Historias de la Biblia hebrea
CÓMO UNA MUJER GANA LA VICTORIA

Historia 44 – Jueces 4:1-5:31
Como de costumbre, el pueblo de Israel estaba alejado del Señor, empezaron a tomar el estilo de vida de la gente que los rodeaba, es decir, adorando ídolos y haciendo lo malo en la vista del Señor; y una vez más, el Señor los dejó sufrir por sus pecados. Entonces, Jabín rey de Canaán mandó a su ejército a conquistarlos bajo el comando de su general Sísara. Sus hombres eran guerreros fuertes, y tenían carros de hierro con caballos. Fueron a conquistar a los israelitas con arcos y flechas; los israelitas no estaban acostumbrados a hombres en caballos y les tenían mucho miedo.

Todas las tribus del norte de Israel estaban bajo el poder del rey Jabín y su general Sísara y los oprimían cruelmente. Esta era la cuarta “opresión” y era muy dura para esta gente del norte, y esto los hizo que volvieran nuevamente al Señor Dios de Israel. En aquel tiempo gobernaba a Israel una mujer llamada Débora, la única mujer entre quince jueces que ayudó a los israelitas. Ella tenía su tribunal bajo la Palmera de Débora al norte de Jerusalén, entre Ramá y Betel. Los israelitas iban a ella para resolver sus disputas. Era una mujer tan sabia y lista que hombres de todas partes de la tierra acudían a ella para encontrar respuestas a preguntas difíciles. Débora no gobernó la tierra por medio de su fuerza o su ejército, sino que era obvio que el Espíritu de Dios estaba sobre ella.

Débora se dio cuenta de los problemas que las tribus del norte tenían con el líder de los cananeos. Ella sabía que en la tierra de Neftalí vivía Barac, un hombre que era muy valiente; así que le mandó el siguiente mensaje: “Ve y reúne en el monte Tabor un ejército de las tribus cercanas. El Señor me ha dicho que entregará en tus manos a Sísara y a todos los cananeos”. Pero Barac tuvo miedo de librar a la gente él sólo, y le contestó a Débora: “Sólo iré si tú me acompañas; de lo contrario, no iré”. Débora le dijo: ¡Yo iré contigo! Pero, ya que no confiaste en Dios y dudaste en ir cuando él te mandó, la gloria no será tuya, ya que el Señor entregará a Sísara en manos de una mujer”.

Así que Débora dejó su asiento debajo de la palmera y fue con Barac hasta Cades, donde él vivía. Juntos mandaron llamar a diez mil hombres del norte y juntaron las armas que podían encontrar. Este era un ejército pequeño, y con una mujer en cargo, así encamparon en el monte Tabor. Este monte era uno de los tres montes de la llanura que estaban en un lugar llamado Esdraelón, el cual tenía otros nombres también. En estas llanuras desde el tiempo de la Biblia y aún más después, muchas batallas se pelearon en ese lugar. En algunas estaciones del año los arroyos de estas llanuras se convertían en ríos con corrientes fuertes.

Desde su campamento en el monte Tabor, el ejército pequeño podía ver al enorme ejército de los cananeos con sus numerosas tiendas, sus caballos y carros con su general Sísara. Aun así, Débora no tenía miedo y le dijo a Barac: “¡Adelante! Éste es el día en que el Señor entregará a Sísara en tus manos. Baja y marcha con todos tus hombres y dale pelea a los cananeos. ¿Acaso no marcha el Señor al frente de tu ejército?”

Barac tocó la trompeta y reunió a todos sus hombres, bajaron corriendo al lado del monte Tabor y emboscaron al enemigo; los tomaron por sorpresa que ni les dio tiempo que subiesen en sus carros. Estaban tan aterrados que huyeron a pie tambaleándose entre ellos y entre los carros. Y el Señor los ayudó otra vez. En esa estación del año el arroyo estaba muy alto que muchos de ellos se ahogaron tratando de cruzar todos al mismo tiempo; también muchos murieron a filo de espada.

Sísara, al ver todo el desastre, saltó de su carro y huyó a pie hasta la carpa de Jael, la esposas de Héber. Sísara llegó a esconderse allí y Jael le dijo a Sísara: “¡Adelante, mi señor! Entre usted por aquí. No tenga miedo”. Sísara entró en la carpa, y ella lo cubrió con una manta. –Tengo sed, ¿podrías darme un poco de agua?, le dijo Sísara. Ella destapó un odre de leche, le dio de beber, y se quedó dormido. Pero Jael, tomó una estaca de la carpa y un martillo, y con mucho cuidado se acercó a Sísara, quien agotado por el cansancio dormía profundamente. Entonces ella le clavó la estaca en la sien y se la atravesó hasta clavarla en la tierra. Así Sísara murió, y Jael lo dejó en el suelo. Barac pasó por allí persiguiendo a Sísara, y Jael salió a su encuentro y le dijo: “Ven y te mostraré al hombre que buscas”. Barac entró con ella, y allí estaba tendido Sísara, muerto y con la estaca atravesándole la sien. ¡Y tan sólo el día anterior había sido el gran líder de los cananeos!

Eso fue algo horrible que Jael hizo, a eso se le debe llamar traición u homicidio, pero era el odio tan grande entre los israelitas y los cananeos que todos honoraron a Jael por lo que hizo, ya que con esto ella pudo liberar a la gente de la gran opresión en la que Israel se encontraba. Pasando todo esto, la tierra descansó por muchos años.

Débora escribió una canción de victoria. Aquí están algunos de los versos de la canción de Débora:

“Cuando los príncipes de Israel toman el mando, cuando el pueblo se ofrece voluntariamente, ¡bendito sea el Señor! ¡Oigan, reyes! ¡Escuchen, gobernantes! Yo cantaré, cantaré al Señor; Tocaré música al Señor, el Dios de Israel. Los reyes vinieron y lucharon junto a las aguas de Meguido; los reyes de Canaán lucharon en Tanac, pero no se llevaron plata ni botín. Desde los cielos lucharon las estrellas, desde sus órbitas lucharon contra Sísara. El torrente Quisón los arrastró; el torrente antiguo. ¡Marcha, alma mía, con vigor! ¡Sea Jael la más bendita entre las mujeres! Sísara pidió agua, Jael le dio leche; en taza de nobles le ofreció leche cuajada. A los pies de ella se desplomó; allí cayó y quedó tendido. Por la ventana se asoma la madre de Sísara; tras la celosía clama a gritos; ¿Por qué se demora su carro en venir? ¿Por qué se atrasa el estruendo de sus carros? ¡Así perezcan todos tus enemigos, oh Señor! Pero los que te aman sean como el sol cuando sale en todo su esplendor”.