El camino a casa
El ÚLTIMO VIAJE DE PABLO A JERUSALÉN

Historia 14 – Hechos 20:2-21:16
Después de pasar tres años en Éfeso en Asia Menor, Pablo navegó a través del Mar Egeo hacia Macedonia. Visitó nuevamente a las iglesias de Filipo, Tesalónica y Berea, más tarde fue por la parte sureña de Grecia para visitar a la iglesia en Corinto. -¿Recuerdas las dos cartas largas que Pablo escribió a la iglesia en Corinto? Judit le dijo que sí.- Cuando Pablo visitó las iglesias, les habló de los creyentes judíos en Cristo en Jerusalén y en Judea. Estos hermanos eran muy pobres y tenían muchas necesidades económicas, pero como se habían convertido a Cristo, los otros judíos no querían ayudarles. Así que Pablo les pidió a todas las iglesias gentiles que mandaran ofrendas a los hermanos. En las cartas les dijo: “Estas personas les han mandado el evangelio a ustedes, ahora ustedes manden ofrendas para demostrar su aprecio y el agradecimiento a Dios por mandar a su Hijo como ofrenda de salvación de pecados.”

Todas las iglesias escogieron algunos hombres para que fueran con Pablo a llevar las ofrendas a Jerusalén. Los hermanos se adelantaron y esperaron a Pablo en Troas, en las orillas de Mar Egeo. El doctor Lucas, amigo de Pablo se reunió con él nuevamente en Filipos, después zarparon juntos a Troas; allí el resto de los discípulos se reunió con ellos quedándose por una semana. En la noche del primer día de la semana se reunieron, ya que Pablo salía al día siguiente rumbo a Jerusalén. La reunión se hizo en el cuarto del piso de arriba, estaba llena de gente que quería oír a Pablo. En lo que Pablo estaba dando su discurso, un joven llamado Eutico estaba sentado en una ventana y se quedó profundamente dormido, se cayó desde el segundo piso y lo recogieron muerto. Pablo lo abrazó y les dijo: “¡No se alarmen, está vivo!” Luego volvió al cuarto, partió el pan y tomaron la Cena del Señor, y siguió hablando hasta el amanecer. Todos estaban muy contentos de que el joven que se había caído de la ventana, estaba con vida.

Se embarcaron y zarparon para Asón, allí iban a encontrarse con Pablo ya que él iba a ir por tierra. De Asón navegaron entre las islas del Mar Egeo hasta llegar a Mileto, cerca de Éfeso. Desde Mileto, Pablo mandó llamar a los ancianos de la iglesia de Éfeso. Cuando llegaron, les dijo: “Ustedes saben cómo me porté todo el tiempo que estuve con ustedes, desde el primer día que vine a la provincia de Asia. He servido al Señor con toda humildad y con lágrimas, a pesar de haber sido sometido a duras pruebas por las tretas de los judíos. Ustedes saben que no he titubeado en predicarles lo que es de provecho, sino que les he enseñado públicamente y, en las casas para que todos se vuelvan de sus pecados y se conviertan al Señor Jesucristo. Y ahora voy a Jerusalén por el Espíritu, sin saber lo que allí me espera. Lo único que sé es que en todas las ciudades el Espíritu Santo me asegura que me esperan prisiones y sufrimientos. Sin embargo, considero que mi vida carece de valor para mí mismo, con tal de que termine mi carrera y lleve a cabo el servicio que me ha encomendado el Señor Jesús, lo cual es dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios. Yo sé que ninguno de ustedes, entre quienes he andado predicando el reino de Dios, volverá a verme.

Tengan cuidado de sí mismos y de todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo los ha puesto como pastores para pastorear la iglesia de Dios, que él adquirió con su propia sangre. Sé que después que me vaya entrarán en medio de ustedes lobos feroces que procurarán acabar con el rebaño. Aún entre ustedes mismos se levantarán algunos que enseñarán falsedades para arrastrar a los discípulos que los sigan. Así que estén alerta. Recuerden que de día y de noche, durante tres años, no he dejado de advertir con lágrimas a cada uno en particular. Ahora los encomiendo a Dios y al mensaje de su gracia, mensaje que tiene poder para edificarlos y dales herencia entre todos los santificados. No he codiciado ni la plata ni el oro ni la ropa de nadie. Ustedes mismos saben bien que estas manos se han ocupado de mis propias necesidades y de las de mis compañeros. Con mi ejemplo les he mostrado que es preciso trabajar duro para ayudar a los necesitados, recordando: “Hay más dicha en dar que en recibir,” las cuales son palabras del Señor Jesús.” Después de decir esto, Pablo se puso de rodillas con todos ellos y oró. Todos lloraban inconsolablemente mientras lo abrazaban y lo besaban. Lo que más los entristecía era su declaración de que ellos no volverían a verlo. Luego lo acompañaron hasta el barco y lo vieron alejarse.

Pablo y su compañía navegaron entre las islas hacia la tierra de Judéa y las orillas de Tiro. Allí encontraron a los discípulos y se quedaron con ellos por una semana. Ellos por medio del Espíritu de Dios le dijeron que no subieran a Jerusalén. Pero al cabo de algunos días, partieron y continuaron su viaje. Todos los discípulos, incluso las mujeres y los niños, los acompañaron hasta las afueras de la ciudad, y allí en la playa se arrodillaron y empezaron a orar. Luego zarparon a Tiro. Llegaron a un lugar llamado Tolemaida y después llegaron a Cesarea. –“¿Recuerdas Cesarea?” Judit respondió: “Fue el lugar donde Pedro le dio el mensaje a Cornelio.” Mamá contestó: “Sí, y también en Cesarea fue donde Pablo encontró a Felipe, el hombre que predicó a los samaritanos y al hombre de Etiopía. En esos días pasados, Pablo al que llamaban Saulo, había sido enemigo de Felipe y lo corrió de Jerusalén. Ahora se encontraron como amigos y hasta se hospedó con él.”

Cuando Pablo estaba en Cesarea, había un hombre que venía de Jerusalén llamado Ágabo. Él era un profeta y Dios le había dado una revelación para Pablo. Tomando su cinturón, lo ató de pies y manos, y dijo: “El Espíritu de Dios dice que de esta manera ataran los judíos de Jerusalén al dueño de este cinturón, y lo entregaran en manos de los gentiles.” Al oír esto, todos los amigos de Pablo, incluyendo Felipe y los discípulos en Cesarea, le rogaron que no subiera a Jerusalén. Pablo respondió: “¿Por qué lloran? ¡Me parten al alma! Por el nombre del Señor Jesús estoy dispuesto no sólo a ser atado sino también a morir en Jerusalén.”

Como no se dejaba convencer, dejaron de persuadirlo y exclamaron: “¡Que se haga la voluntad del Señor!” Después de esto, Pablo y sus amigos subieron a Jerusalén. Algunos de los discípulos de Cesarea los acompañaron también. Así que una vez más y por última vez, Pablo estaba en su ciudad.