Historias de la Biblia hebrea
DANIEL Y LA GUARIDA DE LEONES

Historia 103 – Daniel 6:1-28
La tierra que había sido el imperio de Babilonia o Caldea, ahora era el imperio de Persia, y Darío era el rey. Daniel ya era muy anciano, y el rey Darío le había dado honor y poder. Darío le había otorgado el lugar número uno a Daniel por ser un hombre sabio y por su habilidad de dirigir. Esto hizo que los otros príncipes y dirigentes le tuvieran envidia a Daniel, y por eso, trataban de encontrar los errores de Daniel para hacerlo quedar mal ante el rey.

Estos hombres sabían que Daniel iba a su cuarto tres veces al día, abría la ventana y se arrodillaba ante Jerusalén; y allí frente a esa vista, oraba a Dios. En ese entonces, Jerusalén se encontraba en ruinas y el templo estaba destruido. Y aunque estaba muy lejos, Daniel oraba tres veces diariamente con su rostro hacia el lugar donde, en un entonces había estado la casa de Dios. Los nobles que querían hacerle daño a Daniel, vieron esto como una oportunidad para meter a Daniel en problemas, y quizá, hasta causarle la muerte.

Estos hombres fueron al rey y le dijeron: “Todos los dirigentes hemos acordado que Su Majestad debiera hacer una ley que exija que, durante los próximos treinta días, sea arrojado al foso de los leones todo el que adora a cualquier otro dios y cualquier otro hombre que no se Su Majestad. Publique usted ahora un decreto y póngalo por escrito. Así, conforme a la ley de los medos y los persas, no podrá ser cambiada”. Y con este engaño, al rey le gustó ser más importante que los dioses, sin tomar en cuenta la opinión de Daniel y así, firmó la ley. El rey Darío expidió el decreto y lo puso por escrito, todo el reino se enteró que por treinta días nadie podía orar a otro dios.

Daniel sabía la nueva ley, sin embargo, oraba tres veces al día en su cuarto con la ventana que daba a Jerusalén, y alababa a Dios como era su costumbre. Cuando aquellos hombres llegaron y encontraron a Daniel orando y pidiendo la ayuda de Dios, fueron a hablar con el rey y le dijeron: “¿No es verdad que Su Majestad publicó un decreto? Según entendemos, todo el que en los próximos treinta días adore a otro dios, será arrojado al foso de los leones”. El rey contestó: “El decreto sigue en pie”.

Ellos le respondieron: “¡Pues Daniel, que es uno de los exiliados de Judá, no toma en cuenta a Su Majestad! ¡Todavía sigue orando a su Dios tres veces al día, como si usted no hubiera pasado dicha ley!” Cuando el rey escuchó esto, se deprimió mucho y se propuso salvar a Daniel, así que durante todo el día buscó la forma de hacerlo. Pero aquellos hombres siguieron presionando al rey, y le recordaron que la ley se debía obedecer.

Entonces, contra su propia voluntad, el rey dio la orden para que arrojaran a Daniel al foso de los leones. Allí el rey animaba a Daniel: “¡Que tu Dios, a quien siempre sirves se digne salvarte!” Daniel fue arrojado al foso de los leones, luego trajeron una piedra, y con ella taparon la boca del foso. El rey lo selló con su propio anillo y con el de sus nobles, para que la sentencia contra Daniel no pudiera ser cambiada y sacar a Daniel. Luego volvió a su palacio y pasó la noche sin comer y sin divertirse, y hasta el sueño se le fue tan sólo de pensar en Daniel.

Tan pronto como amaneció, se levantó y fue al foso de los leones. Ya cerca, lleno de ansiedad, rompió el sello, removió la piedra, y gritó: “Daniel, siervo del Dios viviente, ¿pudo tu Dios, a quien siempre sirves, salvarte de los leones?” Y desde el fondo del pozo, Daniel contestó: “¡Que viva Su Majestad por siempre! Mi Dios envió a su ángel y les cerró la boca a los leones. No me han hecho ningún daño, porque Dios bien sabe que soy inocente. ¡Tampoco he cometido nada malo contra Su Majestad!” Sin ocultar su alegría, el rey ordenó que sacaran del foso a Daniel. Cuando lo sacaron, no se le halló un solo rasguño, pues Daniel confiaba en su Dios. Entonces el rey estaba tan furioso, que mandó traer a los que falsamente lo habían acusado, y ordenó que los arrojaran al foso de los leones, junto con sus esposas y sus hijos. ¡No habían tocado el suelo cuando y los leones habían caído sobre ellos y les habían triturado los huesos!

Pensándolo bien, fue injusto y cruel que las esposas y los hijos hayan pagado por lo que los hombres hicieron, pues ellos no habían hecho nada malo, a lo igual que el rey Darío y Daniel. Sin embargo, en esa parte del mundo, dichas cosas eran muy comunes en esos días. La gente no apreciaba la vida humana, ni la protegía; los niños sufrían y morían por la culpa de los padres.

Más tarde el rey Darío mandó este decreto a los reinos de las regiones que él gobernaba: “¡Paz y prosperidad para todos! He decretado que en todo lugar de mi reino la gente adore y honre al Dios de Daniel. Porque él es el Dios vivo, y permanece para siempre; él rescata y salva”.

Daniel le ayudó al rey Darío por el resto de su reinado. También le ayudó al rey Ciro de Persia. Daniel vivió por muchos años más después que Dios lo salvó de los leones. Se le siguieron revelando más sueños y visiones de los años venideros, incluso, hasta de la venida de Jesucristo.