Historias de la Biblia hebrea
UN MONTE QUE LE SALÍA HUMO Y PALABRAS

Historia 25 – Éxodo 17:1-31:18
Los israelitas se enfrentaron con problemas con la falta de agua en su trayecto por el desierto. En los pozos de Elim y el Monte Sinaí no había agua, ni manantiales ni arroyos. Los rebaños estaban muy sedientos, los niños lloraban de sed, y el pueblo de Israel fue a Moisés muy enojado y dijo: “Danos agua para beber. ¿Para qué nos sacaste de Egipto? ¿Sólo para matarnos de sed en el desierto a nosotros, a nuestros hijos y a nuestro ganado?” Y Moisés clamó al Señor, y le dijo: “¿Qué voy a hacer con este pueblo? ¡Sólo falta que me maten a pedradas!” Luego Dios le dijo a Moisés lo que tenía que hacer: Llevó a los ancianos de Israel junto a una roca, y con su vara la golpeó, y de ella empezó a brotar agua suficiente para todo el pueblo y para los animales.

La roca de dónde sacaron agua estaba en Refidín, allí vivían los amalecitas y atacaron a los israelitas. Entonces Moisés le ordenó a Josué que escogiera algunos de sus hombres que supieran pelear, y así fueron a batalla con los amalecitas. En medio de la batalla, Moisés estaba en una colina con la vara de Dios en la mano. Mientras Moisés mantenía los brazos en alto, la batalla se inclinaba en favor de los israelitas; pero cuando los bajaba, se inclinaba en favor de los amalecitas. Cuando a Moisés se le cansaron los brazos, Aarón y Jur tomaron una piedra para sostenerle los brazos hacia arriba hasta que los israelitas ganaron la victoria.

En el tercer mes después de haber salido de Egipto, llegaron a un gran monte llamado Sinaí. ¿Recuerdas la zarza ardiente? El Monte Sinaí era parte de un grupo de montañas en el Horeb donde Moisés vio la zarza ardiente y escuchó la voz de Dios por primera vez.

Los israelitas acamparon por muchos días frente al Monte Sinaí, y Dios le dijo a Moisés: “Diles que no suban al monte, y que ni siquiera pongan un pie en él, pues cualquiera que lo toque será condenado a muerte. Sea hombre o animal, no quedará con vida. Este es lugar sagrado donde Dios demostrará su gloria”. Días después, el pueblo escuchó la voz como unas trompetas fuertes resonando en la cima del monte. El monte estaba cubierto de humo y nubes densas, con truenos y relámpagos, todo el monte se sacudía violentamente como si hubiese un terremoto. El pueblo empezó a alarmarse, salieron corriendo aterrorizados de sus tiendas de campaña y trataron de alejarse del pie de la montaña. Luego el Señor les habló y su voz que sonaba como trueno y les dijo: “Yo soy el Señor su Dios. Yo los saqué de Egipto, del país donde eran esclavos”.

En Deuteronomio 5:22,23, vemos que Dios le habló a su pueblo y les dio Los Diez Mandamientos, los cuales seguramente has oído alguna vez. De manera breve, fácil de entender y recordar, son los siguientes:

No tengas otros dioses además de mí.
No te hagas ni adores a ningún ídolo.
No pronuncies el nombre del Señor a la ligera.
Acuérdate del sábado para consagrarlo.
Honra a tu padre y a tu madre.
No mates.
No seas inmoral.
No robes.
No le mientas a nadie.
No envidies lo que otros tengan.

El pueblo escuchó lo que el Señor Dios les había dicho, y ante ese espectáculo de truenos y relámpagos, de sonidos de trompeta y del monte lleno de humo, los israelitas temblaban de miedo y se mantenían a distancia. Así que le suplicaron a Moisés: “Háblanos tú, y te escucharemos. Si Dios nos habla, seguramente moriremos”. Moisés les contestó: “No tengan miedo. Dios ha venido a hablarles para que sientan temor de él y hagan su voluntad”.

Entonces Moisés se acercó a la densa oscuridad en la que estaba Dios, pero los israelitas se mantuvieron a distancia. El Señor llamó a Moisés a la cima del monte, y se llevó con él a su ayudante Josué. Josué se quedaba al lado del monte, pero Moisés iba solo a la cima en medio de las nubes densas. Allí por cuarenta días, Moisés se quedó platicando con Dios y recibiendo sus instrucciones. Y cuando terminó de hablar con Moisés en el Monte Sinaí, le dio las dos tablas de la ley, que eran dos lajas con los Diez Mandamientos, escritos por el dedo mismo de Dios.