Historias de la Biblia hebrea
LA PROMESA IMPRUDENTE DE JEFTÉ

Historia 46 – Jueces 8:33-11:40
Todas las tribus querían poner a Gedeón como rey, y él se rehusó. Sin embargo después de su muerte, uno de sus hijos, Abimélec se quiso poner él sólo como rey, y mató a todos sus hermanos con la excepción de uno que escapó. El reinado de Abimélec era sólo en Siquén y en unas regiones cercanas, y duró por muy poco tiempo, así que él no cuenta entre los reyes de Israel. En algunas ocasiones se le refiere a Abimélec como el sexto juez, aunque no se mereció el título de juez. Después de él siguió Tola, el séptimo juez, y Yair el octavo. La Biblia no habla mucho de estos dos últimos jueces.

Los israelitas comenzaron nuevamente a adorar a los dioses de los cananeos y cayeron bajo el poder del enemigo. Los amonitas vinieron del sudeste y tomaron las tribus al este del Jordán. Esta era la sexta “opresión” que pasaban, y Jefté era el libertador que rescataría a la tierra de Israel. Para pelear contra los amonitas, Jefté reunió a los hombres de las tribus al este del Jordán: Rubén, Gad y la mitad de Manasés.

Pero antes de la confrontación, Jefté le dijo a Dios: “Si verdaderamente entregas a los amonitas en mis manos, quien salga primero de la puerta de mi casa a recibirme, cuando yo vuelva de haber vencido a los amonitas, será del Señor y lo ofreceré en holocausto”. Esta promesa que Jefté hizo fue imprudente. Lo que Dios les había mandado a los israelitas que ofrecieran como holocausto era corderos o carneros, lo demás era prohibido de ofrecer. Quizá él no sabía mucho de la ley de Dios ya que vivía en la zona fronteriza del desierto.

Jefté peleó con los amonitas y ganó la batalla echándolos en corrida de la tierra. Cuando Jefté volvió a su hogar, salió a recibirlo su única hija, bailando al son de las panderetas, y al verla gritó con amargura: “¡Ay, hija mía, me has destrozado por completo! ¡Eres la causa de mi desgracia! Le juré algo al Señor, y no puedo retractarme”. Ella se enteró de la promesa que su padre había hecho, y como buena hija de Israel dijo: “Padre mío, le has dado tu palabra al Señor. Haz conmigo conforme a tu juramento, ya que el Señor te ha vengado de tus enemigos, los amonitas. Pero concédeme esta sola petición, dame un plazo de unos días para retirarme a las montañas y llorar allí con mis amigas”. Y por dos meses se estuvo en las montañas con sus amigas; quizá temía que si se iba a casa con su padre, él no podría cumplir con la promesa. Dados los dos meses, se entregó, y su padre cumplió con lo que había prometido.

En toda la historia de los israelitas, esta fue la única vez que un ser humano fue dado en sacrificio al Señor. Las naciones alrededor de Israel practicaban el sacrificio humano a los ídolos que adoraba, hasta ofrecían sus propios hijos. Pero los hijos de Israel recordaban lo que Dios les había enseñado por medio de Abraham cuando iba a sacrificar a su hijo Isaac, así que nunca pensaban hacer sacrificios humanos. Si Jefté hubiera vivido cerca del santuario que estaba en Siló, hubiera aprendido más de las leyes de Dios y no hubiese sacrificado a su hija.

Estas historias nos dejan ver cómo vivieron los israelitas en este periodo de los jueces que tuvieron por doscientos años. No tenían en la tierra una persona a quien le dieran cuentas por sus acciones, cada familia vivía como les placía. Mucha gente adoraba a Dios, pero aún más gente se alejó de Dios para adorar a ídolos. Y como de costumbre, el enemigo se apoderaba de ellos, y se volvían nuevamente a Dios. Algunas regiones de la tierra eran libres, y algunas estaban bajo el control de otras naciones extranjeras.