Historias de la Biblia hebrea
LA GRAN CLASE BÍBLICA DE ESDRAS EN JERUSALÉN
Historia 109 – Nehemías 8:1-13:31; Malaquías 1:1-4:6
Cuando ya se había terminado de construir la muralla, Nehemías mandó que todo el pueblo judío se reuniera. Vinieron de todas las aldeas y ciudades de la región para reunirse en Jerusalén. Había una compañía muy grande con sus esposas y niños, se reunieron en frente del templo. Esdras, el buen sacerdote y escriba, el cual había completado el gran trabajo de hacer copias de los libros de la Biblia hebrea, se encontraba en la ciudad. Le pidieron traer el libro de la ley del Señor para que él se los leyera. Con él traía los rollos donde la ley estaba escrita. Se puso de pie en una plataforma de madera construida para la ocasión para que todos lo vieran. Esdras iba acompañado por los hombres que él mismo les había enseñado la ley para que enseñaran a otros.
Esdras, a quien la gente podía ver ya que estaba en un lugar más alto, desenrolló el rollo y todo el pueblo se puso de pie. Entonces Esdras bendijo al Señor por haberles dado la ley. Y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: “¡Amén, amén!” Luego adoraron al Señor, inclinándose hasta tocar el suelo con la frente. Esdras comenzó a leer el libro en voz alta para que todos pudieran escuchar. El libro estaba escrito en el antiguo idioma de hebreo y algunos de ellos no lo entendían. Así que Esdras escogió algunos hombres para que se pararan junto a él y explicaran a la gente cada oración que él leía. La gente estaba muy atenta a la lectura. Esdras leía, los hombres le explicaba a la gente, y así todos entendían la palabra del Señor.
Muchos de ellos nunca habían escuchado la ley de Dios, y al oír las palabras de la ley, la gente comenzó a llorar. Por eso el gobernador Nehemías les dijo: “No lloren ni se pongan tristes, porque este día ha sido consagrado al Señor su Dios. Ya pueden irse, coman bien, tomen bebidas dulces y compartan su comida con quienes no tengan nada. No estén tristes, pues el gozo del Señor es nuestra fortaleza”. También los levitas tranquilizaban a todo el pueblo, diciéndoles: “¡Tranquilos! ¡No estén tristes, que éste es un día santo!” Y todo el pueblo fue a comer y beber y compartir su comida, felices de haber comprendido la ley de Dios.
Después de esta junta, tuvieron otra, y la gente confesó sus pecados ante Dios, a lo igual que confesaron los pecados de sus padres al descuidar la ley de Dios y no hacer su voluntad. Todo el pueblo hizo una promesa solemne de guardar la ley de Dios y de hacer su voluntad. Prometieron ser la gente de Dios, y casarse entre los que adoran a Dios el Señor. También prometieron guardar el sábado como día santo; y dar ofrendas a la casa del Señor. Estas promesas fueron escritas en un rollo, y todos los príncipes, gobernantes y sacerdotes lo firmaron y lo sellaron.
Nehemías había terminado su trabajo por el cual había hecho el largo viaje a Jerusalén. Regresó una vez más a Susa y tomó su lugar a la mesa del rey sirviéndole su vino. Después de algunos años, hizo otro viaje a Jerusalén, ya que había ciertas personas que no estaban cumpliendo las promesas al Señor, especialmente la de guardar el sábado. En el día sábado, algunos exprimían uvas y otros acarreaban a lomo de mula manojos de trigo, vino, uvas, higos y toda clase de cargas que llevaban a Jerusalén. Hombres de la ciudad de Tiro, junto al Mar Mediterráneo, que no adoraban a Dios, les vendían pescado los sábados.
A Nehemías no le pareció todo el disturbio y la maldad que estaba ocurriendo, y les dijo a los gobernadores de la ciudad: “¿Por qué permiten que profanen el día sábado? Lo mismo que hicieron sus antepasados, y por eso nuestro Dios envió toda esta desgracia sobre nosotros y sobre esta ciudad. ¿Acaso quieren que aumente la ira de Dios sobre Israel por profanar el sábado?” Entonces Nehemías ordenó que cerraran las puertas de Jerusalén al caer la tarde, antes de que comenzara el sábado, y que no las abrieran hasta después de ese día. Así mismo, puso a algunos de sus siervos en las puertas para que no dejaran entrar ninguna carga en el sábado. Los comerciantes y los vendedores pasaron la noche fuera de Jerusalén. Y les advirtió: “No vengan otra vez en sábado, ¡los apresaré!”
Desde ese entonces no volvieron a aparecerse más en el día santo. Con acciones fuertes como esta, Nehemías ayudó al pueblo a ser aún más fieles servidores del Señor. Como resultado, Jerusalén creció en número y en poder. Judíos de otras regiones regresaron a la ciudad, y una vez más, la región estaba llena de pueblos y ciudades. Las colinas de toda la tierra estaban llenas de viñedos y de olivos, y en las llanuras, los campos de trigo se movían con el viento.
Poco tiempo después de Esdras y Nehemías, Malaquías vino como el último profeta de la Biblia hebrea, el cual dijo: “El Señor dice: – Yo estoy por enviar a mi mensajero para que prepare el camino delante de mí. De pronto vendrá a su templo; he aquí, vendrá el mensajero. Estoy por enviarles al profeta Elías antes que llegue el día del Señor, día grande. Él hará que los padres se reconcilien con sus hijos y los hijos con sus padres”.
Con estas palabras, la Biblia hebrea termina.