Historias de la Biblia hebrea
JUDÍOS CAUTIVOS EN EL TRIBUNAL DE LOS REYES

Historia 99 – Daniel 1:1-2:49
En el libro de las Crónicas, leemos de Joacim, el malvado hijo del buen rey Josías. Cuando Joacim estaba reinando la tierra de Judá, Nabucodonosor, el gran conquistador de naciones, dejó Babilonia con su ejército de soldados caldeos. Tomó la ciudad de Jerusalén e hizo que Joacim prometiera someterse a él como su amo. Joacim, rompió su promesa, y cuando Nabucodonosor regresó a su tierra, se llevó todo el oro y la plata que pudo encontrar en el templo. A lo igual se llevó a muchos de los príncipes y nobles como cautivos, lo mejor de la gente en la tierra de Judá.

Cuando estos judíos llegaron a la tierra de Caldea o Babilonia, el rey Nabucodonosor le ordenó al jefe de los oficiales de su corte que escogiera de los judíos cautivos, jóvenes apuestos y que pertenecieran a la nobleza. Quería que estuvieran sin defecto físico, que tuvieran aptitudes para aprender de todo y que actuaran con sensatez; jóvenes sabios y aptos para el servicio en el palacio real. El rey quería que fueran jóvenes sabios para que le aconsejaran cómo gobernar a la gente. Entre estos jóvenes escogieron a cuatro judíos de Judá. Por orden del rey se les tenía que cambiar el nombre. Uno de ellos era Daniel y se le llamaría Beltsasar, y a los otros tres jóvenes se les llamó: Sadrac, Mesac y Abednego. A estos cuatro jóvenes se les enseñó en el conocimiento de los caldeos. Después de tres años de entrenamiento, los llevaron ante el rey. Ya que los jóvenes habían llegado al palacio, el jefe de la corte, les mandó comida especial de la mesa del rey con un vino que era exclusivo para el rey y para su nobleza. Pero, el vino y la carne de la mesa del rey, había sido parte de ofrendas a ídolos de madera y de piedra que los caldeos habían usado en su culto de adoración. Los jóvenes pensaron que si comían de este manjar, también estarían participando en la adoración a ídolos. A la vez, las leyes judías eran muy estrictas de lo que debían comer y de cómo debía ser cocinada. A ciertas clases de comidas  se les llamaba contaminadas, y a los judíos no se les permitía tocarlas.

Los jóvenes, aunque estaban tan lejos de su propia tierra y del templo, no querían hacer lo que se les había prohibido por las leyes Dios. Le dijeron al jefe de los oficiales: “No podemos comer de esta carne ni beber este vino, pues nuestra ley no lo prohíbe”. Y el jefe de los oficiales le dijo a Daniel: “Si el rey llega a verte más flaco que los otros jóvenes de tu edad, se enojará conmigo por no haberte cuidado apropiadamente. ¿Qué debo hacer? Tengo miedo que mi señor, el rey mande a cortarme la cabeza”. Y Daniel le contestó: “Danos de comer sólo verduras, y de beber sólo agua, y después de diez días compara nuestro semblante con el de los jóvenes que se alimenten con la comida real”.

El jefe de la nobleza que estaba a cargo de los jóvenes, quería mucho a Daniel, como todos los que lo conocían. Entonces hizo como Daniel le había propuesto, le retiró de su menú la carne y el vino, y en vez les dio vegetales y agua. Al cumplirse el plazo, los cuatro muchachos se presentaron ante el trono del rey Nabucodonosor, y se postraron ante él. El rey Nabucodonosor estaba muy satisfecho con ellos; más que con los otros que desfilaron en su presencia. Vio que eran fieles y sabios en el trabajo que se les dio, también que eran capaces de estar a cargo de otros. Así que estos jóvenes los pusieron en puestos muy altos en el reino de los caldeos. 

Sin embargo, uno de los cuatro jóvenes, Daniel, era más que un hombre sabio. Era un profeta como Elías, Eliseo y Jeremías. Dios le dio el don de saber el futuro, y cuando Dios le mandaba a alguien un sueño con un significado profundo, Daniel podía interpretar el significado de dicho sueño. Y en una ocasión, el rey Nabucodonosor tuvo un sueño que lo perturbaba extremadamente. Cuando despertó, él sabía que su sueño tenía un significado profundo, pero después se olvidó lo que había soñado. Mandó entonces a llamar a los hombres sabios, que en sueños pasados le habían dicho el significado de éstos, y les dijo: “Tuve un sueño que me tiene preocupado, y quiero saber lo que significa. No recuerdo lo que he soñado”. Y los sabios le dijeron: “¡Que viva Su Majestad por siempre! Cuéntenos el sueño, y nosotros le diremos lo que significa, pues nosotros no tenemos el poder de decir lo que usted soñó. Eso es trabajo de los dioses”.

El rey se enojó, ya que estos hombres clamaban que sus dioses les daban todo el conocimiento. Y les dijo: “Díganme el significado de mi sueño, y yo les daré riquezas y honor. Pero si ustedes no me dicen, sabré que son unos mentirosos y morirán”. Los sabios no pudieron hacer lo que el rey les pidió y en su furia, el rey mandó ejecutar a todos los sabios de Babilonia. Entre los sabios se encontraban Daniel, y sus tres amigos: Sadrac, Mesac y Abednego. Estos cuatro judíos tenían que morir con el resto de los hombres sabios. Y Daniel le dijo al comandante de la guardia real, el que estaba a cargo de la ejecución: “Dame un poco de tiempo para consultar a mi Dios. Yo sé que él me ayudará a interpretar el sueño del rey”.

Entonces Daniel fue llevado ante la presencia del rey Nabucodonosor, y le preguntó: “¿Puedes decirme lo que vi en mi sueño, y darme su interpretación?” Y Daniel le contestó: “Los hombres sabios de Babilonia que se refugian en sus ídolos, no pueden decirle al rey su sueño. Pero hay un Dios en el cielo que lo sabe todo, y él me ha dado, a mí su siervo, la revelación del significado de su sueño y lo que usted soñó. Este fue su sueño - Oh Su Majestad veía esta estatua enorme, de tamaño impresionante y de aspecto horrible. La cabeza de la estatua era de oro puro, el pecho y los brazos eran de plata, el vientre y los muslos eran de bronce, y las piernas eran de hierro, lo mismo que la mitad de los pies, en tanto que la otra mitad era de barro cocido. De pronto, y mientras Su Majestad contemplaba la estatua, una roca que nadie desprendió vino y golpeó los pies de hierro y barro de la estatua, y los hizo pedazos. Con ellos se hicieron pedazos el hierro y el barro, junto con el bronce, la plata y el oro. La estatua se hizo polvo, como el que vuela en el verano cuando se trilla el trigo. El viento barrió con la estatua, y no quedó ni rastro de ella. En cambio, la roca que dio contra la estatua se convirtió en una montaña enorme que llenó toda la tierra. Éste fue el sueño de Su Majestad”.

Y Daniel continuó: “Y éste es su significado: Su Majestad es rey entre los reyes; el Dios del cielo le ha enseñado lo que habrá de pasar en los años venideros. Usted es la cabeza de oro, la cabeza es su reino que usted tiene ahora. Después de Su Majestad surgirá otro reino de menor importancia. Luego vendrá un tercer reino, que será de bronce, y dominará sobre toda la tierra. Finalmente, vendrá un cuarto reino, sólido como el hierro. Y así como el hierro todo lo rompe, destroza y pulveriza, este cuarto reino hará polvo a los otros reinos. Su Majestad veía que los pies y los dedos de la estatua eran mitad hierro y mitad barro cocido. El hierro y el barro, que Su Majestad vio mezclados, significan que éste será un reino dividido, aunque tendrá la fuerza del hierro. Y como los dedos eran  también  mitad hierro y mitad barro, este reino será medianamente fuerte y medianamente débil. Su Majestad vio elementos mezclados que pueden fundirse entre sí. De igual manera, el pueblo será una mezcla que no podrá mantenerse unida. En los días de estos reyes el Dios del cielo establecerá un reino que jamás será destruido ni entregado a otro pueblo, sino que permanecerá para siempre y hará pedazos a todos estos reinos. Tal es el sentido de cuando la roca se desprendía de una montaña, y sin intervención de nadie, hizo pedazos al hierro, al bronce, al barro, a la plata y al oro. El reino de Dios será grande y gobernará a toda la tierra. Y el reino de Dios nunca terminará, estará por siempre”.

Cuando el rey Nabucodonosor escuchó esto estaba maravillado. Se postro ante Daniel y le rindió homenaje, como si Daniel fuera un dios. Después le dieron grandes regalos y lo hicieron funcionario de una parte de Babilonia. Le dio a Sadrac, Mesac y Abednego puestos oficiales de mucho rango. Pero el rey dejó a Daniel en su palacio para tenerlo cerca todo el tiempo.