Historias de la Biblia hebrea
LA HISTORIA DE JOB

Historia 35 – Job 1:1-2:13; 42:1-17
Había un hombre llamado Job; el tiempo en que vivió, no se sabe con seguridad, quizá antes o después de Moisés. Vivía en la región de Uz la cual estaba probablemente a la orilla del desierto al este de la tierra de Israel. Job era un hombre rico que tenía miles de rebaños, camellos, bueyes y asnos. En toda la parte del este, no había otro hombre tan rico como Job. Era un hombre recto e intachable que servía a Dios, oraba y le ofrecía sacrificios en el altar; tal y como la gente adoraba en esos tiempos. Siempre trataba de hacer lo bueno y obedecer a Dios en lo que él mandaba, era un hombre gentil y amable.

Cada día sus hijos hacían festejos turnándose en sus casas, y Job ofrecía holocaustos en el altar por cada uno de sus hijos e hijas para que Dios los perdonara, porque decía: “Tal vez mis hijos hayan pecado y maldecido en su corazón a Dios. Que Dios los perdone”.

Llegó el día en que los ángeles del Señor debían hacer acto de presencia ante él, y con ellos se presentó también Satanás. Y el Señor le preguntó: “¿De dónde vienes? –Vengo de rondar la tierra, y de recorrerla de un lado a otro –le respondió Satanás. El Señor volvió a preguntarle: “¿Te has puesto a pensar en mi siervo Job? No hay en la tierra nadie como él; es un hombre recto e intachable, que me honra y vive apartado del mal”. Satanás replicó: “¿Y acaso Job te honra sin recibir nada a cambio? ¿Acaso no están bajo tu protección él y su familia y todas sus posesiones? De tal modo has bendecido la obra de sus manos que sus rebaños y ganados llenan toda la tierra. Pero extiende la mano y quítale todo lo que posee, ¡a ver si no te maldice en tu propia cara!”

El Señor le contestó a Satanás: “Muy bien. Todas sus posesiones están en tus manos, con la condición de que a él no le pongas la mano encima.” Dicho esto, Satanás se retiró de la presencia del Señor. Llegó el día en que los hijos y las hijas de Job celebraban un banquete en casa de su hermano mayor. Entonces un mensajero llegó a decirle a Job: “Mientras los bueyes araban y los asnos pastaban por allí cerca, nos atacaron salvajes del desierto y se los llevaron. A los criados los mataron a filo de espada. ¡Sólo yo pude escapar, y ahora vengo a contárselo a usted!”. No había terminado de hablar este mensajero cuando uno más llegó y dijo: “Del cielo cayó un rayo que calcinó a las ovejas y a los criados. ¡Sólo yo pude escapar para venir a contárselo!” No había terminado de hablar este mensajero, cuando otro más llegó y dijo: “Unos rateros caldeos vinieron y, dividiéndose en tres grupos, se apoderaron de los camellos y se los llevaron. A los criados los mataron a filo de espada. ¡Sólo yo pude escapar, y ahora vengo a contárselo!” No había terminado de hablar este mensajero cuando todavía otro llegó y dijo: “Los hijos y las hijas de usted estaban celebrando un banquete en casa del mayor y todos ellos cuando, de pronto, un fuerte viento del desierto dio contra la casa y derribó sus cuatro esquinas. ¡Y la casa cayó sobre los jóvenes, y todos murieron! ¡Sólo yo pude escapar, y ahora vengo a contárselo!”

¡Así que todo esto le pasó a Job en tan solo un día! Sus rebaños, ganado y sus hijos e hijas, todo eso se evaporó; y Job de ser un hombre rico, así de repente pasó a la pobreza. Job se dejó caer al suelo en actitud de adoración y dijo: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo he de partir. El Señor ha dado; el Señor ha quitado ¡Bendito sea el nombre del Señor!” A pesar de todo esto, Job no pecó ni le echó la culpa a Dios.

Llegó el día en que los ángeles debían hacer acto de presencia ante el Señor, y con ellos llegó también Satanás. Y el Señor le preguntó: “¿Te has puesto a pensar en mi siervo Job? No hay en la tierra nadie como él; es un hombre recto e intachable, que me honra y vive apartado del mal. Y aunque tú me incitaste contra él para arruinarlo sin motivo, ¡todavía mantiene firme su integridad!”. Satanás replicó: “Con tal de salvar su vida, el hombre da todo lo que tiene. Pero extiende la mano y hiérelo, ¡a ver si no te maldice en tu propia cara!” El Señor le dijo: “Está bien, Job está en tus manos. Eso sí, respeta su vida”. Dicho esto, Satanás se retiró de la presencia del Señor para afligir a Job con dolorosas llagas desde la planta del pie hasta coronilla. Aunque Job estaba sentado en medio de las cenizas con sumo dolor, no hablaba mal del Señor. Su esposa le reprochó: “¿Todavía mantienes firme tu integridad? ¡Maldice a Dios y muérete!” Job le respondió: –Mujer, hablas como una necia. Si de Dios sabemos recibir lo bueno, ¿no sabremos también recibir lo malo? A pesar de todo esto, Job no pecó ni de palabra.

Tres amigos de Job Elifaz, Bildad y Zofar lo visitaron para consolarlo. Estaban seguros que todo lo que le estaba pasando a Job era un castigo. Y trataron de persuadirlo a que confesara lo malo que había hecho para haber provocado a Dios de tal modo. En esos tiempos la gente pensaba que si a alguna persona le venía algún desastre como de enfermedad, pérdida de amigos o pérdida de sus posesiones; era un castigo de Dios por haber pecado. Estos hombres tenían la idea de que Job había hecho algo muy horroroso y por eso estaba en tanta desgracia. Le dieron largos discursos para que confesar lo que había hecho.

Job les dijo que él no había hecho nada malo, al contrario, que había tratado de hacer el bien. Job no sabía el porqué de todos sus problemas, pero aun así no culpaba a Dios ni pensaba que le había mandado sufrimiento injusto. Job no podía entender lo que Dios estaba haciendo, mas confiaba en su bondad, y su vida estaba en las manos de Dios. Y por fin, Dios mismo les habló a Job y a sus amigos. Les dijo que no era para el hombre juzgar a Dios, y Dios haría el bien a cada hombre.

También les dijo a sus tres amigos: “Estoy irritado con ustedes, a diferencia de mi siervo Job, lo que ustedes han dicho de mí no es verdad. Háganme un sacrificio y que Job ore por ustedes, y por su bien yo los perdonaré”. Job oró por sus amigos y el Señor los perdonó. Y porque Job se mantuvo fiel al Señor hasta con todas las desgracias que tuvo, el Señor lo bendijo nuevamente y lo curó de la enfermedad que tenía. El Señor le dio lo doble de lo que había tenido antes: doble rebaños, bueyes, camellos y asnos. Y Dios le dio siete hijos y siete hijas otra vez, y no había en todo el país mujeres tan bellas como las hijas de Job. Después de todos sus problemas, Job vivió por mucho tiempo en riquezas y disfrutó de una larga vida y bendiciones bajo el cuidado de Dios.