Historias de la Biblia hebrea
LA HISTORIA DE UN VIAJE JUBILOSO
Historia 104 – Edras 1:1-3:7
En la historia del reino de Israel, o de las Diez Tribus, vimos cómo el gran imperio de Asiria surgió de la ciudad de Nínive, en el río Tigris. También hemos visto cómo este imperio gobernaba todas las tierras y cómo se llevó en cautiverio a las diez tribus de Israel, del cual nunca pudieron regresar a su propia tierra. La caída del imperio de Asiria dio el principio del imperio de Babilonia o Caldea, bajo el poder de Nabucodonosor. Tan pronto como Nabucodonosor murió, el imperio de Babilonia comenzó a derrumbarse. Su lugar lo tomó otro imperio llamado Persa, bajo el liderazgo de Ciro. A éste se le conoce como el Gran Ciro, debido a sus muchas victorias que tuvo, y por el tamaño de su reino. Su reino fue aún más grande que el de Asiria y el de Caldea, ya que reinaba sobre todo Egipto, sobre todas las regiones del Asia Menor y muchas regiones al este.
El gran rey Ciro, era amigo de los judíos. En este tiempo, los judíos aún vivían en la tierra de Caldea, entre los ríos Tigris y Éufrates. Ya habían pasado setenta años desde que Nabucodonosor se había llevado la primera compañía de cautivos de Judá a Babilonia. Cincuenta años atrás, la ciudad de Jerusalén había sido quemada. En este entonces, ya no se les consideraba a los judíos como cautivos, ya que eran propietarios de casas, tenían propias fincas y vivían muy tranquilos. Muchos de ellos eran ricos, y muchos, como Daniel y sus amigos, trabajaban en las cortes reales. Si recuerdas, en el primer año del cautiverio, el profeta Jeremías escribió una carta a los que se habían llevado a Babilonia. En la carta les decía que después de setenta años, regresarían a su propia tierra. Pues bien, los setenta años habían pasado. Los ancianos en cautiverio ya habían muerto en Caldea, pero los hijos y los nietos de éstos, aún amaban a la tierra de Judá y sentían que pertenecían a ella, aunque estaban muy lejos.
En el primer año del reinado de Ciro, rey de Persia, el Señor dispuso el corazón del rey para que éste hiciera un decreto en todo su reino para los judíos, diciendo que podían regresar a su tierra. Esto fue lo que mandó que circulara: “Esto es lo que ordena Ciro, rey de Persia: – El Señor, Dios del cielo, que me ha dado todos los reinos de la tierra, me ha encargado que le construya un templo en la ciudad de Jerusalén, que está en Judá. Por tanto, cualquiera que pertenezca a Judá, vaya a Jerusalén a construir el templo del Señor. También ordeno que los habitantes judíos que se queden aquí, los ayuden dándoles plata y oro, bienes y ganado, y ofrendas voluntarias para el templo de Dios en Jerusalén”.
Esto alegró mucho a los judíos en Caldea, porque amaban su tierra y anhelaban regresar a ella. Uno de ellos escribió una canción. Es el Salmo 126:
Cuando el Señor hizo volver a Sion a los cautivos, nos parecía estar soñando.
Nuestra boca se llenó de risas; nuestra lengua, de canciones jubilosas. Hasta los otros pueblos decían: “El Señor ha hecho grandes cosas por ellos.”
Sí, el Señor ha hechos grandes cosas por nosotros, y eso nos llena de alegría.
Ahora, Señor, haz volver a nuestros cautivos como hacer volver los arroyos de desierto.
El que con lágrimas siembra, con regocijo cosecha.
El que llorando esparce la semilla, cantando recoge sus gavillas”.
Así que los judíos comenzaron a hacer preparativos para su viaje de regreso a su tierra. Muchos de los que eran ricos decidieron quedarse en Caldea y en otras partes del imperio de Persia. Pero aunque no fueron, ayudaron con plata y oro, bienes y ganado, objetos valiosos y todo tipo de ofrendas voluntarias. Además el rey Ciro hizo sacar los utensilios del tesoro de Babilonia que Nabucodonosor se había llevado del templo del Señor en Jerusalén. Les dio todos los utensilios a los judíos para que los usaran en el nuevo templo que construirían muy pronto. Entre estos utensilios había tazones de oro y plata, cuchillos, tazas de oro y plata y objetos diversos, los cuales eran más de cuatro mil. Y con todas las donaciones del rey, del pueblo y las posesiones de los que iban a Judá; se llevaron una cantidad muy grande de oro y plata.
Era un grupo de gente muy feliz que regresaba a la tierra que les pertenecía, aunque muy pocos de ellos la habían visto. En total eran cuarenta y dos mil de ellos, sin contar los criados que les iban ayudando en el viaje. Subieron lentamente al río Éufrates cantando canciones de júbilo hasta que llegaron a la parte del norte del gran desierto. Después se fueron hacia la parte sur y viajaron junto de las montañas de Líbano, pasaron Damasco por Siria y; ¡finalmente llegaron a la tierra de sus padres, la tierra de Judá!
Aunque con mucha alegría, seguramente sintieron tristeza de ver la ciudad de Jerusalén en ruinas, con montones de piedras negras, las murallas caídas, y donde antes estaba el templo, ahora veían un montón de cenizas. Cuando llegaron, encontraron la roca donde había estado el altar del Señor; esta era la misma roca que en años atrás, David había ofrecido un sacrificio. Barrieron la parte lisa de la roca y juntaron piedras para construir el altar del Señor. Jesúa, el sumo sacerdote comenzó a ofrecer sacrificios, los cuales no se habían ofrecido en el altar por más de cincuenta años. Todos los días por la mañana y por la tarde ofrecían holocaustos al Señor, de esta manera le daban sus corazones a Dios y le pedían por su ayuda.
De aquí en adelante se dividieron dos grupos diferentes de judíos: Los que regresaron a la tierra de Judá o Israel, eran los “hebreos”, el cual era un nombre viejo para los israelitas. Y los que se quedaron en Caldea en el imperio de Persia, que se les llamó los “judíos de la dispersión”. La mayoría de los judíos vivían en Caldea y por todo el imperio Persa, los demás vivían en su propia tierra, donde se hicieron más ricos. Muchos de ellos iban a Jerusalén de visita y para adorar; otros muchos mandaban cuantiosas ofrendas. Así que entre las dos divisiones de judíos, había una relación muy cercana. Sabían que no importaba la tierra donde vivieran, siempre serían una misma gente.
Los judíos que habían estado en cautiverio en la tierra de Babilonia, eran libres de ir donde ellos quisieran. Poco tiempo después se encontrarían judíos en muchas ciudades del imperio de Persia. Aparte de estar en Israel, también unos se fueron a muchas ciudades grandes en África y Europa. Cuando los judíos regresaron a su tierra, su dirigente era Zorobabel, lo que significa “nacido en Babilonia”. Él pertenecía a la familia de David, y aunque le decían príncipe, él gobernaba bajo el rey Ciro, ya que Judá, (en este tiempo se le empezó a conocer como Judea), era una provincia del gran imperio de Persia.