Historias de la Biblia hebrea
EL HOMBRE ALTO QUE FUE ESCOGIDO COMO REY
Historia 53 – I Samuel 8:1-10-:27
Cuando Samuel, el hombre bueno y juez sabio, entró en años, puso a sus hijos como jueces de Israel para que le ayudaran con toda la gente. Sin embargo, ninguno de los dos siguió el ejemplo de su padre, es decir, no hacían justicia. Cuando alguien acudía a ellos con un problema, le daban la razón a quien les pagara más dinero en vez de juzgar correctamente. Por eso se reunieron los ancianos de Israel y fueron a su casa en Ramá y le dijeron: “Tú has envejecido, y tus hijos no siguen tu ejemplo, mejor danos un rey que nos gobierne, como lo tienen todas las naciones”.
Cuando Samuel oyó eso, se disgustó, no porque él quería seguir gobernando, sino porque él sabía que Dios era su rey. Samuel sabía también que si ellos tenían a un rey como el resto de las naciones, se desviarían de Dios. Entonces se puso a orar al Señor pero el Señor le dijo: “Considera seriamente todo lo que el pueblo te diga. En realidad, no te han rechazado a ti, sino a mí, pues no quieren que yo reine sobre ellos. Así que hazle caso, pero adviérteles claramente del poder que el rey va a tener sobre ellos”.
Y Samuel llamó a los ancianos y les dijo: “Si ustedes quieren un rey como el resto de las naciones, les quitará a sus hijos para que se hagan cargo de los carros militares y de la caballería. Los hará comandantes y capitanes, y los pondrá a labrar y a cosechar, y a fabricar armamentos y armas de guerra. Se apoderará de sus mejores campos, viñedos y olivares, y se los dará a sus ministros. También les quitará a sus hijas para emplearlas como cocineras y panaderas. Les quitará sus criados, y sus mejores bueyes y asnos, ustedes mismos le servirán como esclavos. Cuando llegue aquel día, clamarán por causa del rey que hayan escogido, pero el Señor no les responderá”. El pueblo, sin embargo, no le hizo caso a Samuel, sino que protestó: “¡De ninguna manera! Queremos un rey que nos gobierne. Así seremos como las otras naciones, con un rey que nos gobierne, y que marche al frente de nosotros cuando vayamos a la guerra”.
Dios quería que los israelitas fuera un pueblo simple, que vivieran solos en las montañas sirviéndole solamente a él, sin que pelearan para conquistar otras naciones. Pero querían ser una gran nación con poder y con riquezas. Y el Señor le dijo a Samuel: “Hazles caso; dales un rey”. Y así, Samuel los mandó a sus casas con la promesa que tendrían un rey.
Había un hombre de la tribu de Benjamín llamado Saúl, hijo de Quis. Saúl era apuesto y tan alto que todos le llegaban tan sólo a su hombro. Su padre Quis, era un hombre rico con muchos campos y rebaños. En cierta ocasión se perdieron las burras de su padre Quis, y Saúl salió con unos criados a buscarlas. En lo que buscaban a las burras, llegaron cerca de Ramá donde Samuel vivía. El criado le dijo a Samuel: “En este pueblo vive un hombre de Dios que es muy famoso. Todo lo que dice se cumple. ¿Por qué no vamos allá? A lo mejor nos dice el camino para encontrar a las burras”. (En esos tiempos los hombres con los que Dios se comunicaba eran llamados “videntes”; tiempo después se les llamó “profetas”).
Saúl y su criado fueron a Ramá y preguntaron por el vidente. Iban entrando a la ciudad cuando, el vidente, el cual era Samuel, se encontró con ellos. Pero, un día antes de que Saúl llegara, el Señor le había hecho esta revelación a Samuel: “Mañana, a esta hora, te voy a enviar un hombre de la tierra de Benjamín. Lo ungirás como príncipe de Israel, para que lo libre del poder de los filisteos”. Y cuando Samuel vio a Saúl siendo tan apuesto y de cara noble, el Señor le dijo: “Ahí tienes al hombre de quien te hablé; él gobernará a mi pueblo”. Saúl se acercó a Samuel sin saber quién era y le preguntó: “¿Podría usted indicarme dónde está la casa de vidente?” Y Samuel le respondió: “Yo soy el vidente. Acompáñame al santuario del cerro, que hoy comerán ustedes conmigo. En cuanto a las burras que se te perdieron hace tres días, ni te preocupes, ya las han encontrado. Lo que Israel más desea, ¿no tiene que ver contigo y con tu padre?” Saúl no entendió a lo que Samuel se refirió, y le preguntó: “¿No soy yo de la tribu de Benjamín, que es la más pequeña de Israel? ¿Y no es mi familia la más insignificante de la tribu de Benjamín? ¿Por qué me dice dichas cosas?”
Sin embargo, Samuel tomo a Saúl y a su criado, los llevó al salón y les dio un lugar especial entre los invitados que eran unos treinta. Samuel le dio una ración de carne a Saúl, y le dijo: “Ahí tienes lo que estaba reservado para ti, tu ración había sido apartada para esta ocasión”. Samuel le dijo a Saúl lo que pasaría en el camino donde se encontraría con cierta gente, y lo que debería de hacer. Le dijo: “Cuando llegues a la tumba de Raquel verás a dos hombres que te dirán: – Ya encontramos las burras que andabas buscando. Pero tu padre te anda buscando”. Samuel continuó diciéndole: “Más adelante, cuando llegues a la encina, te encontrarás con tres hombres con tres cabritos, tres panes y un odre de vino; ellos te darán dos panes, tómalos. De ahí llegarás donde hay un grupo de profetas llenos del Espíritu de Dios tocando instrumentos musicales. Y el Espíritu de Dios vendrá sobre ti y se te dará un nuevo corazón. Cuando se cumplan estas señales, sabrás que Dios está contigo. Ahora, vete y haz lo que Dios te diga”.
Y todo pasó tal y como Samuel le dijo. Los hombres encontraron a Saúl y los profetas vinieron a él cantando y alabando a Dios, y Saúl les acompañó en la alabanza al Señor. Entonces el Espíritu de Dios vino con poder sobre Saúl; ya no era el hijo del granjero, en él había el alma de todo un rey. Cuando regresó a casa les platicó de Samuel y que él le había ayudado a encontrar las burras, pero no mencionó que Samuel lo había ungido con aceite en la cabeza y cómo le había dicho que él sería el rey de Israel.
Después de esto, Samuel convocó al pueblo de Israel para que se presentara ante el Señor en Mizpa. Y les dijo que ya que querían un rey, Dios les había escogido uno para ellos. Samuel también dijo: “Por tanto, preséntense ahora ante el Señor por tribus y por familias”. Dicho esto, las tribus desfilaron ante él, cuando la tribu de Benjamín iba pasando, Samuel la escogió, luego de la tribu escogió a una familia, y de esa familia llamó el nombre de Saúl. Pero Saúl se había escondido, fueron a buscarlo, y cuando lo encontraron lo pusieron en medio de la gente, vieron que era tan alto que nadie le llegaba al hombro. Entonces Samuel dijo: “¡Miren al hombre que el Señor ha escogido! ¡No hay nadie como él en todo el pueblo!” Y todos gritaron: “¡Viva el rey! ¡Que Dios bendiga al rey!”
A continuación, Samuel le explicó al pueblo las leyes del reino y las escribió en un libro que depositó ante el Señor. Luego mandó que todos regresaran a sus casas. También Saúl se fue a su casa en Guibeá, acompañado por un grupo de hombres leales, a quienes el Señor les había movido el corazón para que le fueran fieles al rey. Así que después de dos cientos años con quince jueces gobernándolos, Israel tenía un rey. Pero algunos insolentes protestaron ya que tan sólo era hijo de un granjero: “¿Y éste es el que nos va a salvar?” Y no le demostraban respeto y en sus corazones lo humillaban. Pero Saúl, con su sabiduría, no les hizo caso.