Historias de la Biblia hebrea
LOS ÚLTIMOS DÍAS DEL REY SAÚL
Historia 62 – I Samuel 28:1-31:13
Una vez más los filisteos reunieron sus tropas para ir a la guerra contra Saúl en la tierra de Israel. Por tanto Aquis, rey de los filisteos mando por David y le dijo: “Quiero que sepas que tú y tus hombres saldrán conmigo a la guerra contra Israel”.
David estaba viviendo con los filisteos en su país y bajo su reinado. Así que David vino de Siclag con sus seis cientos hombres y se unieron a las tropas filisteas. Pero cuando algunos de los filisteos vieron a David y a sus hombres, dijeron: “¿Qué están haciendo estos israelitas aquí? ¿No es este el hombre del que cantaban: – Saúl mató a mil, pero David mató a diez mil? Regrésalo, no sea que en medio del combate se vuelva contra nosotros. ¿Qué mejor manera tendría de reconciliarse con su rey? David no debe ir a pelear con nosotros”. Y Aquis, el rey de los filisteos le dijo a David que se regresara a su casa con sus hombres para que no pelear contra su propia gente.
Pero cuando llegaron a su ciudad, Siclag, se encontraron con que los amalecitas habían invadido la región y luego de atacar e incendiar la ciudad, habían tomado cautivos a todos los habitantes incluyendo mujeres y niños; también habían tomado prisioneras a las dos esposas de David y se habían llevado todo al sur del desierto. Y el Señor le habló a David por medio del sacerdote Abiatar: “Persíguelos. Vas a alcanzarlos, y rescatarás a los cautivos”. Así que David persiguió a los amalecitas en el desierto con sus seiscientos hombres hasta llegar al arroyo de Besor, donde se quedaron doscientos de ellos porque estaban muy cansados. Y David continuó con los cuatrocientos y encontraron a los amalecitas que estaban dispersados por todo el campo, comiendo y festejando del gran botín que se habían llevado. David los atacó por sorpresa y los mataron a todos, excepto a cuatrocientos que escaparon en camellos en el desierto, y David no pudo atraparlos. David pudo recobrar todo lo que los amalecitas se habían robado, y también rescató a sus dos esposas. Nada les faltó del botín, ni grande ni pequeño, ni ninguna otra cosa de lo que les habían quitado. David también se apoderó de todos los bienes que los amalecitas habían robado de otras partes. David repartió el botín entre él y todos sus hombres, hasta con los que se habían quedado atrás en el arroyo de Besor; a todos les dio por parejo. Este tesoro que David les quitó a los amalecitas lo hizo muy rico, y de sus riquezas les mandó regalos a todos sus amigos en la tribu de Judá.
En lo que David estaba persiguiendo a sus enemigos del sur, los filisteos estaban juntando sus tropas en medio de la pradera de Esdraelón, al pie del Monte Guilboa, cerca del manantial donde los hombres de Gideón tomaron agua, como leímos en la historia cuarenta y cinco. Pero Israel no tenía a otro Gideón que peleara por ellos, porque el rey Saúl ya había envejecido, estaba enfermo y era muy débil y, con muchos dilemas: Samuel ya había muerto varios años atrás, David no era su aliado; Saúl mismo había matado a los sacerdotes que le comunicaban lo que Dios tenía que decir, Saúl estaba absolutamente sólo. Pero cuando vio Saúl al ejército filisteo, le entró miedo que se descorazonó por completo. Por eso consultó al Señor, pero él no le respondió porque lo había abandonado.
Saúl supo de una adivina en Endor al lado norte del Monte More, no muy lejos del campamento. La adivina aparentemente podía invocar a espíritus del más allá. Si de verdad ella podía hacer esto o no, no se sabe; la Biblia no nos dice de esto. Sin embargo, Saúl estaba tan ansioso de oír del Señor que esa misma noche mandó a buscar a la mujer. Saúl se disfrazó con otra ropa para que pareciera un hombre común y corriente; y cuando la encontró, le dijo: “Quiero que invoques el espíritu de un hombre que tengo muchas ganas de ver”. La adivina le preguntó: “¿Quién desea usted que yo haga aparecer?” Y Saúl le contestó: “Invoca el espíritu del profeta Samuel. Si espíritus habían resucitado antes o no, de todas maneras el Señor permitió que el espíritu de Samuel se presentara ante el rey Saúl para hablar con él.
La mujer al ver que era el espíritu de Samuel, pegó un grito y se llenó de miedo. Pero Saúl le dijo: “No tienes nada que temer. Dime lo que has visto”. Saúl no podía ver el espíritu que la mujer veía. Ella le dijo: “Veo un espíritu que sube de la tierra, el de un anciano envuelto en un manto”. Y de la obscuridad vino una voz de un espíritu que Saúl no podía reconocer, y dijo: “¿Por qué me molestas haciéndome subir?” Y Saúl le contestó: “Estoy muy angustiado. Los filisteos me están atacando, y Dios me ha abandonado. Ya no me responde, ni en sueños ni por medio de profetas, ni de sacerdotes. Por eso decidí llamarte, para que me digas lo que debo hacer”. Y el espíritu de Samuel le dijo a Saúl: “El Señor se ha alejado de ti y se ha vuelto tu enemigo, ¿por qué me consultas a mí? El Señor ha cumplido con lo que había anunciado por medio de mí; él te ha arrebatado el reino, y se lo ha dado a David. El Señor te entregará a ti y a Israel en manos de los filisteos. Mañana tú y tus hijos se unirán a mí, y el campamento israelita caerá en poder de los filisteos”.
Y así el espíritu de Samuel, el profeta pasó de su vista. Al instante Saúl se desplomó como si estuviera muerto, ya que estaba muy débil porque no había comido nada ese día. La mujer y los soldados se acercaron para ayudarlo a levantarse; le dieron algo de comer y trataron de animarlo. Luego Saúl y sus hombres se regresaron al campamento.
Al día siguiente, hubo una batalla al lado del monte Guilboa. Los filisteos no esperaron que las tropas de Saúl los atacaran. Subieron a la montaña y atacaron a los israelitas en su propio campamento. Muchos de los israelitas cayeron muertos en la batalla y muchos huyeron. Los tres hijos de Saúl murieron, uno de ellos era el valiente y noble Jonatán. Cuando Saúl vio que estaba perdiendo la batalla y que habían matado a sus hijos, le dijo a su escudero: “Saca tu espada y mátame, es mejor que tú lo hagas a que lo haga uno de los filisteos”. Pero el escudero no quiso hacerle daño a su rey, el ungido del Señor. De modo que Saúl mismo tomó su espada y se dejó caer sobre ella en medio de los demás cadáveres de sus propios hombres. Al siguiente día, cuando los filisteos llegaron para quitarles las pertenencias a los cadáveres; la corona y el brazalete del rey Saúl habían desaparecido. Los filisteos le quitaron su armadura y la mandaron al templo de su ídolo Dagón; y colgaron los cadáveres de Saúl y los de sus hijos en el muro de Betsán, una ciudad cananea en el valle del Jordán.
¿Recuerdas que Saúl en el principio de su reinado rescató a la ciudad de Jabés de Galaad de los amonitas? Los habitantes de Jabés no olvidaron la valiente acción que Saúl había hecho. Cuando se enteraron de lo que habían hecho con su cuerpo de Saúl, caminaron toda la noche hacia Betsán, tomaron los cuerpos de Saúl y de sus hijos y; luego de bajarlos del muro, los incineraron en Jabés, y los enterraron debajo de un árbol para que nadie se los llevara. Después guardaron luto por siete días.
Y así terminó el reinado de Saúl que duró por cuarenta años, el cuál empezó bien, pero terminó en fracaso y en ruina, y todo porque Saúl abandonó al Señor Dios de Israel. En el comienzo los israelitas ya casi estaban libres de los filisteos, y por algún tiempo Saúl parecía tener éxito en haber sacado a los filisteos de la tierra. Sin embargo, después que Saúl se alejó del Señor y que no le hacía caso a Samuel, el profeta de Dios, Saúl se convirtió en un hombre amargo, lleno de miedo y perdió su valentía; así la tierra cayó bajo el poder de sus enemigos. David hubiera podido ayudarle, pero lo había echado en corrida, y no había nadie con valentía que respaldara a Saúl o que le ayudara a ganar sus victorias. Así que al final, cuando Saúl perdió la batalla, la opresión de los filisteos en Israel, era más dura que antes.