Historias de la Biblia hebrea
LA HISTORIA DEL PEDAZO DE ORO

Historia 38 – Josué 7:1-8:35
Los israelitas estaban destruyendo la ciudad de Jericó tal y como Dios les había dicho, con la excepción de un hombre llamado Acán de la tribu de Judá que no hizo lo que Dios había mandado. Acán guardó para sí un pedazo de oro y una manta que era de Babilonia. Se lo llevó, lo guardó en su tienda y lo escondió; este fue un robo de lo que le pertenecía a Dios de la ciudad de Jericó. Lo que Acán hizo provocó la ira del Señor contra los israelitas.

Josué envió a unos tres mil hombres a Hai, una ciudad pequeña en la región montañosa cerca de Jericó. Querían tomar posesión de ella, ya que era una ciudad pequeña, sólo fueron pocos hombres a la batalla, pero los de Hai los derrotaron y no pudieron conquistar la ciudad. Los israelitas se acobardaron y se llenaron de miedo. Ante esto, Josué tuvo miedo también, pero no por haber perdido ante la gente de Hai, sino porque él sabía que Dios no había estado con los soldados en esa batalla; Josué se postró ante el Señor y le dijo: “Señor Dios, ¿por qué hiciste que este pueblo cruzara el Jordán, y luego lo entregaste en manos de los enemigos para que lo destruyeran? ¿Qué puedo decir ahora que Israel ha huido de sus enemigos?

El Señor contestó: “Los israelitas han pecado y han violado la alianza que hice con ellos. Se han apropiado del botín de guerra que debía ser destruido y lo han escondido entre sus posesiones. Por eso los israelitas no podrán hacerles frente a sus enemigos, si no destruyen ese botín que está en medio de ustedes, yo no seguiré a su lado. Devuelvan lo que me han robado y traigan a cuentas a los que lo hicieron”. Dios le dijo a Josué cómo encontrar al culpable de esto.

Muy temprano por la mañana siguiente, Josué llamó a todas las tribus de Israel a que se reunieran ante él. Cuando la tribu de Judá se presentó al frente, Dios le dijo a Josué que esa era la tribu indicada. Y se presentaron sus clanes, y se presentaron sus familias, y de las familias se presentaron todos los varones, hasta que se presentó sólo un hombre, Acán, el que le había robado a Dios. Y Josué le dijo: “Hijo mío, honra y alaba al Señor, Dios de Israel. Cuéntame lo que has hecho. ¡No me ocultes nada!” Acán le replicó: “Es cierto que he pecado contra el Señor, Dios de Israel. Encontré en Jericó una manta de Babilonia, un pedazo de oro y algo de plata y lo escondí en mi tienda”. En seguida, Josué envió a unos mensajeros, los cuales fueron corriendo a la tienda de Acán. Allí encontraron todo lo que Acán había escondido. Entonces tomaron a Acán, y lo llevaron a un valle, junto con la plata, el manto y el oro; también llevaron a sus hijos y sus hijas que habían sido cómplices, el ganado, y todas sus posesiones que tenían y los apedrearon a muerte. Los enterraron junto con todas sus posesiones, y encima de las cenizas juntaron un montón de piedras como recordatorio del pecado de Acán.

Y Dios les enseñó de esta manera que debían tener mucho cuidado de obedecer sus mandamientos, si querían que Dios estuviera a su lado. Josué mandó a un ejército más grande que el de antes y fueron a Hai. Tomaron la ciudad y la destruyeron como lo hicieron con Jericó, pero esta vez Dios les permitió que se quedaran con el botín.

Después marcharon por las montañas hasta que llegaron en medio de Canaán a la ciudad de Siquén. La gente de allí tenía tanto miedo de la reputación de Israel que ni los resistieron cuando entraron en la ciudad. Cerca del Siquén había dos montañas, Ebal al norte y Guerizín al sur. En medio de estas dos montañas hay una parte honda, allí Josué juntó al pueblo de Israel, con esposas y niños. En medio de este lugar hicieron un altar de piedras sin labrar, es decir, que no habían sido trabajadas con ninguna herramienta. No tenían el santuario cerca, pues estaba en el campamento. En este altar ofrecieron holocaustos y sacrificios de comunión al Señor.

Allí, en presencia de los israelitas, Josué leyó la ley que Moisés había escrito. Todos los hombres, mujeres y niños escucharon la ley del Señor. La mitad de ellos estaba hacia el monte Guerizín y la otra mitad hacia el monte Ebal. Luego Josué leyó todas las bendiciones como las maldiciones, todo lo que debían de obedecer y todos a una voz contestaban: “amen”. Cuando terminaron de recibir la tierra y juraron a Dios su fidelidad, bajaron de las montañas, pasaron por las ruinas de Hai, pasaron por el montón de piedras que cubría a Acán, pasaron por las murallas derrumbadas de Jericó, y luego de regreso al campamento en Guilgal junto al río.