El camino a casa
LA PUERTA HERMOSA

Historia 2 – Hechos 3:1-3; 4:1-21
Un día subían los apóstoles Pedro y Juan al templo a las tres de la tarde, que era la hora de la oración. Pasaron por el patio de los gentiles el cual era una plaza con pavimento de mármol conocido como el Pórtico de Salomón. A la derecha había dos filas de pilares techadas. En el frente del porche estaba la entrada principal al templo que le conocían como “la puerta hermosa.” Junto a la puerta había un hombre lisiado de nacimiento. Todos los días estaba allí para pedir limosna a los que entraban en el templo. Pedro y Juan se detuvieron antes de entrar al templo y le dijeron: “¡Míranos!” El hombre los miró esperando recibir una limosna. Mas Pedro le dijo: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy. En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y anda!” Tomándolo de la mano derecha lo levantó. Instantáneamente, los pies y tobillos del hombre cobraron fuerza. ¡Dando un salto se levantó y empezó a caminar como nunca antes! Luego entró con los apóstoles en el templo. ¡Caminaba con sus propios pies, saltando y alabando a Dios! Cuando todo el pueblo lo vio caminar y alabar a Dios, se dieron cuenta que era el limosnero que se sentaba junto a la Puerta Hermosa. Todos se llenaron de admiración al ver tal cosa.

Después de adorar a Dios en el templo, el hombre aun estaba con Pedro y Juan. Al dirigirse al Pórtico de Salomón, toda la gente corrió para ver al hombre que antes había estado lisiado y a los dos hombres que lo habían curado. Al ver esto, Pedro les dijo: “Pueblo de Israel, ¿por qué les sorprende lo que han visto? ¿Por qué nos miran como si, por nuestro propio poder hubiéramos hecho caminar a este hombre? El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros antepasados, ha glorificado a su hijo Jesús. Ustedes lo entregaron y lo rechazaron ante Pilato, aunque éste había decidido soltarlo. Rechazaron al Santo Justo, y pidieron que se soltara un asesino, Barrabás. Mataron al autor de la vida, pero Dios lo levantó de entre los muertos, y de eso nosotros somos testigos. Por la fe en el nombre de Jesús, él ha restablecido a este hombre a quien ustedes ven y conocen. Esta fe que viene por medio de Jesús lo ha sanado por completo, como les consta a ustedes. Ahora bien, hermanos, estoy seguro que ustedes no sabían que era el Hijo de Dios el Salvador el cual ustedes mandaron a la cruz. Por tanto, para que sean borrados sus pecados, arrepiéntanse y vuélvanse a Dios, a fin de que vengan tiempos de descanso de parte del Señor, y les envíe a Jesús nuevamente. Cuando Dios resucitó a su hijo, lo envió a ustedes para darles la bendición de que cada uno se arrepienta de sus maldades.” Mientras Pedro y Juan le hablaban a la gente, se les presentaron los sacerdotes, el capitán de la guardia del templo y otros dirigentes. Estaban muy disgustados por lo que había dicho Pedro. Los metieron en la cárcel por toda la noche. ¡Pero muchos de los que oyeron el mensaje creyeron, y el número de los creyentes llegaba a unos cinco mil!

Al siguiente día se reunieron los gobernantes, Anás, Caifás y otros amigos. Mandaron a traer a Pedro y a Juan, junto con ellos estaba el hombre lisiado. Ya presentes todos les preguntaron: ¿Con qué poder, o en nombre de quién, hicieron ustedes esto?” Pedro habló valientemente diciéndoles: “Gobernantes del Pueblo y ancianos: Hoy se nos culpa por haber ayudado a un inválido, ¡y se nos pregunta cómo fue sanado! Les diré que este hombre está aquí delante de ustedes, sano gracias al nombre de Jesucristo de Nazaret, crucificado por ustedes pero resucitado por Dios. En ningún otro hay salvación, porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres mediante el cual podamos ser salvos". Los gobernantes, al ver la valentía de Pedro y Juan, y al darse cuenta de que eran gente sin estudios ni preparación, quedaron asombrados y reconocieron que habían estado con Jesús. Además, vieron que el hombre que había sido sanado estaba allí mismo, por lo tanto no tenían nada que alegar, solamente reconocer que la obra maravillosa había ocurrido.

Así que les mandaron a los apóstoles que se retiraran del Consejo para que pudieran hablar en privado entre ellos. Empezaron a preguntarse lo que podían hacer con esos hombres. Se decían entre ellos: “No podemos negar que han hecho un milagro evidente y todos lo saben. Evitemos que este asunto siga creciendo entre la gente, vamos a amenazarlos para que no vuelvan a hablar del nombre de Jesús” Así que los llamaron y les ordenaron que dejaran de hablar y enseñar acerca del nombre de Jesús o sino serían castigados. Pero Pedro y Juan replicaron: “¿Es justo delante de Dios obedecerlos a ustedes en vez de obedecerlo a él? ¡Juzguen ustedes mismos! Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído". Después de nuevas amenazas, los liberaron. Los líderes temían a la gente porque ellos alababan a Dios por lo que había sucedido y por esta razón, no hallaban manera de castigarlos. Al quedar libres, Pedro y Juan volvieron a los suyos y le dieron gracias a Dios por ayudarles a hablar con valor y sin miedo.