Su oficio como rey era muy exigente y como padre, no tuvo mucho tiempo.

Absalón era uno de los hijos de David, su mamá era la hija de Talmay, el rey de un pequeño país llamado Guesur al norte de Israel. Absalón tenía una cabellera muy pesada y era un joven sumamente guapo. El muchacho se enfureció con Amnón, otro hijo de David, porque Amnón le había hecho algo malo a su hermana Tamar. Pero Absalón escondió su furia contra su medio hermano, hasta que un día invitó a Amnón y a todos los hijos del rey a un banquete que hizo en su casa. Cuando estaban comiendo, los criados de Absalón mataron a Amnón allí en la mesa. Los otros príncipes se alarmaron porque pensaron que a ellos les iba a tocar también, así que todos salieron huyendo, y regresaron sanos y salvos a David.  

Al rey no le gustó nada lo que Absalón había hecho, aunque era su hijo preferido. Absalón dejó el palacio de su padre y se fue a vivir en Guesur por tres años al palacio de su abuelo, el padre de su mamá. Todo este tiempo, David lo extrañaba mucho, por eso después de algún tiempo, David le permitió a Absalón que regresara a Jerusalén. Pero, por algún tiempo no podía ver a David por la muerte de su hermano. Finalmente por el tanto amor que David le tenía a su hijo, no pudo estar lejos de él. Lo mandó a traer, lo recibió con un beso, y nuevamente estaba viviendo en el palacio. Pero Absalón tenía un corazón cruel y perverso, así que tramó un plan para quitarle el trono a su padre David. Pasado algún tiempo, Absalón consiguió carros de combate, algunos caballos y una escolta de cincuenta soldados como si él fuera el rey. Se levantaba temprano y se ponía a la entrada del palacio. Cuando alguien iba a ver al rey para que le resolviera un pleito, Absalón lo llamaba y le preguntaba de qué se trataba su asunto y les decía: “Tu demanda es muy justa, pero no habrá quien te escuche de parte del rey”. Y añadía: “Ojalá me escogieran  por juez en el país. Todo el que tuviera un pleito o demanda vendría a mí, y yo le haría justicia”. Además de esto, si alguien se le acercaba para inclinarse ante él, Absalón le tendía los brazos, lo abrazaba y lo saludaba con un beso como amigos. Así fue ganándose el cariño del pueblo, y así en todas partes de la tierra, deseaban que Absalón fuera el rey en vez de su padre David, ya que David no estaba entrometido en más guerras ni andaba mucho entre la gente. En vez, él vivía en su palacio y desde allí oía todo lo que estaba pasando.

Al cabo de cuatro años, Absalón pensó que podía quitarle el reino a David, y le dijo al rey: “Permítame ir a Hebrón para adorar al Señor y cumplir con una promesa que le hice cuando vivía en Guesur”. Esto le agradó a David porque pensó que Absalón de verdad quería adorar a Dios. Así que Absalón su fue a Hebrón con una compañía de amigos, de los cuales muy pocos sabían lo que él estaba planeando. Ya llegado allí, mandó a llamar a un consejero muy sabio llamado Ajitofel, al cual David le tenía mucha confianza. De repente la noticia corría a través de la tierra que decía: “¡Absalón reina en Hebrón!” Los que sabían secretamente del plan de Absalón, comenzaron a divulgarlo entre la gente, de manera que parecía que todos estaban a favor de Absalón para que remplazara a David como rey. La noticia llegó a oídos de David en su palacio de que Absalón se había convertido en rey con muchos de sus dirigentes en su favor, y que el pueblo quería realmente a Absalón en lugar de él. David no sabía en quién confiar, y se escapó antes que fuera demasiado tarde. Se llevó con él  sus oficiales que querían seguirlo, sus esposas, y especialmente a Betsabé con su pequeño Salomón.     

Al pasar por las puertas, se le unieron Itay que era comandante de la guardia de David, junto con seiscientos guerreros. Itay no era israelita y por eso, le sorprendió a David que estuviera dispuesto a ir con él, y le dijo: “¿Y tú siendo extranjero, por qué quieres venir con nosotros? Ni yo sé dónde voy, ni los problemas que nos esperan. Regresa y llévate a tus paisanos a tu propia tierra. ¡Y que la misericordia  y la verdad vayan contigo!” Pero, Itay marchó con todos los hombres de David y cruzaron el arroyo de Cedrón hacia el desierto. Entre ellos se encontraba Sadoc y Abiatar, los sacerdotes junto con los levitas que llevaban el arca del pacto de Dios. Y David les dijo: “Devuelvan el arca de Dios a la ciudad. Si encuentro el favor del Señor, él hará que yo regrese y vuelva a ver el arca y el lugar donde él reside. Pero si el Señor me hace saber que no le agrado, quedo a su merced y puede hacer conmigo lo que mejor le parezca”. David pensó que los sacerdotes podrían ayudarle más estando en la cuidad que estando con él, y le dijo a Sadoc: “Vuelve a la ciudad mándame noticias con tu hijo Ajimaz y con Jonatán hijo de Abiatar. Yo me quedaré en los llanos del desierto por el río Jordán hasta que ustedes me informen de la situación”. Entonces Sadoc y Abiatar volvieron a Jerusalén con el arca de Dios y la regresaron al santuario en el Monte Sión.  Allí estaban alertas para informarle a David de cualquier cosa que pudiera ayudarle.

David por su parte, subió al monte de los Olivos llorando, con la cabeza cubierta y los pies descalzos. También todos los que lo acompañaban estaban llorando de la pena por la caída de David de su trono. Cuando David llegó a la cumbre del monte, se encontró con su buen amigo, Husay que estaba esperándolo para verlo. En señal de duelo llevaba las vestiduras rasgadas y la cabeza cubierta de ceniza, listo para ir con David al desierto, pero David le dijo: “Si vienes conmigo, vas a ser una carga. Es mejor que regreses a la ciudad y le digas a Absalón que estas a su servicio, de ese modo podrás ayudarme a desbaratar los planes de Ajitofel, para que Absalón no siga su consejo sabio. Allí contarás con los sacerdotes Sadoc y Abiatar, así que mantenlos informados de todo lo que escuches en el palacio real”.

Más adelante del monte, David se encontró con otro hombre por el nombre de Siba, el criado de Mefiboset. (Has de recordar que David le mostró mucha caridad a Mefiboset porque era el hijo de su mejor amigo Jonatán). Siba llevaba un par de asnos cargados con doscientos panes, cien tortas de uvas pasa, cien de higos y un odre de vino. ¿Qué vas a hacer con todo esto?” –le preguntó el rey.  Siba respondió: “Los asnos son para el rey, el pan y la fruta son para que coman los soldados, y el vino es para que beban los que desfallezcan en el desierto”. Entonces el rey le preguntó: “¿Dónde está Mefiboset, tu amo?” Siba respondió: “Se quedó en Jerusalén. Él se imagina que ahora la nación de Israel le va a devolver el reino de su abuelo”. David se entristeció al oír que Mefiboset lo había abandonado, y le dijo a  Siba: “Todo lo que antes fue de Mefiboset ahora es tuyo”. Pero David no sabía que Siba estaba mintiendo; Mefiboset no había abandonado a David. De esto se enterará más tarde, como veremos después.

Más adelante, David se encontró con otro hombre con un espíritu muy diferente al de Itay, Husay y Siba. Su nombre era Simí, y pertenecía a la familia del rey Saúl. David estaba subiendo a la cima del monte por un lado y por el otro lado Simí se emparejó con David y se puso a maldecir a David, y a tirarle piedras. En sus insultos, Simí le decía al rey: “¡Largo de aquí, asesino! ¡Canalla! El Señor te está dando tu merecido por haber masacrado a la familia de Saúl para reinar en su lugar. Por eso el Señor le ha entregado el reino a tu hijo Absalón. Has caído en   desgracia, porque eres un asesino”. Abisay, uno de sus hombres y su mismo sobrino, le dijo al rey: “¿Cómo se atreve este perro muerto a maldecir a Su Majestad? ¡Déjeme que vaya y le corte la cabeza!” Pero el rey respondió: “Esto no es asunto mío ni de ustedes. A lo mejor el Señor le ha ordenado que me maldiga. Y si es así, ¿quién se lo puede reclamar? Si el hijo de mis entrañas intenta quitarme la vida, ¡qué no puedo esperar de este hombre desconocido! Déjenlo que me maldiga, pues el Señor toma en cuentea mi aflicción y me paga con bendiciones las maldiciones que estoy recibiendo”.

Y así, David junto con sus esposas, sus criados y sus fieles soldados, se fueron rumbo al desierto al valle del Jordán. Mientras tanto, Absalón y todos los israelitas que los seguían habían entrado en Jerusalén. Entonces Husay, el amigo de David, fue a ver a Absalón y exclamó: “¡Viva el rey! ¡Viva el rey!” Absalón le preguntó: “¿Así muestras tu lealtad a tu amigo? ¿Cómo es que no te fuiste con él?” Husay respondió: “Soy más bien amigo del elegido del Señor, elegido también por este pueblo y por todos los israelitas. Así que yo me quedo con usted. Serviré al hijo, como antes serví al padre”. Entonces Husay entró al palacio junto con los seguidores de Absalón y le preguntó a Ajitofel: “Pónganse a pensar en lo que debemos hacer”.

Ajitofel era un hombre muy inteligente; sabía la mejor manera de hacer prosperar a Absalón, y le dijo: “Déjeme que escoja a doce mil soldados, y esta misma noche saldré en busca de David. Como él debe estar cansado y sin ánimo, lo atacaré, le haré sentir mucho miedo y pondré en fuga al resto de su gente que está con él. Pero mataré solamente al rey, y los demás se los traeré a Su Majestad. La muerte del hombre que usted busca dará por resultado el regreso de los otros, y todo el pueblo quedará en paz”. Aunque Absalón pensó que Ajitofel tenía una buena idea, mandó a llamar Husay para ver qué opinaba. Y Husay le dijo: “Esta vez el plan  de Ajitofel no es bueno. Usted conoce bien a su padre David y a sus soldados: son valientes, y deben estar furiosos como una osa salvaje a la que le han robado su cría. Además, su padre tiene mucha experiencia como hombre de guerra y no ha de pasar la noche con las tropas. Ya debe de estar escondido en alguna cueva o en otro lugar. Si él ataca primero, cualquiera que se entere dirá: –Ha habido una matanza entre las tropas de Absalón –. Entonces aun los soldados más valientes, que son tan bravos como un león, se van a acobardar, pues todos los israelitas saben que David, es un gran soldado y cuenta con hombres muy valientes desde Dan en el norte a Berseba en el sur. Y si David se encuentra en la ciudad, tendrá hombres suficientes para poner la ciudad en pedazos; o si está en el campo, podemos rodearlo por todos lados”.

Absalón y todos los israelitas dijeron: “El plan de Husay es mejor que el de Ajitofel. Hagamos como dice Husay”. Absalón se sentó tranquilo en el trono de su padre mientras que juntaban a su ejército. Husay quería que esto pasara para que David tuviera tiempo de juntar a su ejército; y Husay sabía que los corazones de todos cambiarían nuevamente a favor de David. Entonces Husay les dijo a los sacerdotes Sadoc y Abiatar del plan de Absalón, y le mandaron el mensaje a Jonatán y a Ajimaz con una joven. Estos corrieron a decirle el plan a David que se encontraba al lado del Jordán. David encontró refugio en la tribu de Gad al otro lado del Jordán; y sus amigos de los alrededores fueron a encontrarlo. Ajitofel, por su parte, al ver que Absalón no había seguido su consejo, se dio cuenta que Absalón no duraría como rey y se fue a su pueblo. Cuando llegó a su casa, luego de arreglar sus asuntos, fue y se ahorcó. Prefirió morir por su propia mano a que David lo matara por traición.  Por algún corto tiempo,  se le cumplió su deseo a Absalón de tener el reino y la corona, y vivía en el palacio en Jerusalén como el rey de Israel.