Historias de la Biblia hebrea
LA HISTORIA DEL CORDERITO DICHA POR EL PROFETA

Historia 66 – 2 Samuel 11:1-25; Salmos 51
En el principio cuando David empezó su reinado, se enfrentó a muchas batallas contra los enemigos de Israel. Pero llegó un tiempo en que las preocupaciones del reino eran muy pesadas, así que David mandó a Joab a cargo de la batalla; y David se quedó en su palacio en el Monte Sión.

Una tarde, David comenzó a pasearse por la azotea del palacio, y desde allí vio en un jardín cercano a una mujer sumamente hermosa. Le preguntó a uno de sus criados quien era la mujer, y el criado le dijo: “Es Betsabé, esposa de Urías”. Urías era un oficial en el ejército de David bajo la supervisión de Joab; se encontraba peleando la batalla contra los amonitas en Rabá cerca del desierto, al este del Jordán. David ordenó que la llevaran a su presencia; él habló con ella. David la amaba y quería tomarla como una de sus esposas; en esos tiempos no era malo tener varias esposas. Pero David no podía casarse con Betsabé en lo que su esposo Urías estaba vivo. Entonces una idea perversa le salió de su corazón, e hizo un plan para matar a Urías, para que así se pudiera llevar a Betsabé a su propia casa.

Entonces David le escribió una carta al comandante de su ejército, el general Joab. La carta decía así: “Pongan a Urías al frente de la batalla, donde la lucha sea más dura. Luego déjenlo solo, para que los amonitas lo hieran y lo maten”.  Y Joab hizo tal y como David le mandó; puso a Urías donde sabía que estaban los defensores más aguerridos cerca de la muralla. Y cuando salieron los enemigos, hubo una pelea fuerte al lado de la muralla. Y Urías, junto con los demás guerreros, cayeron en batalla perdiendo la vida. Luego Joab mandó un mensajero al rey David a que le diera un reporte de lo que había pasado en la batalla, incluyendo la muerte del valiente guerrero Urías. Cuando David oyó esto, dijo: “Dile a Joab de mi parte que no se agite tanto por lo que ha pasado, pues la espada devora sin discriminar. Dile que también reanude el ataque contra la ciudad, hasta destruirla”.

Después que Betsabé hizo duelo por Urías, David la tomó como su esposa y mandó que se la llevaran al palacio. Con el tiempo, ella le dio un hijo al cual David adoraba. Quizá hubo otros que supieron lo que había pasado, pero la Biblia nos dice que Joab y David fueron los únicos que sabían la causa de la muerte de Urías. Sin embargo, la maldad que David había hecho le desagradó al Señor.

Después el Señor mandó al profeta Natán para que le dijera a David que aunque nadie sabía la obra perversa que él había hecho, Dios la había visto y castigado sería por su pecado. Natán vino a David y le dijo: “Dos hombres vivían en un pueblo. El uno era rico, y el otro pobre. El rico tenía muchísimas ovejas y vacas; en cambio, el pobre no tenía más que una sola ovejita que él mismo había comprado y criado. La ovejita creció con él y con sus hijos; comía de su plato, bebía de su vaso y dormía en su regazo. Era para ese hombre como su propia hija. Pero sucedió que un viajero llegó de visita a casa del hombre rico, y como éste no quería matar ninguna de sus propias ovejas para darle de comer al huésped, le quitó al hombre pobre su única ovejita para ofrecérsela de comer a su amigo”.

Cuando David oyó la historia, se enfureció, y le dijo a Natán: “¡El hombre que hizo esto merece la muerte! ¿Cómo pudo hacer algo tan ruin? ¡Ahora pagará cuatro veces el valor de la oveja! ¡Qué cruel de este hombre tratar a alguien así sin compasión!” Y Natán le dijo: “¡Tú eres ese hombre que ha hecho esa cosa horrible! El Señor te escogió como rey en vez que Saúl y te dio el reino; tienes un palacio con varias esposas. ¿Entonces, por qué has hecho esta obra tan perversa en la vista del Señor? ¡Asesinaste a Urías  con la espada de los amonitas para apoderarte de su esposa! Por eso la espada jamás se apartará de tu familia, sufrirás por esto, como también sufrirán tus esposas y tus hijos”. Cuando oyó esto, se dio cuenta de la obra tan perversa que había cometido. Estaba profundamente arrepentido y le dijo a Natán: “¡He pecado contra el Señor!” David estaba muy mortificado que Natán le dijo: “El Señor  ha perdonado ya tu pecado, y no morirás. Sin embargo, tu hijo con la esposa de Urías sí morirá”.

Y el hijo que David y Betsabé tenían, el cual David amaba mucho, cayó gravemente enfermo. David se puso a rogar a Dios por él; ayunaba y pasaba las noches tirado al suelo. Los ancianos de su corte iban a verlo y le rogaban que se levantara y comiera, pero él se resistía. Siete días después, el niño empeoró, y también la angustia de David; y el niño murió. Los oficiales de David tenían miedo de darle la noticia, pues decían: “Si cuando el niño estaba vivo, le hablábamos al rey y no nos hacía caso, ¿qué locura no hará ahora si le decimos que el niño ha muerto?” Pero David, al ver que sus oficiales estaban cuchicheando, se dio cuenta de lo que había pasado y les preguntó: “¿Ha muerto el niño?” – Sí Su Majestad, ya ha muerto –le respondieron.

Entonces David, se levantó del suelo y en seguida se bañó y se perfumó; luego se vistió y fue a la casa del Señor para adorar. Después regresó al palacio, pidió que le sirvieran alimentos, y comió. Sus oficiales se sorprendieron de su reacción y David les dijo: “Cuando el niño estaba vivo yo ayunaba y lloraba, pues pensaba que tal vez el Señor pudiera tener compasión de mi hijo. Pero ahora que ha muerto, ¿qué razón tengo para ayunar? ¿Acaso puedo devolverle la vida? Yo iré adonde él está, aunque él ya no volverá a mí”. Y después, el Señor le dio a David y a Betsabé otro niño al que llamaron Salomón. El Señor amó al niño y creció a ser un hombre muy sabio.

Después Dios se olvidó del pecado tan grande que David cometió. David escribió el Salmo cincuenta y uno en memoria del pecado que cometió y, el perdón que Dios le dio:

“Ten compasión de mí, oh Dios, conforme a tu gran amor; conforme a tu inmensa bondad, borra mis transgresiones. Lávame de toda mi maldad y límpiame de mi pecado. Yo reconozco mis transgresiones; siempre tengo presente mi pecado. Contra ti he pecado, sólo contra ti, y he hecho lo que es malo en tus ojos. Purifícame con hisopo, y quedaré limpio; lávame, y quedaré más blanco que la nieve. Aparta tu rostro de mis pecados y borra toda mi maldad. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu. No me alejes de tu presencia ni me quites tu santo Espíritu.   Devuélveme la alegría de tu salvación; que un espíritu obediente me sostenga. Así enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se volverán a ti. Tú no te deleitas en los sacrificios ni te complacen los holocaustos; de lo contrario, te los ofrecería. El sacrificio que te agrada es un espíritu quebrantado; tú, oh Dios, no desprecias al corazón quebrantado y arrepentido”.