Historias de la Biblia hebrea
EL JOVENCITO BUSCANDO FLECHAS

Historia 59 – I Samuel 17:55-20:42
Después que David había matado al gigante, lo llevaron ante el rey Saúl, llevando la cabeza de Goliat en sus manos. Saúl no podía recordar que el guerrero que había peleado al gigante, era el mismo que años atrás había tocado el arpa en su presencia. Lo recibió, y allí lo hizo uno de sus oficiales de su ejército. David era un hombre sabio y valiente en el ejército de Saúl, como lo había sido cuando se enfrentó al gigante; así que en muy pronto se convirtió en comandante a cargo de miles hombres. Todos lo apreciaban mucho tanto en el cuartel de Saúl como en su propio campamento; David tenía un espíritu que atraía a la gente.

Cuando David había regresado de la batalla contra los filisteos las mujeres salían a recibir a David bailando y cantando, y exclamando con gozo: “Saúl destruyó a mil, ¡pero David aniquiló a diez mil!” Esto disgustaba mucho a Saúl, estaba celoso y no confiaba en su espíritu. Constantemente pensaba en lo que Samuel decía, que Dios le iba a quitar el  reino y se lo iba a dar a alguien más digno que él. Saúl comenzó a pensar que, quizá este muchacho que de un día a otro se había convertido en una gran persona ante los ojos de la gente; éste mismo podría convertirse en el rey. Y así, como antes, la amargura y depresión lo comenzaron a torturar. Deliraba y hablaba muchas locuras; para este entonces, sabían que David tocaba el arpa, y lo llamaron para que viniera a ayudar al deprimido rey. Pero en su locura, Saúl no quería escuchar la voz de David. Dos veces  intentó matarlo, pero con brincos David logró esquivar la lanza.

Como Saúl sabía que Dios estaba con David, él le tenía miedo ya que el Señor había abandonado a Saúl. Hubiera mandado a matarlo, pero nadie se atrevía a hacerlo porque todos querían mucho a David. Y Saúl se dijo a sí mismo: “Aunque yo mismo no pueda matarlo, voy a hacer que los filisteos lo maten”. Pues entonces, lo mandó a una misión peligrosa en guerra, pero David regresó con bien; y con cada victoria se ganaba más el afecto y respeto de todos. Saúl dijo: “Te daré a mi hija Mareb como tu esposa si peleas a los filisteos”. David regresó de pelear a los filisteos y encontró que la muchacha que Saúl le había prometido como esposa, se la había dado a otro hombre. Saúl tenía a otra hija llamada Mical que se enamoró de David. Y Saúl le dijo a David: “Te daré a mi hija Mical como tu esposa si matas a cien de los filisteos”. David mató a dos cientos y se la llevó la noticia a Saúl. Entonces Saúl le dio a su hija Macal en matrimonio, y esto le dio miedo a Saúl porque vio cómo David se acercaba más y más a su trono.

En lo que Saúl odiaba a David, su hijo Jonatán le tenía mucho aprecio; Jonatán era el muchacho guerrero que peleó contra los filisteos, como leímos en la historia cincuenta y cinco. Jonatán vio la nobleza y la valentía de David y lo quería con todo su corazón, así que le dio su túnica real, su arco y su espada. Le daba mucho pesar a Jonatán el que su propio padre le tuviera tanta envidia a David. Jonatán habló con su padre y le dijo: “¡No vaya Su Majestad a hacerle daño a su siervo David! Él no le ha hecho ningún mal; al contrario, lo que ha hecho ha sido de gran beneficio para usted. Para matar al filisteo arriesgó su propia vida, y el Señor le dio una gran victoria a todo Israel. ¿Por qué ha de hacerle daño a un inocente y matar a David sin motivo?”

Por el momento le hizo caso a Jonatán y dijo: “Tan cierto como que el Señor vive, te juro que David no morirá”. Y nuevamente, David se sentó en la mesa del rey con los príncipes; pero Saúl empezó a sentirse mal otra vez, y mientras David tocaba el arpa Saúl intentó clavarlo en la pared con la lanza, pero David esquivó el golpe, de modo que la lanza  quedó clavada en la pared. Esa misma noche, Saúl mandó a sus hombres para apresar a David, pero Mical, la hija de Saúl esposa de David, lo había dejado escapar por la ventana; puso en la cama a un ídolo y lo tapó. Cuando los hombres llegaron a la casa, ella les dijo: “David está enfermo en cama, no puede salir”. Cuando le informaron a Saúl, él dijo: “Aunque esté en cama, ¡tráiganmelo aquí!” Cuando encontraron el ídolo, David ya estaba muy lejos a salvo, y fue a Ramá para ver a Samuel y se quedó con él acompañado de profetas que adoraban y predicaban de Dios.

Cuando Saúl se enteró que de que David estaba en Ramá, mandó a sus hombres para que lo apresaran, pero se encontraron con un grupo de profetas que estaban profetizando y adorando, y entonces el Espíritu de Dios vino sobre ellos y empezaron a adorar juntos. Al oír esto, Saúl envió otro grupo, pero ellos también empezaron a adorar. Por fin, Saúl dijo: “Si nadie me trae a David, yo mismo iré por él”. Saúl fue a Ramá y cuando se encontró con la compañía de adoradores, el mismo Espíritu de Dios vino sobre él y empezó a adorar junto con todos. Al día siguiente se regresó a su casa, y por el momento no tenía nada en contra de David. Pero, David sabía en el fondo que Saúl tenía algo en contra de él, y que lo mataría cuando la locura le regresara. David fue en busca de Jonatán a un campo lejos de la casa de Saúl. Jonatán le dijo a David: “Aléjate de la mesa del rey por algunos días en lo que averiguo su estado hacia a ti, y yo te digo después. Tal vez mi padre ya quiera hacer las paces contigo y ser tu amigo. Pero si él quiere hacerte daño, yo te aviso. Yo sé que el Señor está contigo y que Saúl no podrá tocarte. Prométeme que por el resto de tu vida serás bondadoso con toda mi familia aún después que el Señor me borre de la faz de la tierra”. Jonatán, como otros creía que David sería el rey de Israel; pero no le importaba darle el trono a David por todo el aprecio que le tenía. De ese modo Jonatán y David hicieron un pacto que pasaría de generación a generación; siempre serían buenos amigos.

Jonatán le dijo a David: “Averiguaré el estado de mi padre para contigo y te lo haré saber. En tres días fingiré estar tirando al blanco y lanzaré tres flechas en la dirección donde te estés escondiendo. Entonces le diré a un jovencito que vaya a buscarlas. Si le digo: – Mira, las flechas están más acá, recógelas–, eso querrá decir que no hay peligro y podrás salir sin ninguna preocupación. Pero si le digo: – Mira, las flechas están más allá –, eso quiere decir que debes escaparte del rey”.

Y David no estuvo en la mesa del rey por dos días, al principio Saúl no dijo nada de su ausencia, pero después dijo: “¿Cómo es que ni ayer ni hoy vino el hijo de Isaí a la comida?” Jonatán respondió: “David me insistió que le diera permiso de ir a Belén para visitar a sus hermanos mayores”. Al oír esto, Saúl se enfureció con Jonatán: “¡Hijo de mala madre! ¿Por qué has escogido mi enemigo por tu mejor amigo? ¿Qué no te das cuenta que mientras él viva en esta tierra, ni tú ni tu reino están seguros? Así que manda a buscarlo, y tráemelo, pues está condenado a morir”. Saúl estaba tan furioso que  le arrojó su lanza para herirlo. Enfurecido que su padre quería matar a David, Jonatán se levantó de la mesa y no quiso tomar parte en la comida; y también estaba muy afligido por la vida de David.

Al siguiente día, Jonatán salió al campo a la hora que acordaron; y Jonatán le dijo al jovencito: “Corre a buscar las flechas que voy a lanzar”. El jovencito se echó a correr, y Jonatán lanzó una flecha que lo sobrepasó, y le dijo: “¡La flecha está más allá! ¡Date prisa, no te detengas y encuéntralas!” Cuando el jovencito encontró las flechas se las trajo a su amo, y Jonatán le dio sus armas al muchachito y le dijo: “Vete; llévalas de vuelta a la ciudad”. En cuanto el criado se fue, David salió de su escondite y, corrió hacia Jonatán; en seguida se abrazaron y lloraron juntos. David sabía que no estaba a salvo en las manos de Saúl. Tenía que huir dejando su esposa, sus amigos y la casa de su padre, ya que sabía que tenía que esconderse del odio del rey Saúl. Y Jonatán le dijo: “Puedes ir tranquilo, pues los dos hemos hecho un juramento eterno en nombre del Señor, pidiéndole que juzgue entre tú y yo, y entre tus descendientes y los míos”. Así que Jonatán regresó al palacio de su padre, y David se alejó para encontrar un escondite.