Historias de la Biblia hebrea
EL NIÑO CON LA TÚNICA DE LINO

Historia 50 – I Samuel 1:1-3:21
Sansón, el hombre fuerte fue el décimo tercer juez que gobernó a Israel, y después de él vino Elí a gobernar. Elí también era el sumo sacerdote del Señor en el santuario de Siló. En los tiempos que Elí era juez y sumo sacerdote para el Señor, en la sierra de Efraín había un hombre de Ramatayin llamado Elcaná que tenía dos esposas. Una de ellas se llamaba Ana, y la otra, Penina. Ésta tenía hijos, pero Ana no tenía ninguno. En esos tiempos era común para un hombre tener más de una esposa.

Cada año Elcaná y su familia subían 24 kilómetros a Siló para adorar a Dios. Uno de esos años, Ana estaba en el santuario y oró al Señor: “Señor Todopoderoso, si te dignas mirar la desdicha de esta sierva tuya y si te acuerdas de mí y me concedes un hijo varón, yo te lo entregaré para toda su vida”. El Señor le contestó la oración a Ana y ella dio a luz un hijo y le puso por nombre Samuel, que significa “Al Señor se lo pedí”. Cuando Samuel todavía era niño se lo llevó al sacerdote Elí y le dijo: “Mi señor, tan cierto como que usted vive, le juro que yo soy la mujer que estuvo aquí adorando al Señor. Este es el niño que yo le pedí al Señor, y él me lo concedió. Ahora yo se lo entrego al Señor. Mientras que el niño viva, estará dedicado a él”.

Samuel se quedó en Siló viviendo con el sacerdote Elí en una carpa junto al santuario. Y cada año la mamá de Samuel le hacía una pequeña túnica de lino, como la que usaban los sacerdotes y se la llevaba al santuario cuando iba para ofrecer su sacrificio; así que desde chico Samuel se veía como un sacerdote. Él le ayudaba a Elí en el servicio del santuario, encendía los candelabros, abría las puertas, preparaba el incienso, y le servía a Elí ya que era viejo y estaba casi ciego. Samuel era consuelo para Elí porque sus propios hijos, aunque eran sacerdotes eran unos perversos que no tomaban en cuenta al Señor. Elí no los había corregido desde chicos cuando hacían cosas malas, y crecieron desobedeciendo a Dios y sin respetar su culto. Elí se entristecía mucho con los pecados de sus hijos; y viejo como ya estaba, era imposible controlarlos.

Había pasado mucho tiempo desde que Dios había hablado directamente con la gente, así como lo hizo con Moisés, con Josué y con Gedeón. Los israelitas ansiosos esperaban que Dios les hablara nuevamente como antes. Cierta noche, el joven Samuel dormía en su cama en una carpa junto al santuario y escuchó una voz que llamaba su nombre, pero Samuel no sabía que era el Señor, y él respondió: “Aquí estoy”. Y en seguida fue corriendo adonde estaba Elí, y le dijo: “Aquí estoy; ¿para qué me llamó usted?” Elí respondió: “Yo no te he llamado. Vuelve a acostarte”. Y Samuel volvió a su cama. Pero una vez más el Señor lo llamó: “¡Samuel!” Él se levantó, fue adonde estaba Elí y le dijo: “Aquí estoy, ¿para qué me llamó usted?” Elí respondió: “Yo no te he llamado. Vuelve a acostarte”.

Por tercera vez llamó el Señor a Samuel. Él se levantó y fue adonde estaba Elí pensando que él lo había llamado. Entonces Elí se dio cuenta de que el Señor estaba llamando al muchacho, y le dijo a Samuel: “Ve y acuéstate. Si alguien vuelve a llamarte, dile: – Habla, Señor, que tu siervo escucha. Así que Samuel se fue y se acostó en su cama. Entonces el Señor se le acercó y lo llamó de nuevo: “¡Samuel, Samuel!” Y Samuel respondió: “Habla, que tu siervo escucha”. El Señor le dijo a Samuel: “Mira, escucha lo que te digo, he visto la perversidad de los hijos de Elí, él sabía que estaban blasfemando contra Dios y, sin embargo, no los refrenó. Estoy por darles cierto castigo que a todo el que lo oiga le quedará retumbando en los oídos.”

Samuel se acostó, y a la mañana siguiente abrió las puertas de la casa del Señor, pero no se atrevía a contarle a Elí la visión. Así que Elí tuvo que llamarlo: “¡Samuel, hijo mío! ¿Qué fue lo que te dijo el Señor? Te pido que no me lo ocultes”. Y Samuel le dijo todo aunque era un mensaje triste. Elí dijo: “Él es el Señor; que haga lo que mejor le parezca”.

La noticia corrió por toda la tierra de que Dios le había hablado a su gente nuevamente. Y Ana, la madre solitaria de la sierra de Efraín, se enteró que su hijo era un profeta a quien Dios le comunicaba su palabra para todo Israel. De allí en adelante, Dios le habló a Samuel, y Samuel les daba la palabra de Dios a las doce tribus.