El camino a casa
DOS AÑOS EN PRISIÓN

Historia 16 – Hechos 22:30-24:27
Después que Pablo había sido rescatado de la multitud de judíos, tuvieron que meterlo en el cuartel al norte del templo. El comandante quería saber por qué los judíos odiaban a Pablo con pasión. Así que mando a reunir al jefe de los sacerdotes, a los dirigentes y ante ellos trajeron a Pablo del cuartel. Pablo se quedó mirándolos fijamente y les dijo: –Hermanos, toda mi vida he tratado de hacer la voluntad de Dios. Ananías, el sumo sacerdote estaba allí en el consejo; vestido en túnicas blancas como el resto de los sacerdotes. Estaba tan enrabiado de las palabras de Pablo, que ordenó que lo golpearan en la boca. Pablo reaccionó: – ¡Hipócrita, a usted también lo va a golpear Dios! ¡Ahí está sentado para juzgarme según la ley!, ¿y usted mismo viola la ley al mandar que me golpeen? Los que estaban junto a Pablo le preguntaron: – ¿Cómo te atreves a insultar al sumo sacerdote de Dios? – Pablo les respondió: – Hermanos, no me había dado cuenta de que es el sumo sacerdote, de hecho está escrito: “No hables mal del jefe de tu pueblo.” Pablo pudo ver que el consejo estaba dividido, y cuando dijo algo favorable hacia a un grupo, se pusieron de pie y protestaron: “No encontramos ningún delito en este hombre. ¿Acaso no podría haberle hablado un espíritu o un ángel?” Se tornó tan violento el altercado que el comandante tuvo miedo de que hicieran pedazos a Pablo. Así que ordenó a los soldados que bajaran para sacarlo de allí por la fuerza y llevárselo al cuartel. A la noche siguiente el Señor se apareció a Pablo, y le dijo: “¡Ánimo! Así como has dado testimonio de mí en Jerusalén, es necesario que lo des también en Roma.”

Muy de mañana los judíos tramaron una conspiración y juraron bajo maldición no comer ni beber hasta que lograran matar a Pablo. Más de cuarenta hombres estaban involucrados en esta conspiración. Se presentaron ante los jefes de los sacerdotes y los ancianos, y les dijeron: “Nosotros hemos jurado bajo maldición no comer nada hasta que logremos matar a Pablo. Ahora, con el respaldo del consejo, pídanle al comandante que haga venir al reo ante ustedes, con el pretexto de obtener información más precisa sobre su caso. Nosotros estaremos listos para matarlo en el camino.” Pero cuando el hijo de la hermana de Pablo se enteró de esta emboscada, entró en el cuartel y avisó a Pablo. Este llamó a uno de los centuriones y le pidió: “Lleve a este joven al comandante, porque tiene algo que decirle. Así que el centurión lo llevó al comandante, y le dijo: “El preso Pablo me llamó y me pidió que le trajera este joven, porque tiene algo que decirle.” El comandante tomó de la mano al joven, lo llevó a parte y le preguntó: “¿Qué quieres decirme?” –Los judíos se han puesto de acuerdo para pedirle a usted que mañana lleve a Pablo ante el consejo con el pretexto de obtener información más precisa acerca de él. No se deje convencer, porque más de cuarenta de ellos lo esperan para emboscarlo. Han jurado bajo maldición no comer ni beber hasta que hayan logrado matarlo–. El comandante despidió al joven con la advertencia de que no dijera nada a nadie.

Entonces el comandante llamó a dos de sus centuriones y les ordenó: “Alisten un destacamento de doscientos soldados de infantería, setenta de caballería y doscientos lanceros para que vayan a Cesarea esta noche a las nueve. Y preparen cabalgaduras para llevar a Pablo sano y salvo al gobernador Félix.” El comandante escribió esta carta: –Claudio Lisia manda saludos a su excelencia, el gobernador Félix. Los judíos prendieron a este hombre y estaban a punto de matarlo. Yo quería saber de qué lo acusaban, así que lo llevé al consejo judío. Descubrí que lo acusaban de algunas cuestiones de su ley, pero no había contra él cargo alguno que mereciera la muerte o la cárcel. Cuando me informaron que se tramaba una conspiración contra este hombre, decidí enviarlo a usted en seguida. También les ordené a sus acusadores que expongan delante de usted los cargos que tengan contra él.

Así que los soldados, según se les había ordenado, tomaron a Pablo y se lo llevaron de noche hasta Antípatris. Al día siguiente dejaron que la caballería siguiera con él mientras ellos volvían al cuartel. Cuando la caballería llegó a Cesarea, le entregaron la carta al gobernador y le presentaron también a Pablo. Félix leyó la carta y le pregunto de qué provincia era. Al enterarse de que Pablo era de Cilicia, le dijo: “Te daré una audiencia cuando lleguen tus acusadores.” Y ordenó que lo dejaran bajo custodia en el palacio de Herodes. Cinco días después, el sumo sacerdote Ananías bajó de Cesarea con algunos de los ancianos y un abogado llamado Tértulo, para presentar ante el gobernador las acusaciones contra Pablo.

Tértulo dijo en su discurso que uno de los cargos en contra de Pablo era de provocar disturbios, quebrantar la ley, y muchas obras malas. También dijo que él encabezaba el partido de los nazarenos, (ese era el nombre que le habían dado a la iglesia del Señor). Todos los judíos estaban de acuerdo con la acusación, diciendo que todo era verdad. Cuando el gobernador, con un gesto, le concedió la palabra, Pablo respondió: –Sé que desde hace muchos años usted ha sido juez de esta nación; así que de buena gana presento mi defensa. Usted puede comprobar fácilmente que no hace más de doce días que subí a Jerusalén para adorar. Mis acusadores no me encontraron discutiendo con nadie en el templo, ni promoviendo motines entre la gente en las sinagogas ni en ninguna otra parte de la ciudad. Tampoco pueden probarle a usted las cosas de que ahora me acusan. Sin embargo, esto sí confieso: que adoro al Dios de nuestros antepasados siguiendo este Camino que mis acusadores llaman “el partido de los nazarenos.” Estoy de acuerdo con todo lo que enseña la ley y creo lo que está escrito en los profetas. Tengo en Dios la misma esperanza que estos hombres profesan, de que habrá una resurrección de los muertos. En todo esto procuro conservar siempre limpia mi conciencia delante de Dios y de los hombres. Después de una ausencia de varios años, volví a Jerusalén para traerle donativos a mi pueblo y presentar ofrendas; en eso me encontraron en el templo. No me acompañaba una multitud ni estaba involucrado en ningún disturbio. Los que me vieron eran algunos judíos de la provincia de Asia Menor, y son ellos los que deberían estar aquí si es que tienen algo en contra mía.

Entonces Félix, el gobernador, que estaba bien informado de la iglesia de nuestro Señor y sus seguidores de Jesús, suspendió la sesión y les dijo: “Cuando venga el comandante Lisias, decidiré su caso.” Luego le ordenó al centurión que mantuviera custodia de Pablo, pero que le diera cierta libertad y permitiera que sus amigos lo atendieran. Algunos días después, Félix con su esposa Drusila, que era judía, mandó a llamar a Pablo y lo escuchó hablar acerca de la fe en Cristo Jesús. Al hablar Pablo sobre la justicia, el dominio propio y el juicio venidero, Félix tuvo miedo y le dijo: “¡Basta por ahora! Puedes retirarte. Cuando sea oportuno te mandaré llamar otra vez.” Félix también esperaba que Pablo le ofreciera dinero; por eso mandaba llamarlo con frecuencia y conversaba con él. Dos años transcurridos, Pablo estaba en la prisión de Cesarea. Después, Félix tuvo que regresar a Roma; tuvo como sucesor a Porcio Festo. Como Félix quería congraciarse con los judíos, dejo preso a Pablo.