Historias de la Biblia hebrea
ABSALÓN EN EL BOSQUE, DAVID EN EL TRONO

Historia 68 – 2 Samuel 17:24-20:26
La tierra donde David consiguió refugio estaba al este del Jordán, se le llamaba Galaad, lo cual significa: Altura, porque estaba más alta que la tierra del lado oeste del Jordán. David llegó a la ciudad de Majanayin, donde los líderes y el pueblo eran muy amigables con David. Le trajeron comida y toda clase de bebidas para David y para sus hombres, ya que pensaban que en el desierto esta gente habría pasado hambre y sed, y estaría muy cansada.

Allí se reunieron con David amigos de todas las tribus trayendo un ejército; no era tan grande como el de Absalón, pero había guerreros más valientes y estaban mejor entrenados por David ya de años anteriores. David los dividió en tres unidades, puso al mando a tres de sus hombres fieles: Joab en la primera, la segunda bajo el mando de Abisay, y la tercera bajo el mando de Itay. David le dijo a sus hombres: “Yo los voy a acompañar en la batalla”. Pero los soldados respondieron: “No, no debe acompañarnos. Si tenemos que huir, el enemigo no se va a ocupar de nosotros. Y aun si la mitad de nosotros muere, a ellos no les va a importar. ¡Pero usted vale por diez mil de nosotros! Así que es mejor que se quede y nos apoye desde la ciudad”. Dicho esto, David se puso a un lado de la entrada de la cuidad, mientras todos los soldados marchaban en grupos de cien y de mil. Además, el rey dio esta orden a Joab, Abisay e Itay: “No me traten duro al joven Absalón”. Aun así cuando su hijo Absalón le estaba haciendo daño a su padre, David lo amaba y quería salvarle la vida.

Así, la batalla tomó lugar en el bosque de Efraín, no estaba en la tribu de Efraín, sino que en Gad, al este del Jordán. El ejercito de Absalón iba al comando de Amasa, el primo de Joab; las madres de ambos eras hermanas de David. Así que los dos ejércitos iban dirigidos por los sobrinos del rey David. Absalón iba montado en una mula, como era la costumbre de los reyes.

Los soldados de David derrotaron allí al ejército de Absalón. La batalla se extendió por toda el área, de modo que el bosque causó más muertes que la espada misma. Absalón, que huía montado en su mula, se metió por debajo de una gran encina, y a Absalón se le trabó la cabeza entre las ramas. Como la mula siguió de largo, Absalón quedó colgado en el aire. Un soldado que vio lo sucedido le dijo a Joab: “Acabo de ver a Absalón colgado de una encina”. Joab exclamó: “¡Cómo! ¿Lo viste y no lo mataste ahí mismo? Te habría dado diez monedad de plata y un cinturón”. Pero el soldado respondió: “Aun si recibiera mil monedas, yo no alzaría la mano contra el hijo del rey. Todos oímos cuando el rey les ordenó a los generales  que no le hicieran daño al joven Absalón. Si me hubiera arriesgado, me habrían descubierto, pues nada se le escapa al rey, y usted, por su parte, me habría abandonado en la rabia del rey”. Joab replicó: “No voy a malgastar mi tiempo contigo”. Acto seguido, agarró tres lanzas y fue y se las clavó en el pecho a Absalón, que todavía estaba vivo. Luego los escuderos lo remataron, y después de esto, tomaron el cuerpo, lo tiraron en un hoyo grande que había en el bosque, y sobre su cadáver amontaron muchísimas piedras. (Durante su vida, Absalón se hizo un monumento en el valle de Cedrón, al este de Jerusalén, donde tenía planeado ser sepultado; se le iba a llamar la Estela de Absalón. Sin embargo, su cuerpo no quedó ahí, sino debajo de un montón de piedras en el bosque de Efraín).

Después de la batalla, Ajimaz el hijo del sacerdote Sadoc, fue a Joab. (Si recuerdas Ajimaz es de la historia anterior; fue uno de los dos jóvenes que le llevaron las noticias de Jerusalén a David en el río Jordán), y le dijo: “Déjeme ir corriendo para avisarle al rey estas noticias de la batalla”. Y Joab le dijo: “No le llevarás esta noticia hoy. Podrás hacerlo en otra ocasión, pero no hoy, pues ha muerto el hijo del rey”. Entonces Joab se dirigió a un soldado de Etiopia y le ordenó: “Ve tú y dile al rey lo que has visto”. Y el muchacho se inclinó ante Joab y salió corriendo. Pero Ajimaz hijo de Sadoc insistió: “Déjame correr con el etiopio para llevar las noticias”.  Joab le respondió: “Pero, muchacho, ¿para qué quieres ir? ¡Ni pienses que te va a dar una recompensa por la noticia!” Y el muchacho dijo: “Pase lo que pase, quiero ir”. Y Joab lo dejó ir.

Ajimaz salió corriendo por la llanura y se adelantó al etiopio. Mientras tanto, David se hallaba ansioso de tener noticias de la batalla, especialmente, de su hijo Absalón. El centinela, que había subido al muro de la puerta, alzó la vista y vio a un hombre que corría solo. Cuando el centinela se lo anunció al rey, éste comentó: “Si viene solo, debe de traer buenas noticias”. David sabía que si hubiera perdido la batalla, hubiera más de un hombre corriendo. Pero el centinela se dio cuenta de que otro hombre corría detrás de él, así que le anunció al guardia: “¡Por allí viene otro hombre corriendo solo!” “Ese también debe de traer buenas noticias”, dijo el rey.  El centinela añadió: “Me parece que el primero corre como Ajimaz hijo de Sadoc”. Y David dijo: “Es un buen hombre; seguro que trae buenas noticias”.

Las primeras palabras del rey fueron: “¿Y está bien el joven Absalón?” Ajimaz era muy listo para darle las malas noticias al rey de su hijo. Así que dejó que el otro muchacho lo hiciera; y le dijo al rey: “En el momento en que tu siervo Joab me enviaba, vi que se armó un gran alboroto, pero no pude saber lo que pasaba”. Poco después llegó el etiopio anunciando: “Le traigo buenas noticias a Su Majestad. El Señor lo ha librado hoy de todos los que se habían rebelado en contra suya”. “¿Y está bien el joven Absalón?” El etiopio no sabía nada de los sentimientos de David, y le respondió: “¡Que sufran como ese joven los enemigos de Su Majestad,  todos los que intentan hacerle mal!” Al oír esto, el rey se estremeció tanto que ni escuchó que tenía la victoria. Mientras subía al cuarto que está encima de la puerta, lloraba y decía: “¡Ay, Absalón, hijo mío! ¡Hijo mío, Absalón, hijo mío! ¡Ojalá hubiera muerto yo en tu lugar! ¡Ay, Absalón, hijo mío, hijo mío!”

Las noticias se escucharon que el rey estaba llorando amargamente por Absalón. Cuando las tropas se enteraron de que el rey estaba afligido por causa de su hijo, la victoria de aquel día se convirtió en duelo para todo el ejército. Por eso las tropas entraron cabizbajas en la ciudad, como si hubieran huido del combate. Pero el rey, cubriéndose la cara, seguía gritando a voz en cuello: “¡Ay, Absalón, hijo mío, hijo mío!” Todo esto no le convino nada a Joab, entonces él fue adonde estaba el rey y le dijo: “Hoy Su Majestad ha llenado de vergüenza a todos sus siervos que le salvaron la vida, y la de su familia. ¡Usted ama a quienes lo odian, y odia a quienes lo aman! Hoy ha dejado muy en claro que nada le importan sus generales ni sus soldados. Ahora me doy cuenta de que usted preferiría que todos nosotros estuviéramos muertos, con tal de que Absalón siguiera con vida. ¡Vamos! ¡Salga usted y anime a sus tropas! Si no lo hace, juro por el Señor que para esta noche ni un solo soldado se quedará con usted. ¡Y eso sería peor que todas las calamidades que Su Majestad ha sufrido desde su juventud hasta ahora!” Ante esto, el rey se levantó y fue a sentarse junto a la puerta de la ciudad. Cuando los soldados lo supieron, fueron todos a presentarse ante él para traerle nuevamente su trono en Jerusalén.

Entre los primeros que llegaron fue Simí, el que había maldecido y tirado piedras a David cuando trataba de huir de Absalón. Ante David, se arrodilló confesó su crimen y clamó por misericordia. El hermano de Joab, Abisay dijo: “¡Simí maldijo al ungido del Señor, y merece la muerte! David respondió: “Hoy no morirá nadie del pueblo, cuando precisamente en este día vuelvo a ser rey de Israel”. Siba el criado de Mefiboset estaba allí también para recibir al rey con todos sus criados y sus hijos. Siba no le había lavado los pies ni la ropa, ni le había recortado el bigote, desde el día en que el rey tuvo que irse hasta que regresó sano y salvo. Cuando llegó de Jerusalén para recibir al rey, éste le preguntó: “Mefiboset,  ¿por qué no viniste conmigo?” –Mi señor y rey, mi criado me abandonó, me dijo: “Como estás cojo, no puedes ir. Yo iré en tu nombre con el rey y lo ayudaré”. Me traicionó; pero lo que importa ahora es que el rey ha regresado”. David le dijo: “Ya he decidido que tú y Siba se repartan las tierras”. Mefiboset le respondió: “Él puede quedarse con todo; a mí me basta con que mi señor el rey haya regresado a su palacio sano y salvo”.

El ejército de Absalón ya había desaparecido de Israel. David no estaba satisfecho con Joab por haber matado a Absalón, aun cuando David había dado órdenes. Le mandó un mensaje a Amasa, el comandante del ejército de Absalón, el cual era como los sobrinos de David. Esto le dijo a Amasa: “Tú eres mi pariente, familiar mío; tomarás el lugar de Joab como general”. Joab y su hermano eran hombres fuertes y no querían someterse a las reglas de David. David pensó que su trono estaría a salvo si estos dos no tenían mucho poder. También le ayudaría el hecho que los amigos de Absalón respetaban a Amasa; y la mayoría de la gente odiaba y le tenía miedo a Joab.

Toda la tribu de Judá se reunió en el río Jordán para traer al rey de regreso a Jerusalén, pero esto no les gustó a las otras tribus. Y les dijeron a los hombres de Judá: “Ustedes están actuando como si fueran los únicos amigos del rey en toda la tierra. ¡Nosotros también tenemos derecho a David!” Los hombres de Judá respondieron: “El rey pertenece a nuestra propia tribu, es uno de nosotros. Venimos a recibirlo porque lo queremos”. Eso hizo que las demás tribus se enojaran y se regresaron a sus casas. La tribu de Efraín, en el centro de la tierra, envidiaba a Judá y no querían estar bajo el mandato de David. Uno de ellos era Seba hijo de Bicrí, y empezó una rebelión contra David, la cual amenazaba el trono de David una vez más.

Amasa, el nuevo comandante del ejército, juntó a sus hombres para que acabaran con la rebelión de Siba. Pero Amasa tomó mucho tiempo en juntar a su ejército, y Joab, el general que había estado a cargo, juntó a sus hombres. Joab se encontró con Amasa pretendiendo ser su amigo, y allí lo mató. Tomó control y  persiguió a Seba en una ciudad en el norte, y allí lo mataron. Y por fin todos los enemigos de David habían muerto; y David se sentaba una vez más en su trono. Pero Joab, al que David temía por todo lo malo que había hecho, nuevamente era el comandante del ejército y tenía gran poder. Joab le fue fiel a David, y le fue de mucha ayuda en su reino. Sin la ayuda de Joab, David hubiera perdido su reino, especialmente en la batalla contra los seguidores de Absalón. Sin embargo, Joab era tan fuerte y con un espíritu cruel y perverso que David no podía controlarlo, no se sentía en control con Joab en su reino. Muy pocos sabían lo que David pensaba de Joab. Aparentemente, el reino de David parecía tener dominio y control. Los últimos días de su reinado los vivió con poder y en paz.