El camino a casa
LA VOZ DEL CIELO

Historia 6 – Hechos 9:1-31; 22:1-21; Gálatas 1:11-24
El joven Saulo era un enemigo muy grande del evangelio. Él había participado en la masacre de Esteban y causó la dispersión de los creyentes. Saulo se enteró que algunos de los creyentes habían huido hacia el norte de Damasco donde estaban enseñando de Cristo. Saulo estaba determinado a destruir la iglesia en Damasco, ya que creía que había destruido la iglesia en Jerusalén. Así que fue al sumo sacerdote y le dijo: “Hágame una carta para el jefe de los judíos en Damasco, he oído que en ese lugar hay seguidores de Jesús de Nazaret. Iré con unos hombres y los encontraré para llevarlos presos a Jerusalén”. El sumo sacerdote le dio las cartas que él había pedido y después consiguió a unos hombres para que fueran con él a Damasco. Era un viaje muy largo como de diez días a caballo y en mulas. Saulo tuvo mucho tiempo en el camino, así que empezó a recordar todo el odio que sentía por la iglesia del Señor. Uno se pregunta si él recordó a Esteban con su rostro brillante; o si recordó lo paciente que eran los seguidores de Cristo con todo el daño que él mismo les causó.

No se cree que él haya pensado en lo dicho porque en el fondo de su corazón, su odio era muy grande ya que él creía de corazón que los seguidores de Jesús estaban violando las tradiciones de sus antepasados, y por esta razón, ellos tenían que pagarlo muy caro. Así se echó en marcha decidido a destruir la iglesia del Señor. Por fin ya estaba cerca de Damasco, cuando de repente, una luz del cielo relampagueó a su alrededor. La luz lo dejó ciego al ver a alguien que nunca había visto. Cayó al suelo y oyó una voz extraña que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué estás peleando contra mí?" Saulo contestó: “¿Quién eres, Señor?” La voz contestó: “¡Yo soy Jesús, a quien tratas de destruir!” Saulo temblando y sorprendido, le dijo: “¿Señor, que quieres que haga?” Y el Señor le dijo: “Levántate y entra en la cuidad, allí se te dirá lo que tienes que hacer.” Los hombres que viajaban con Saulo se detuvieron asombrados, porque oían la voz pero no podían ver el rostro del Señor. Saulo era el único que podía ver esta visión de Cristo. Lo levantaron del suelo y se dieron cuenta que no podía ver, así que lo guiaron de la mano y lo llevaron a la casa de un señor llamado Judas. Allí se quedó ciego por tres días sin comer ni beber nada, y con mucho sufrimiento mental y físico. En la obscuridad Saulo oraba a Dios y a Cristo con todo su corazón.

Había en Damasco un discípulo llamado Ananías, el cual era un hombre muy respetado y bien conocido. El Señor lo llamó por nombre diciéndole: “¡Ananías!” “Aquí estoy, Señor.” El Señor le respondió: “Ve a la casa de Judas, en la calle llamada Derecha, y pregunta por un tal Saulo de Tarso. Está orando, y ha visto en una visión a un hombre llamado Ananías, que entra y pone las manos sobre él para que recobre la vista”. Lo que el Señor le dijo a Ananías le sorprendió, así que le contestó: “Señor, he oído hablar mucho de ese hombre y de todo el mal que ha causado a tus santos en Jerusalén. Y ahora lo tenemos aquí, autorizado por los jefes de los sacerdotes, para llevarse presos a todos los que invocan tu nombre. ¿Es bueno que yo vaya a visitar a un hombre así?” Pero, el Señor le dijo a Ananías: “¡Ve!, porque ese hombre es mi instrumento escogido para dar a conocer mi nombre, tanto a las naciones y a sus reyes como al pueblo de Israel. Yo le mostraré cuánto tendrá que sufrir por mi nombre.” Ananías se fue tal y como le dijo el Señor y, cuando llegó a la casa, le impuso las manos a Saulo y le dijo: “Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino, me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo. Ahora, ¿qué esperas? Levántate, bautízate y lávate tus pecados, invocando su nombre.”

Al instante, cayó de los ojos de Saulo algo como escamas, y recobró la vista. Se levantó y fue bautizado; y habiendo comido, recobró las fuerzas. Se fortaleció en cuerpo y alma. ¡Saulo había ido con el propósito de capturar a los discípulos de Cristo en Damasco; pero ahora, su propósito no era ir como enemigo, sino como hermano en Cristo! Así que fue a la sinagoga de Damasco donde se reunían los judíos para adorar, y en seguida se dedicó a predicar afirmando que Jesús era el Hijo de Dios. Todos los que le oían se quedaban asombrados, y preguntaban: “¿No es éste el que en Jerusalén perseguía a muerte a los que invocaban ese nombre? ¿Y no ha venido aquí para llevárselos presos y entregarlos a los jefes de los sacerdotes?” Pero Saulo cobraba cada vez más fuerzas y confundía a los judíos que vivían en Damasco, demostrándoles que Jesús era el Mesías. Saulo no se quedó mucho tiempo en Damasco, sino que fue a un lugar tranquilo en el desierto de Arabia, donde se quedó por más de un año meditando en el evangelio y aprendiendo mucho del Señor.

Nuevamente Saulo regresó a Damasco predicando a Cristo y la salvación en su nombre, no solamente a los judíos, sino que también a los gentiles. Esto hizo que los judíos en Damasco se enojaran mucho. Los judíos se pusieron de acuerdo para matarlo, y día y noche vigilaban de cerca las puertas de la ciudad con el fin de atraparlo. Pero los discípulos se lo llevaron de noche y lo bajaron en un canasto por una abertura en la muralla, y así, él escapó sin ningún peligro. Saulo regresó a Jerusalén después de haberse ido por tres años. Cuando partió, él era el enemigo de Cristo número uno; ahora de regreso, él es un seguidor de Cristo. Todos los creyentes le tenían miedo, porque no creían que de verdad fuera discípulo. Entonces Bernabé, el que había donado su terreno a la iglesia, creyó en el cambio de Saulo y lo llevó ante Pedro. Bernabé le dijo en detalle cómo en el camino había visto al Señor, el cual había predicado con libertad en el nombre de Jesús. Después de oír esto, Pedro tomó a Saulo de la mano y lo recibió como discípulo de Cristo. Así que Saulo se quedó en Jerusalén por unas semanas predicando a los judíos en las sinagogas tal y como Esteban lo había hecho; enseñando que Jesús es el Salvador de los judíos y de los gentiles. (“Gentiles” era el nombre que los hijos de Israel les habían dado a todas las otras naciones).

Cuando Saulo predicaba que los gentiles podían se salvos por Cristo, los hijos de Israel se enfurecieron de la misma manera en que Saulo se había enfurecido años atrás cada que oía a Esteban predicar el mismo evangelio. Los hijos de Israel no querían creer lo que Saulo estaba diciendo, por esa razón planeaban en matarlo de la misma manera en que mataron a Esteban. Un día, mientras que Saulo oraba en el templo tuvo una visión y vio al Señor que le hablaba: “¡Date prisa! Sal inmediatamente de Jerusalén, porque no aceptaran tu testimonio acerca de mí.” Saulo le respondió: “Ellos saben que yo andaba de sinagoga en sinagoga encarcelando y azotando a los que creía en ti; y cuando derramaron la sangre de tu siervo Esteban, ahí estaba yo, dando mi aprobación y cuidando la ropa de quienes lo mataban”. El Señor le contestó: “Vete; yo te enviaré lejos a los gentiles.” Saulo sabía que su trabajo no era de predicarles el evangelio a los judíos, sino que a los gentiles, gente de otras naciones. Los discípulos en Jerusalén lo ayudaron a escapar de sus enemigos y lo llevaron hacia la ciudad de Cesaría.

De ahí, Saulo encontró un barco que navegaba a Tarso, una ciudad en Asia Menor. Tarso fue el lugar donde Saulo nació y donde creció. Regresó a este lugar donde se quedó por unos años sin el peligro de los judíos. Trabajaba haciendo carpas en lo que predicaba el evangelio en Tarso. Saulo no iba a quedarse callado, así que él siguió predicando el evangelio en los alrededores de Tarso. Ahora que Saulo el “enemigo” se había convertido el Saulo el “amigo” del evangelio, todas las iglesias en Judea, Samaria y en Galilea podían descansar en paz. Los seguidores de Cristo podían predicar sin temor y el número de creyentes creció rápidamente ya que el Señor estaba con ellos. Por toda la tierra desde Galilea hasta el desierto en el sur, había reuniones de los que creían en Jesús como el Salvador. Los apóstoles Pedro y Juan siguieron predicando la forma de vida.