El camino a casa
EL TRONO DE DIOS

Historia 20 – Apocalipsis 1:12-20; 4:1-5:14
Se oyó la puerta de un carro y Judit dijo: “Ya llegó papi”. La puesta del sol se veía entre las nubes grises. La mayor parte de la tormenta ya había pasado, y solamente quedaba una lluvia ligera. Cuando el papá entro en la sala preguntó: “¿Qué están haciendo?” Como vio la Biblia abierta encima de la mesa dijo: “¿Qué han estado leyendo?”–El camino a casa–, Judit contestó. –Mi mamá y yo estamos en el camino a casa, ¿quieres venir con nosotros?– El papá sonrió y le dijo que sí. Puso más leña en el fuego y se sentó junto de Judit, la mamá dijo: “Acabamos de hablar de los amigos de Pablo en Roma. Ustedes dos sigan leyendo, “El camino a casa”, en lo que preparo la cena”. Judit se acurrucó con su papá y se le quedó viendo entusiasmada esperando que empezara a leer. Abrió la Biblia en el libro de Apocalipsis y dijo: – ¿Recuerdas el apóstol Juan, al que Jesús quería mucho? –Judit le dijo que sí–. Cuando Juan ya estaba grande, un emperador cruel romano lo puso en la cárcel en una isla pequeña de Patmos, la cual está en el Mar Asiático, no muy lejos de Éfeso. Cuando Juan estaba en prisión allí, el Señor Jesucristo vino y le enseñó algunas cosas que iban a pasar.

Fue en el primer día de la semana, el día del Señor, cuando de repente Juan escuchó una voz fuerte detrás de él. La voz que oyó era tan fuerte como una trompeta. Voltio a ver de dónde venía la voz. Vio siete candelabros de oro, y en medio de los candelabros estaba El que Juan conocía como su Señor Jesucristo. Pero Cristo se veía aún más glorioso de lo que había sido como hombre en la tierra. Estaba vestido con una túnica que le llegaba hasta los pies y una banda de oro en el pecho. Su cabellera lucía blanca como la lana, como la nieve; y sus ojos resplandecían como llama del fuego. Sus pies parecían bronce al rojo vivo en un horno, y su voz era tan fuerte como el estruendo de una catarata. En su mano derecha tenía siete estrellas, su rostro era como el sol brillando en todo su esplendor. Al ver a su Señor con todo este esplendor, tuvo miedo y cayó ante él. Sintió la mano derecha de Cristo y escuchó la voz del Señor que le decía: “No tengas miedo. Yo soy el Primero y el Último, y el que vive. Estuve muerto, pero ahora vivo por los siglos de los siglos. Escribe lo que has visto, lo que sucede ahora y lo que sucederá después, te enviaré a las siete iglesias en Asia. Las siete estrellas que ves en mi mano derecha son el ministerio de las siete iglesias; y los siete candelabros de oro a mi alrededor son las siete iglesias”. Después el Señor le dio a Juan las palabras que tenía que escribir a las siete iglesias en la parte de Asia, y la primera era la de Éfeso. A cada iglesia se le mandaría una carta diferente, pero el mensaje principal que el Señor quería darles, era para alabarlos y reprenderlos. Cuando esto se les había dicho a las iglesias, Juan miró allí en el cielo una puerta abierta. Y una voz que le había hablado antes con sonido como de trompeta le dijo: –Sube acá, voy a mostrarte lo que tiene que suceder.

Al instante, fue llevado al trono de Dios en el cielo, y vio a alguien sentado en el trono. Juan casi no podía ver al que estaba sentado porque lo rodeaba una gloria brillante. Alrededor del trono había un arco iris de muchos colores. Rodeaban al trono otros veinticuatro tronos, en los que estaban sentados veinticuatro ancianos vestidos de blanco y con una corona de oro en la cabeza. Del trono salían relámpagos, estruendos y truenos. Delante del trono había un mar como de cristal y junto al trono había cuatro seres vivientes muy extraños, cada uno con seis alas que decían: “Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era y que es y que ha de venir”. Y los ancianos se postraban y adoraban al que estaba en el trono y ante él dejaban sus coronas a sus pies diciendo: “Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, la honra y el poder, porque tú creaste todas las cosas”.

En la mano derecha del que estaba sentado en el trono, Juan vio un rollo escrito por ambos lados y sellado con siete sellos. También vio un ángel poderoso que proclamaba a gran voz: – ¿Quién es digno de romper los sellos y de abrir el rollo? Pero ni en el cielo ni en el atierra, ni debajo de la tierra, hubo nadie capaz de abrirlo. Y lloraba Juan mucho porque no se había encontrado a nadie que fuera digno de abrir el rollo ni de ver lo que tenía. Uno de los veinticuatro ancianos le dijo: – ¡Deja de llorar, que ya el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido y es digno de abrir el libro y sus siete sellos!

Entonces, Juan vio en medio de los cuatro seres vivientes y del trono y los ancianos, a Jesucristo, el Cordero de Dios que estaba de pie y parecía haber sido sacrificado. Tenía las heridas de la cruz en sus manos, pies y en sus lados. Se acercó y tomó el rollo de la mano derecha del que estaba sentado en el trono. Cuando lo tomó, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero. Cada uno tenía un arpa y copas de oro llenas de incienso que se usaba en el templo, son las oraciones del pueblo de Dios. Y entonaban ese nuevo cántico: – ¡Digno es el Cordero, que ha sido sacrificado, de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la fortaleza y la honra, la gloria y la alabanza!