Historias de la Biblia hebrea
EL VENGADOR DE SANGRE Y LAS CIUDADES DE REFUGIO

Historia 41 – Josué 20:1-21:45
Los israelitas tenían una costumbre que quizá suena un poco rara a lo que estamos acostumbrados. Esta regla o costumbre era con respecto a cuando alguien mata accidentalmente a otra persona. En nuestra cultura, si alguien mata a otra persona y las autoridades lo encuentran culpable, esta persona tiene que pagar con cárcel o a veces con el penalti de muerte. Si la muerte fue un accidente, el juez puede decidir darle su libertad a dicho hombre.

Más aun, en la tierra del medio oriente los israelitas tenían otra técnica de hacer justicia. Cuando alguien mataba a otra persona, el familiar más cercano a la víctima se encargaba de matar al asesino sin hacer un juicio o llevarlo con la justicia. Con su propia mano el familiar tomaba venganza sin importar si era justo o no. Por ejemplo, si dos hombres estaban trabajando en el campo y por accidente el hacha de uno de ellos se le zafaba de la mano matando a su compañero; o si cuando iban de caza y uno le disparaba accidentalmente al otro, el pariente más cercano tendría que hacer justicia y matar sin importarle si era culpable o no. Cuando Moisés les dio leyes a los hijos de Israel se dio cuenta que la costumbre que tenían del “vengador del delito de sangre” estaba muy entrañada en su sistema y no podía cambiar esa regla. En algunas partes donde los israelitas vivían, se practica todavía esa regla.

Moisés les dio una regla para reemplazar la que tenían, para enseñarles una justicia mayor entre ellos mismos. Cuando llegaron a la tierra de Canaán, Josué se encargó de seguir con lo que Moisés les había mandado. Josué escogió seis ciudades, tres a un lado del río Jordán y otras tres al otro lado. Las ciudades eran muy conocidas y fácil de encontrarlas, la mayoría de ellas estaban en la zona montañosa y se podían ver desde lejos, y tenían un acceso fácil para que cualquier persona pudiera llegar a ellas en el transcurso de uno o dos días. A estas ciudades se les llamaba “ciudades de refugio”, en estas ciudades cuando alguien mataba por accidente, podía encontrar refugio allí del vengador del delito de sangre.

Cuando un hombre mataba a alguien por accidente, se iba tan rápido como podía a una de estas ciudades de refugio. El vengador lo seguía, y si lo alcanzaba antes de que llegara a la ciudad, tenía derecho de matarlo; pero una vez que llegaba a la ciudad estaba a salvo. Usualmente el que estaba huyendo tenía la ventaja de empezar su viaje con más tiempo, y así podía llegar antes. Una vez que llegaba a la ciudad, los ancianos estudiaban el caso, preguntaban todos los hechos, y si veían que el hombre era culpable lo entregaban al vengador, y si se encontraba inocente lo protegían del vengador.

Había una línea alrededor de la ciudad a una distancia de la muralla, allí el vengador no podía hacer ningún daño. El refugiado podía quedarse en ese campo y cultivar comida para alimentarse. El acusado se quedaba allí hasta que el sumo sacerdote falleciera, después el acusado podía regresar a su hogar y al pueblo del cual había huido a vivir tranquilamente. Esta ley les enseñó a los israelitas a ser pacientes, tener control propio, a proteger al inocente, hacer justicia, y a no actuar en ira.

Estas eran las ciudades de refugio en la tierra de Israel: En la parte norte- Cades en la tribu de Neftalí; en el centro- Siquén al pie del monte Guerizín en la tribu de Efraín; y al sur- en Hebrón, ciudad de Caleb en la tribu de Judá. Estas estaban en la zona montañosa al oeste del río Jordán. Al este del río Jordán las ciudades de Ramot de Galaad en la tribu de Gad; Golán de Basán en la tribu de Manasés; y en Béser en la meseta en la tribu de Rubén.

De todas estas tribus, la tribu de Leví era la única que no se quedó en un solo lugar, Moisés y Aarón pertenecían a esta tribu. Los hombres de esta tribu eran sacerdotes y ofrecían sacrificios y los levitas se encargaban del santuario y del culto de adoración. Moisés y Josué no creyeron que fuera buena idea que todos los sacerdotes y levitas estuvieran juntos en un solo lugar, así que los esparcieron por diferentes ciudades, les dieron tierras para su ganado, y allí hicieron sus hogares. Se turnaban a través del año para ir al santuario y cumplir con sus obligaciones.

Cuando la guerra ya había terminado y habían dividido la tierra, Josué estableció el santuario en Siló en el centro de la tierra para que de este modo el pueblo pudiera ir fácilmente al santuario a adorar al menos una vez al año. Aunque se les mandó que fueran a Siló para adorar al Señor en tres celebraciones cada año. Una era la Pascua en la primavera, donde mataban un cordero y se lo comían con pan sin levadura; la fiesta del Santuario en el otoño, cuando dormían al campo abierto en campamentos hechos con ramas, esto les ayudaba a recordar el tiempo que habían pasado en el desierto; y la fiesta del Pentecostés, cincuenta días después de la pascua, donde ponían en el altar sus primeros frutos del campo. Estas tres fiestas se llevaban a cabo en el altar y en el santuario.

Y en el santuario en Siló pusieron el altar y allí hacían los holocaustos dos veces al día. Dios había cumplido con su promesa a los israelitas de darles su propia tierra y de derrotar a todos sus enemigos.