Historias de la Biblia hebrea
DAVID ENCUENTRA LA ESPADA DEL GIGANTE

Historia 60 – I Samuel 21:1-22:23
Después de que David se encontró con Jonatán la última vez, él se convirtió en un vagabundo, sin un hogar tratando de esconderse de Saúl. Tuvo que irse tan rápido que no le dio tiempo de llevar ni comida, ni agua, ni su espada para protegerse. En su recorrido se topó con una ciudad llamada Nob donde estaba el santuario, (el arca del pacto se encontraba en diferente lugar). Ajimélec, el sumo sacerdote se sorprendió de verlo llegar sólo. Y David le dijo: “El rey me ha mandado a una misión secreta. Ya les he indicado a mis hombres dónde encontrarnos. ¿Puedes darnos unos panes?” El sacerdote le contestó: “No tengo panes aquí a la mano, más que el pan santo del santuario; los sacerdotes los acaban de quitar para cambiarlos por panes frescos”.

Y así, el sacerdote le dio los panes santos a David, los cuales eran solamente para los sacerdotes. Más tarde David le preguntó: “¿No tienes a la mano una lanza o una espada? Tan urgente es el encargo del rey que no alcancé a tomar mi espada ni mis otras armas”. El sacerdote respondió: “Aquí no tengo espadas, la única que tengo es la del filisteo Goliat, a quien mataste en el valle de Elá. Está detrás del efod, envuelta en un paño. Puedes llevártela, si quieres”. David dijo: “Dámela, ¡Es la mejor que podrías ofrecerme!” David se llevó la espada del gigante y cinco panes, y con eso se marchó. ¿Pero, a dónde debería ir?, no estaba a salvo de ningún territorio del reino de Saúl; así que descendió a los prados del territorio enemigo con los filisteos.

Pero los filisteos no se habían olvidado de David, el que mató al gran Goliat y el que los había derrotado en muchas otras batallas. Y cuando estaban por apresarlo, fingió perder la razón y, comenzó a portarse como loco. El rey de los filisteos dijo: “Dejen ir a este pobre loco; sáquenlo, no lo quiero en mi palacio”. Así David pudo escapar de ellos y se fue al desierto de Judá donde encontró su escondite en una cueva llamada Adulán. Mucha gente de varias partes supo dónde estaba David, especialmente de su tribu Judá. Los hombres que estaban disgustados con el reinado del rey Saúl se unieron a David, y poco después tenía un ejército de cuatrocientos hombres quien lo nombraron su capitán. Todos estos hombres eran guerreros valientes.

Tres de estos hombres hicieron una obra buena por David. Cuando David estaba en la cueva con sus hombres, (En 2 Samuel 23:16), los filisteos tenían capturado a Belén, el pueblo de David. Un día David dijo: “¡Ojalá pudiera yo beber del pozo que está a la entrada de Belén!” Este era el pozo del cuál bebía cuando era niño, y para él era la mejor agua del mundo. Entonces los tres valientes se metieron en el campamento filisteo, sacaron agua del pozo de Belén, y se la llevaron a David. Pero él no quiso beberla, sino que derramó el agua en honor al Señor y dijo: “¡Que el Señor me libre de beberla! ¡Eso sería como beber la sangre de hombres que se han jugado la vida!” Y David tiró el agua como sacrificio al Señor.

Muy pronto, Saúl oyó que David se estaba escondiendo en las montañas de Judá con sus hombres. Un día mientras Saúl estaba sentado a la sombra de un árbol les dijo a sus hombres: “Ustedes son hombres de mi propia tribu de Benjamín, y ninguno de ustedes me ayuda a encontrar al hijo de Isaí, el cual ha hecho un pacto con mi hijo para ponerlo en contra mía, y el cual ya tiene un ejército para atacarme. ¿Qué nadie de ustedes va a ayudarme a ir contra de mi enemigo?” Y Doeg el edomita, que se encontraba entre los oficiales de Saúl, le dijo: “Yo vi al hijo de Isaí reunirse en Nob con Ajimélec, el sumo sacerdote; y él le dio panes y una espada”. Entonces el rey mandó a llamar al sacerdote Ajimélec y a ochenta y cinco de sus hombres que eran sacerdotes, y se los llevaron al rey. Saúl les dijo: “¿Por qué tú y el hijo de Isaí conspiran contra mí? Le diste comida y una espada, lo atendiste bien.” Y Ajimélec respondió al rey: “¿Quién entre todos los oficiales del rey es tan fiel como su yerno David?, jefe de la guardia real y respetado en el palacio. ¿Qué de malo hice en darle pan? Yo no sé algo malo que haya hecho en contra del rey”.

Saúl estaba muy enfurecido y le dijo: “¡Te llegó la hora Ajimélec! Y no sólo a ti sino a toda tu familia. Tú has escondido a éste, mi enemigo. Tú sabías dónde se estaba escondiendo, y no me dijiste”. Y el rey ordenó a los guardias que mataran a los sacerdotes del Señor, pero no se atrevieron a levantar la mano en contra de los sacerdotes del Señor. Así que Saúl se enfureció aún más y vio al edomita Doeg, el que le había avisado a Saúl de la visita de David al sacerdote, y le dijo: “Tú eres el único de mis siervos que me ha sido fiel. ¿Matas a los sacerdotes que han traicionado a tu rey?” Entonces Doeg el edomita lo obedeció y se lanzó contra ellos y los mató. Ese día mató a ochenta y cinco sacerdotes que tenían túnicas de lino. Luego fue a la ciudad de los sacerdotes, y mató a filo de espada a sus mujeres y niños, y quemó la ciudad.

Sin embargo, un hijo de Ajimélec, llamado Abiatar, pudo escapar y huyó hasta encontrarse con David. Cuando le dijo que Saúl había matado a los sacerdotes del Señor y le dio la coraza y las túnicas del sumo sacerdote, David le dijo: “Ya desde aquel día, cuando vi a Doeg en Nob, sabía yo que él le avisaría a Saúl. Sin querer, yo tengo la culpa de que hayan muerto todos tus parientes. Pero no tengas miedo, quédate conmigo, que aquí estarás a salvo. Quien quiera matarte tendrá que matarme a mí”. Abiatar era el sumo sacerdote y estaba con David en vez que con Saúl. En todas partes se enteraron de la obra tan perversa que Saúl había hecho, y eso hizo que la gente se alejara de Saúl y que viera a David como la única esperanza para la nación.