Historias de la Biblia hebrea
LA VOZ QUE VENÍA DE LA ZARZA ARDIENTE

Historia 21 – Éxodo 3:1-4:31
Ha debido ser un cambio muy brusco en la vida de Moisés, haber vivido por cuarenta años en el palacio como hijo de la princesa, (Hechos 7:23), y después haber pasado a ser pastor en el desierto de Madián cuidando rebaños, (Hechos 7:30). Él fue un gran hombre, uno de los mejores que han existido, pero él no pensaba así de sí mismo. Aunque era un gran hombre sabio, estaba muy contento y conforme con lo que estaba haciendo sin aspirar a algo mayor. Sin embargo, Dios tenía un trabajo muy especial para Moisés y a través de todos esos años lo había estado preparando para dicho trabajo.

Todos esos años mientras Moisés se encontraba cuidando de los rebaños en Madián, la gente de Israel aún estaba en esclavitud haciendo trabajos muy pesados, sirviéndoles a los egipcios y haciendo ladrillos para ellos. El rey que había empezado esa esclavitud, ya había muerto. Otro rey llegó a tomar su lugar, pero él era igual de cruel que el primero. Le llamaban “el faraón”, ya que así se le llamaba a los reyes de Egipto.

Cierto día Moisés se encontraba apacentando el rebaño en el monte Horeb; este monte se conoce también como monte Sinaí. En la Biblia se le refiere por los dos nombres. Allí en el desierto del monte, vio algo muy raro: una zarza en fuego ardiente que no se quemaba. Moisés se dijo: “Tengo que ir a ver esa zarza rara que se quema, pero no se consume”. Empezó a acercarse a ella, cuando escuchó que una voz salía de la zarza, llamándole por su nombre: “¡Moisés! ¡Moisés!” –Aquí estoy –respondió él. La voz le advirtió: “No te acerques más. Quítate las sandalias, porque estás pisando tierra santa”. Entonces Moisés se quitó sus sandalias enfrente de la zarza ardiente. La voz le dijo: “Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Ciertamente he visto la opresión que sufre mi pueblo en Egipto. He oído sus gritos de angustia por toda la crueldad de sus capataces. Estoy al tanto de sus sufrimientos. Por eso he descendido rescatarlos y sacarlos de Egipto para llevarlos a su propia tierra, la tierra de Canaán, una tierra buena y grande. Ahora ve, porque te envío ante el faraón, rey de Egipto. Tú vas a sacar de Egipto a mi pueblo Israel”.

Moisés sabía que iba a ser muy difícil sacar al pueblo de Israel del poder de Egipto. No quería participar en dicha tarea, así que le protestó al Señor: “¿Quién soy yo para sacar de Egipto al pueblo de Israel? Es una tarea muy grande”. Dios contestó: “Yo estaré contigo. Y esta es la señal para ti de que yo soy quien te envía: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, adorarán a Dios en este mismo monte”. Moisés volvió a protestar: “Si voy a los israelitas y les digo: –El Dios de sus antepasados me ha enviado a ustedes –, ellos me preguntarán: – ¿Cuál es el nombre de ese Dios?–. Entonces, ¿qué les responderé?”

Recuerda que Moisés había estado lejos de su gente por cuarenta años, lo cual es mucho tiempo, Moisés no sabía si la gente se acordaría de Dios.

Dios le contestó a Moisés: “Yo Soy el que Soy. Dile esto al pueblo de Israel: – Yo Soy me ha enviado a ustedes”. Reunirás a los ancianos de las tribus de Israel y juntos irán al faraón a decirle: “Permítanos hacer un viaje de tres días al desierto para ofrecer sacrificios al Señor, nuestro Dios”. Pero yo sé que el rey de Egipto no los dejará ir a menor que sea forzado. Así que mostraré mi poder en Egipto, al fin, el faraón los dejará ir”. Sin embargo, Moisés protestó de nuevo: “¿Qué hago si no quieren escucharme?" Entonces el Señor le preguntó: “¿Qué es lo que tienes en la mano?” Moisés le contestó: “Mi vara de pastor”. Y Dios le dijo: “Arrójala al suelo”. Así que Moisés la tiró al suelo, ¡y la vara se convirtió en una serpiente! Entonces Moisés saltó hacia atrás con miedo. Y Dios le dijo: “Extiende la mano y agárrala de la cola”. Entonces, Moisés la agarró, y la serpiente volvió a ser una vara de pastor. Luego el Señor le dijo: “Ahora mete la manos dentro de tu manto. Y Moisés metió la mano dentro de su manto, y cuando la sacó, la mano estaba blanca como la nieve, tenía lepra. ¿Crees que Moisés vio su mano con horror y miedo? Pero Dios le dijo nuevamente: “Ahora vuelve a meter la mano dentro de tu manto”. Así lo hizo Moisés y cuando la sacó, estaba tan sana como el resto de su cuerpo, ya no tenía lepra. Dios le dijo: “Si no te creen ni se convencen con la primera señal milagrosa, se convencerán con la segunda. Y si no te creen ni te escuchan aun después de estas dos señales, entones recoge un poco de agua del río y cuando la derrames, se convertirá en sangre. No temas, ve y diles a mi pueblo y a los egipcios lo que te he dicho”.

Pero Moisés rogó al Señor: “Oh Señor, no tengo facilidad de palabra; nunca la tuve, Se me traba la lengua y se me enredan las palabras”. Entonces el Señor le preguntó: “¿Acaso no Soy yo el Señor? ¿Quién forma la boca de una persona? ¡Ahora ve! Yo estaré contigo cuando hables y te enseñaré lo que debes decir”. Pero Moisés suplicó de nuevo: “¡Te lo ruego, Señor! Envía a cualquier otro”. Entonces el Señor se enojó con Moisés y le dijo: “De acuerdo, tu hermano Aarón, habla muy bien. ¡Mira! Ya viene en camino para encontrarte en el desierto, estará encantado de verte. Habla con él y pon las palabras en su boca. Yo estaré con los dos cuando hablen y les enseñaré lo que tienen que hacer. Él será el que hable, y tú serás el que hagas todas las señales que te he dado”.

Y cuando la gente supo que Dios estaba preocupado por todo lo que estaban pasando y su sufrimiento, se inclinaron y lo adoraron. ¡Dios no se había olvidado de ellos! Siempre podemos confiar que Dios escucha a los que llaman a su nombre.