Historias de la Biblia hebrea
EL PRÍNCIPE, JOVEN Y VALIENTE

Historia 55 – I Samuel 13:1-14:46
El pueblo de Israel tenía la esperanza que al tener un rey, él podría llevarlos a la victoria para salir del poder de los filisteos, los cuales tenían dominio de la mayor parte de la tierra. Sin embargo, dos años después que Saúl se había hecho cargo del pueblo, los filisteos habían crecido aún más poderosos que nunca. Tenían a muchos de los israelitas cautivos en los cerros y mandaban a sus guerreros a las aldeas para que les robaran todas sus cosechas, y por esa razón eran pobres y con temor a los filisteos.

Los filisteos no les permitían a los israelitas que trabajaran el hierro, para que así no hicieran ningún tipo de armas para ellos. Cuando los israelitas necesitaban reparar su reja de arado, la tenían que llevar a los filisteos para que la repararan o para que hicieran otra nueva. Así que cuando Saúl quería juntar a su ejército, no tenían armas. Saúl y su hijo Jonatán eran los únicos que usaban escudos para protegerse de las flechas del enemigo. Finalmente, Saúl pudo juntar a un ejército pequeño; una parte estaba con él en Migrón y la otra estaba con su hijo Jonatán en Guibeá, a ocho kilómetros al sur. Jonatán que era un joven valiente, fue con unos hombres a Gueba en contra de los filisteos entre los peñascos Bosés y Sene, y ahí se quedaron. La noticia de esta pelea llegó hasta los filisteos y  subieron a su gran ejército a la montaña con carros y caballos. Saúl mandó que se tocara la trompeta por todo el país,  y llamó a todos al campo de Guilgal bajo el valle del Jordán, y aunque temblando de miedo de los filisteos, muchos acudieron.

Samuel le había dicho que no marcharan a Guilgal hasta que él llegara para ofrecer un sacrificio al Señor. Pero como Samuel se tardaba, Saúl se puso muy impaciente porque los soldados empezaron a desvanecerse. Saúl no pudo esperarse más y aunque él no era el sacerdote, él mismo ofreció un holocausto. En el momento en que Saúl terminaba de celebrar el sacrificio llegó Samuel y le dijo: “¿Qué has hecho?” Saúl le respondió: “Pues como vi que la gente se inquietaba, temí que los filisteos ya estaban por atacarme, y ya que tú te estabas demorando, me atreví a ofrecer el holocausto”.

Y Samuel le respondió: “¡Eres un necio! No has cumplido el mandato que te dio el Señor tu Dios. El Señor habría establecido tu reino sobre Israel para siempre, pero ahora te digo que tu reino no permanecerá. El Señor está buscando un hombre más de su agrado, pues tú no has cumplido su mandato”. Y Samuel se alejó del campamento y dejó a Saúl solo. Y Saúl llevó tan sólo a seis cientos hombres a la montaña de Gueba, el lugar donde Jonatán se encontraba. A través del valle cerca de Micmás había en plena vista muchos filisteos.

Cierto día, Jonatán y su ayudante descendieron hacia el campamento de los filisteos. Al joven ayudante se le llamaba “escudero”, porque cargaba los escudos de Jonatán y sus armas, y las tenía a la mano en caso de emergencia. Jonatán podía ver a los filisteos al otra lado del valle, y le dijo a su escudero: “Si los filisteos nos dicen: – ¡Vengan acá!, avanzaremos, pues será señal de que el Señor nos va a dar la victoria y nos va a  ayudar”. Los filisteos vieron a los dos israelitas parados en una roca al otro lado del valle y dijeron: “¡Vengan acá! Tenemos algo que decirles”. Luego Jonatán le dijo a su escudero: “Ven conmigo, porque el Señor le ha dado la victoria a Israel”. Entonces cruzaron el valle, les cayeron por sorpresa a los filisteos y los mataron fácilmente sin darles tiempo de defenderse. Algunos cayeron y otros corrían, y el resto de ellos al ver a los otros correr, también comenzaron a correr en pavor. Empezaron a pelearse entre ellos mismos, y los israelitas al otro lado del valle veían cómo los filisteos se mataban entre ellos mismos, hasta que su ejército desaparecía. Saúl y sus hombres cruzaron el valle y se unieron en la batalla; y los israelitas que estaban en el campo de los filisteos bajo el control de ellos, también se unieron a los israelitas, así como las otras tribus cercanas. De manera que en ese día ganaron la victoria sobre los filisteos.

Sin embargo, Saúl cometió un error muy grande en ese día de la victoria. Por miedo que los soldados no quisieran seguir a los filisteos, antes de la batalla les dijo: “¡Maldito el que coma algo antes del anochecer, antes de que pueda vengarme de mis enemigos! El que pruebe bocado morirá, debemos darnos prisa en atacar al enemigo”. Así que en ese día nadie había comido nada y los israelitas estaban falleciendo de hambre. Estaban tan débiles que no podían perseguir a los filisteos y muchos de ellos se escaparon. En la tarde cuando trataban de perseguirlos, al llegar a un bosque, notaron que había miel en el suelo, pero por miedo al juramento que Saúl había hecho, nadie se atrevió a probarla. Pero, Jonatán, que no había oído a su padre poner al ejército bajo juramento, comió algo de miel. En seguida se le iluminó el rostro. Pero uno de los soldados le advirtió: “Tu padre puso al ejercito bajo un juramento diciendo: – ¡Maldito el que coma algo hoy! Jonatán dijo: “Mi padre le ha causado un gran daño al ejército; si todo el ejército hubiera comido algo, hubiera tenido más fuerzas para acabar con el enemigo”.

Al anochecer, Saúl se enteró que Jonatán habían desobedecido, aunque fue por ignorancia; y le dijo a Jonatán: “Le he hecho un juramento al Señor, y ahora Jonatán, aunque eres mi propio hijo, tienes que morir”. Pero la gente no le permitía que matara a Jonatán, aunque se tratara de cumplir con el juramento. Pues ellos replicaron: “¡Cómo va a morir Jonatán, siendo que le ha dado esta gran victoria a Israel! ¡Jamás! Tan cierto como que el Señor vive, que ni un pelo de su cabeza caerá al suelo, pues con la ayuda de Dios él nos dio la victoria”.

Y así rescataron a Jonatán de la mano del rey y lo libraron. Ganaron una victoria muy grande, pero con todo esto, Saúl había demostrado que no era capaz de dirigir. Él reaccionaba muy arrebatadamente con sus acciones y palabras. Encima de todo eso, no tenía cuidado en obedecer lo que Dios le mandaba. Después de esto, los filisteos se quedaron por un buen tiempo al lado del Mediterráneo y ni intentaban ascender a las montañas para molestar a los israelitas.