Historias de la Biblia hebrea
LOS ÚLTIMOS DÍAS DEL REINADO DE SALOMÓN

Historia 73 – I Reyes 10:1-11:43
Con el reinado del rey Salomón, Israel se convirtió en una gran nación como nunca antes o después lo había sido. Los príncipes de los países cercanos y lejanos a Israel, iban para visitar a Salomón. Todos se impresionaban al ver la sabiduría y habilidad que tenía para contestar preguntas difíciles; solía decirse que el rey Salomón era el hombre más sabio del mundo. Él escribió muchos de los dichos que se encuentran en el libro de Proverbios y muchos otros que se han perdido; también escribió más de mil canciones que hablaban de árboles, animales, aves y peces. De muchas partes venían para ver el esplendor de Salomón y para oír su sabiduría.

En una tierra como a mil seiscientos kilómetros de Jerusalén, al sur de Arabia, en la tierra de Sabá, la reina había oído de la sabiduría de Salomón; así que fue a verlo acompañada de su corte real y sus camellos que llevaban muchos regalos. Y así fue a ver a Salomón para preguntarle cosas difíciles y compartir cosas de su corazón, Salomón le contestó todas sus preguntas. Le enseñó su palacio, su trono, los manjares de su mesa, los asientos que ocupaban sus funcionarios, y después la llevó a la casa del Señor. Y cuando ya había escuchado y visto todo, dijo: “¡Todo lo que escuché en mi país acerca de tus triunfos y de tu sabiduría es cierto!  No podía creer nada de eso hasta que vine y lo vi con mis propios ojos. Pero en realidad, ¡no me habían contado ni siquiera la mitad! Tanto en sabiduría como en riqueza, superas todo lo que había oído decir. ¡Dichosos estos servidores tuyos, que constantemente están  en tu presencia bebiendo de tu sabiduría! ¡Y alabado sea del Señor tu Dios, que se ha deleitado en ti y te ha puesto en el trono de Israel!” Luego la reina le regaló a Salomón un gran tesoro de oro, hierbas aromáticas y perfumes; y a la vez, Salomón le dio regalos también, así se regresó a su tierra.

El gran palacio de Salomón donde vivía, estaba en la cuesta sureña del monte Moria, en la parte más baja del templo. Tenía tantos pilares de cedro que parecía un bosque, y por esa razón el palacio era llamado Bosque del Líbano. Del palacio, corría una escalera de piedra que llevaba al templo, y Salomón y los príncipes la usaban para subir al templo a adorar.

Pero había un lado malo en el reino de Salomón así como un lado bueno. Sus palacios y las ciudades rodeadas con las murallas protegiendo su reino por todos lados, y el esplendor de su reino, todo eso costaba mucho dinero. Para tener dinero suficiente para el pago de todo esto, le puso impuestos muy altos al pueblo. Hacía que muchos de los hombres de todas las tribus trabajaran en la construcción, que ingresaran a su ejército, que trabajaran en los campos y que sirvieran como criados en su casa. Antes de que terminara el reinado de Salomón, el pueblo empezó a quejarse por todo el peso que les había puesto. Salomón era un hombre muy sabio en las cosas del mundo, pero no tenía compasión por los pobres de la tierra, ni amaba a Dios con todo su corazón.

Escogió como su esposa a la hija del faraón, el rey de Egipto, y le construyó un palacio espléndido. Y a la vez se casó con las hijas de otros reyes; las cuales en sus tierras adoraban a ídolos; como quería complacerlas, construyó un templo para ídolos en el monte de los Olivos a plena luz del templo del Señor. Así que imágenes de Baal, Astarté y Quemós, los ídolos de los moabitas, amonitas y edomitas estaban en la colina en frente de Jerusalén, y el rey Salomón comenzó a adorarlas también. ¡Que humillante era para los hombres buenos de Israel el ver a su rey rodeado por ídolos de piedra y arrodillándose ante ellos para adorarlos!

Entonces el Señor, se enojó con Salomón y le dijo: “Ya que actúas de este modo, y no has cumplido con mi pacto ni con los decretos que te he ordenado,  puedes estar seguro de que te quitaré el reino y se lo daré a uno de tus siervos. No obstante, por consideración a tu padre David no lo haré mientras tú vivas, sino que lo arrancaré de la mano de tu hijo. Le dejaré una sola tribu, la cual ya he escogido”.

El siervo de Salomón al cual el Señor se refirió, era un joven de la tribu de Efraín llamado Jeroboán. Él era un muchacho muy hábil y estaba a cargo de dirigir la construcción de los palacios para Salomón en su tribu. Un día en que Jeroboán salía de Jerusalén, se encontró con un profeta del Señor llamado Ahías. Entonces Ahías tomó su manto nuevo y rasgándolo en doce pedazos, le dijo a Jeroboán: “Toma diez pedazos para ti, porque así dice el Señor, Dios de Israel: – Ahora voy a arrancarle de la mano a Salomón el reino, y a ti te voy a dar diez tribus. A él le dejaré una sola tribu, y esto por consideración a mi siervo David y a Jerusalén. Gobernarás sobre diez de las tribus y tendrás todo lo que desees. Si haces todo lo que te ordeno, y sigues mis caminos, haciendo lo que me agrada, estableceré para ti una dinastía muy firme. Salomón por su parte, intentó matar a Jeroboán, pero éste huyó a Egipto y se quedó allí hasta la muerte de Salomón. Salomón reinó por cuarenta años como su padre David, y cuando murió lo enterraron en el monte Sión, y su hijo Roboán lo sucedió en el trono.

En algunas ocasiones, al reino de Salomón se le conoce como: la era de los años dorados de Israel, porque fue un tiempo de paz, y de grandes riquezas. Pero quizá sería mejor llamarle: la era de oro, porque de bajo de todo lo que resplandecía del reino de Salomón, habían muchas cosas depravadas, como pasó cuando permitió la adoración de ídolos, y llenó su corte con nobles ociosos e inútiles mientras que los pobres de la tierra sufrían con todos los impuestos y con toda la labor. El imperio de Salomón estaba listo para la caída trágica que finalmente llegó.