Historias de la Biblia hebrea
EL HOMBRE FUERTE QUE VIVIÓ Y MURIÓ

Historia 47 – Jueces 12:1-16:31
Después de Jefté, hubo tres jueces que le siguieron: Ibsán, Elón y Abdón. Estos no eran hombres de guerra, y bajo su liderazgo había mucha tranquilidad.

Pero la gente de Israel empezó a adorar ídolos nuevamente, y como castigo Dios los dejó caer en manos de sus enemigos. Esta fue la séptima opresión, la cual afectó a todas las tribus, y fue la más dura, larga y agonizante que Israel tuvo. Los filisteos eran guerreros fuertes que vivían al oeste de Israel junto del Mediterráneo. Ellos adoraban a Dagón, un ídolo que tenía cabeza de pez y cuerpo de hombre. Los filisteos mandaron su ejército cerca del mar a la región montañosa de Israel para conquistarlos. Les quitaron a los israelitas todas sus armas para que no pudieran defenderse, y se apoderaron de sus cultivos. Y como de costumbre, clamaron al Señor y él escuchó su ruego.

En la tierra de la tribu de Dan que estaba junto a la de los filisteos, vivía cierto hombre llamado Manoa. Un día el ángel vino a su esposa y le dijo: “Concebirás y darás a luz un hijo. Ahora bien, cuídate de no beber vino ni ninguna otra bebida fuerte, porque el niño será nazareo, consagrado a Dios desde antes de nacer hasta el día de su muerte. Él salvará a Israel de las manos de los filisteos.”

Cuando un niño era consagrado al servicio de Dios o cuando alguien se consagraba a su servicio, no se le permitía tomar vino y no podía cortarse el cabello como señal de la promesa hecha a Dios. A estas personas se les llamaba “nazareos”, lo que significa, “alguien que promete”; y el hijo de Manoa sería un nazareo por el resto de su vida. El niño nació y le pusieron Sansón, y creció a ser un hombre muy fuerte, el hombre más fuerte de la Biblia. Él no era un líder como Gedeón o Jefté que dirigían al pueblo en guerra. Sansón ayudó mucho a liberar a su gente, pero todo lo que él hizo fue por su propia fuerza sin ayuda de nadie más.

Cuando él era joven descendió a Timnat a la tierra de los filisteos. Vio allí a una joven filistea, y se enamoró de ella y quería tomarla como su esposa. Sus padres no querían que su hijo se casara con la hija de los enemigos. Pero ellos no sabían que esto era lo que Dios iba a usar para librar a Israel de los filisteos. Así que Sansón descendió a Timnat para ir a ver a la chica, cuando de repente al llegar a los viñedos un rugiente cachorro de león le salió al encuentro y a mano limpia despedazó al león como quien despedazara a un cabrito. Pero no le contó a nadie lo que había hecho. Luego fue a visitar a la mujer que le gustaba y después se regresó a casa.

Pasado algún tiempo, cuando regresó para casarse con ella, se apartó del camino para mirar el león muerto, y vio que había en su cadáver un enjambre de abejas y un panal de miel. Tomó con las manos un poco de miel y comió mientras proseguía su camino, y a nadie le dijo de esto. Durante la fiesta, la cual duró una semana, había muchos jóvenes filisteos platicando y diciendo adivinanzas. Entonces los jóvenes le pidieron a Sansón que les dijera una adivinanza, y Sansón dijo: “Del que come salió comida; y del fuerte salió dulzura”. Por tres días no podían encontrar la respuesta, finalmente fueron a la esposa de Sansón y dijeron: “Seduce a tu esposo para que nos revele la adivinanza; de lo contrario te quemaremos a ti y a tu familia”. Entonces la esposa de Sansón se tiró sobre él llorando, y le dijo: “¡Me odias! ¡En realidad no me amas! ¿Por qué guardas secretos de mí?” Hasta que por fin, Sansón le dijo a su esposa cómo había matado el león y de la miel que encontró. Ella fue y les dijo la respuesta a los de su pueblo. Y antes que la fiesta terminara fueron a Sansón y le dijeron: “¿Qué es más dulce que la miel? ¿Qué es más fuerte que un león?” Sansón les respondió: “Si no hubieran arado mi ternera, no habrían resuelto mi adivinanza”.

Pero su “ternera”, la cual es una vaca joven, era la esposa de Sansón. Como le dieron la respuesta a su adivinanza, él tuvo que darles treinta mudas de ropa de fiesta. Así que fue y derrotó a treinta de sus hombres, les quitó sus pertenencias y les dio sus ropas a los que habían resuelto la adivinanza. Luego, enfurecido, dejó a su esposa, regresó a la casa de su padre, y su esposa fue entregada a otro hombre. Después que se le había pasado el coraje, fue nuevamente a Timnat para visitar a su esposa. Pero el padre de la esposa le dijo: “Yo estaba seguro que ya no la querías, y se la di a tu amigo. ¿Pero acaso no es más atractiva su hermana menor? Tómala para ti, en lugar de la mayor”. Pero Sansón no quiso tomar a la hermana de su esposa. Salió muy enojado y se propuso dañar a los filisteos por haberlo engañado.

Cazó trescientas zorras, y las ató cola con cola en parejas, y a cada pareja le amarró una antorcha; luego les prendió fuego a las antorchas y soltó a la zorras por los sembrados de los filisteos. Así incendió el trigo que ya estaba en gavillas y el que todavía estaba en pie, junto con los viñedos y olivares. Cuando los filisteos vieron sus cosechas destruidas, preguntaron: “¿Quién hizo esto?” Y algunos contestaron: “Sansón lo hizo, porque su esposa se la dieron a otro hombre”. Por eso los filisteos fueron y quemaron a la esposa de Sansón y a su padre. Luego Sansón regresó y peleó a una compañía de filisteos y los mato a todos por haber quemado a su esposa. Y de ahí, se fue a vivir a una cueva, que está en la peña de Etam.

Los filisteos subieron y acamparon en Judá, y los hombres de allí les preguntaron: “¿Por qué han venido a luchar contra nosotros?” Los hombres les respondieron: “Hemos venido a tomar prisionero a Sansón, para hacerle lo mismo que nos hizo a nosotros”. Entonces los hombres de Judá le dijeron a Sansón: “¿No te das cuenta que los filisteos nos gobiernan? ¿Por qué vas y matas a su gente y los haces enojar? Hemos venido a atarte, para entregarte en manos de los filisteos o ellos nos castigarán a todos”. Y Sansón les dijo: “Dejo que me aten, pero júrenme que no me matarán ustedes mismos, llévenme a los filisteos”.

Ellos acordaron con lo que Sansón les pidió, y se dejó atar con sogas nuevas. Los filisteos se alegraron al ver a su enemigo atado por su misma gente. Ni idea tenían lo que iba a pasar. En ese momento las sogas que ataban sus brazos se volvieron como fibra de lino quemada, y las ataduras de sus manos se deshicieron. Al encontrar una quijada de burro que todavía estaba fresca, la agarro y con ella mató a mil hombres. Después canto este cántico: “Con la quijada de un asno los he amontonado. Con una quijada de asno he matado a mil hombres”.

Tiempo después, Sansón fue a Gaza, la ciudad principal de los filisteos. Era una ciudad grande y por lo tanto estaba rodeada de una muralla alta. Cuando el pueblo se dio cuenta que Sansón estaba en la ciudad, cerraron las puertas para atraparlo allí. Pero Sansón se levantó y arrancó las puertas de la entrada de la ciudad, junto con sus postes y los echó al hombro, las llevó treinta y dos kilómetros hasta la cima del monte en la ciudad de Hebrón. Más tarde, Sansón vio a otra mujer filistea llamada Dalila y se enamoró de ella. Los jefes de los filisteos fueron a verla y le dijeron: “Sedúcelo, para que te revele el secreto de su tremenda fuerza y cómo podemos vencerlo, de modo que lo atemos y lo tengamos sometido. Cada uno de nosotros te dará una cantidad fuerte de dinero”.

Dalila le dijo a Sansón: “Dime el secreto de tu tremenda fuerza, y cómo se te puede atar y dominar”. Sansón le respondió: “Si se me ata con siete cuerdas de arco que todavía no estén secas, me debilitaré y seré como cualquier otro hombre”. Los jefes de los filisteos le trajeron a ella siete cuerdas de arco que aún no se habían secado, y Dalila lo ató con ellas, luego le gritó: “¡Sansón, los filisteos se lanzan sobre ti!” Pero él rompió las cuerdas como quien rompe un pedazo de cuerda chamuscada, y se escapó fácilmente. Dalila le dijo a Sansón: “¡Te burlaste de mí! ¡Me dijiste mentiras! Vamos, dime cómo se te puede atar”. Y Sansón le dijo: “Si me atan firmemente con sogas nuevas, sin usar, me debilitaré y seré como cualquier otro hombre”.

En lo que él dormía, Dalila tomó sogas nuevas y lo ató, y luego le gritó: “¡Sansón, los filisteos se lanzan sobre ti!” Pero él rompió las sogas que ataban sus brazos, como quien rompe un hilo. Entonces Dalila le dijo a Sansón: “¡Hasta ahora te has burlado de mí, y me has dicho mentiras! Dime cómo se te puede atar”. Y Sansón le dijo: “Si entretejes las siete trenzas de mi cabello con la tela del telar, y aseguras ésta con la clavija, me debilitaré y seré como cualquier otro hombre”. Entonces mientras él dormía, Dalila tomó las siete trenzas de Sansón, las entretejió con la tela y las aseguró con la clavija. Una vez más grito: “¡Sansón, los filisteos se lanzan sobre ti!” Pero cuando Sansón despertó arrancó la clavija y el telar, junto con la tela. Entonces ella le dijo: “¿Cómo puedes decirme que me amas, si no confías en mí, y aún no me has dicho el secreto de tu tremenda fuerza?”

Como todos los días lo presionaba con sus palabras, y lo acosaba hasta hacerlo sentirse harto de la vida, al fin se lo dijo todo: “Nunca ha pasado navaja sobe mi cabeza, porque soy nazareo, consagrado a Dios desde antes de nacer. Si se me afeitara la cabeza, perdería mi fuerza, y llegaría a ser tan débil como cualquier otro hombre”. Cuando Dalila se dio cuenta de que esta vez le había confiado todo, mandó llamar a los jefes de los filisteos, y les dijo: “Vuelvan una vez más, que él me lo ha confiado todo”. Entonces los filisteos estaban a la guardia afuera de la casa, y Dalila dejó que Sansón se durmiera sobre sus rodillas. Y en lo que dormía le cortaron las siete trenzas de su cabello. Luego gritó: “¡Sansón, los filisteos se lanzan sobre ti!”. Sansón despertó y pensó que se iba a escapar como las otras veces, porque no sabía que ya no tenía su cabello. Y el Señor lo abandonó porque Sansón rompió su promesa que le había hecho al Señor. Él era tan débil como cualquier otro hombre en las manos de sus enemigos. Los filisteos lo capturaron fácilmente, le arranaron los ojos y lo llevaron a Gaza. Lo sujetaron con cadenas de bronce, y lo pusieron a moler en la cárcel.

Pero cuando Sansón estaba en la cárcel, su cabello comenzó a crecer de nuevo, y su fuerza le estaba regresando también ya que renovó su promesa al Señor. Los jefes de los filisteos se reunieron para festejar a Dagón, su dios, diciendo: “Nuestro dios ha entregado en nuestras manos a Sansón, nuestro enemigo, adorémoslo”. El templo estaba lleno de gente, había más de tres mil personas, y todos los jefes de los filisteos estaban presentes. Así que sacaron a Sansón de la cárcel para que los divirtiera. Cuando lo pusieron de pie entre las columnas, Sansón le dijo al muchacho que lo llevaba de la mano: “Ponme donde pueda tocas las columnas que sostienen el templo, para que pueda apoyarme en ellas”.

Entonces Sansón oró al Señor: “Oh soberano Señor, acuérdate de mí. Oh Dios, te ruego que me fortalezcas sólo una vez más, y déjame de una vez por todas vengarme de los filisteos por haberme sacado los ojos”. Luego palpó las dos columnas centrales que sostenían el templo y se apoyó contra ellas, la mano derecha sobre una y la izquierda sobe la otra. Y gritó: “¡Muera yo junto con los filisteos!”. Luego empujó con toda su fuerza, y el templo se vino abajo sobre los jefes y sobre toda la gente que estaba allí. Fueron muchos más los que Sansón mató al morir, que los que había matado mientras vivía.

Terror vino sobre los filisteos, y los de la tribu de Sansón descendieron para recoger su cuerpo. Lo llevaron de regreso y lo sepultaron en su tierra. Les tomó años a los filisteos para que intentaran dominar a los israelitas nuevamente. Sansón hizo mucho para liberar a su pueblo, pero hubiera hecho aún más bien si hubiera guiado a la gente confiando en el Señor en vez que en su propia fuerza. Y si hubiera vivido con más seriedad en vez de jugar bromas a sus enemigos. Sansón tuvo muchas faltas, pero en su final buscó a Dios, y lo encontró; y Dios lo utilizó para librar a su gente.

Sansón pertenecía a la tribu de Dan, vivían entre la parte montañosa y la costa, donde vivían también los filisteos. La tribu de Dan estaba al noreste de Judá, noroeste de Efraín, y al oeste de Benjamín. Sansón gobernaba en su propia tribu, pero no mucho en las demás. Su fuerza y valor ayudaron a que los filisteos no tomaran posición de las tierras de Judá y Benjamín. Así que se puede decir que Sansón salvó a Israel de sus enemigos.