Historias de la Biblia hebrea
EL ÁNGEL CON LA ESPADA DESENVAINADA EN EL MONTE MORIA

Historia 69 – 2 Samuel 24:1- 25; I Crónicas 21:1-27
Después que Absalón hubiera muerto, David gobernó Israel en paz por el resto de su vida. Su reino abarcaba desde el río Éufrates hasta la frontera de Egipto, y del Mar Mediterráneo en el oeste hasta el gran desierto en el este.

Y nuevamente, David hizo lo malo en la vista del Señor. Él dio órdenes a Joab, el comandante de su ejército, que mandara oficiales a todas las tribus para que contaran a los hombres que pudieran ir en batalla. Tal vez David quería juntar un gran ejército para una guerra venidera. A Joab no le pareció lo que David estaba tratando de hacer, y le dijo a David: “¡Que el Señor su Dios multiplique cien veces las tropas de Su Majestad, y le permita llegar a verlo con sus propios ojos! Pero, ¿qué lleva a Su Majestad hacer tal cosa? Esto hará que usted y el pueblo pequen”.

Sin embargo, la orden del rey se hizo en contra de la voluntad de Joab. Se mandaron hombres por todas las doce tribus para que contaran a todos los hombres que podían estar al servicio del rey. Fueron por todo Israel hasta que tenían ocho cientos mil hombres en diez tribus; tan solo en la tribu de Judá habían quinientos mil hombres que podían servir en el ejército. La tribu de Leví no la contaban porque todos ellos eran sacerdotes dados al servicio del santuario; la de Benjamín que estaba al borde de Jerusalén, no la habían contado ya que eran muchos. No pudieron terminar el censo porque Dios se enojó con David y con el pueblo. Entonces le remordió a David la conciencia por haber realizado este censo militar. Oró al Señor y le dijo: “He cometido un pecado muy grande. He actuado como un necio. Yo te ruego, Señor, que perdones la maldad de tu siervo”.

Entonces Dios le mandó un profeta a David.  (Como has de recordar, un profeta era un hombre que daba el mensaje de Dios). Este profeta era Gad; vino a David y le dijo: “El Señor dice que tú has pecado y por eso, tu tierra tiene que sufrir por ello. Te doy a escoger entre estos tres castigos; dime cuál de ellos quieres que te imponga.  ¿Qué prefieres, que vengan tres años de hambre en el país, o que tus enemigos te persigan durante tres meses, y tengas que huir de ellos, o que el país sufra tres días de peste que traerá muerte? Y David le dijo al profeta: “¡Estoy entre la espada y la pared! Pero es mejor que caigamos en las manos del Señor, porque su amor es grande, y no que yo caiga en las manos de los hombres”.

Y el Señor mandó contra Israel una peste de muerte. Entonces el ángel del Señor extendió su mano en la tierra por tres días, y setenta mil personas murieron. El Señor se arrepintió del castigo que había enviado y dijo: “¡Basta! ¡Detén tu mano y no causes más muerte!” El Señor le abrió los ojos a David y vio el ángel en el monte Moría con la espada desenvainada apuntando a la ciudad. Y David oró al Señor y le dijo: “Señor y Dios mío, ¿acaso no fui yo el que dio la orden de censar al pueblo? El pueblo no tiene la culpa, son como ovejas, no han hecho nada. ¡Descarga tu mano sobre mí y sobre mi familia!”

El Señor mandó al profeta Gad a David y le dijo: “Sube y construye un altar al Señor donde viste al ángel parado”. David y sus hombres se pusieron en camino al monte Sión donde estaba la ciudad, y caminaron al lado del monte Moria. Allí se encontraron a un hombre llamado Arauna, dueño de la parcela, estaba trillando con sus hijos. Para hacer el altar necesitarían roca plana, bueyes, trillos y yuntas. Este hombre no era israelita, era extranjero; su raza había estado en esos montes desde antes que los israelitas hubieran llegado allí.

Cuando Arauna vio que el rey y sus oficiales se acercaban, salió y rostro en tierra se postró delante de él y le dijo: “¿A qué debo en honor de su visita?” David le dijo: “Quiero comprarte la parcela y construir un altar al Señor para que se detenga la plaga que está afligiendo al pueblo”. El hombre le dijo: – Tome Su Majestad y presente como ofrenda lo que mejor le parezca. Aquí hay bueyes para el holocausto, y hay también trillos y yuntas que usted puede usar como leña. Todo esto se lo doy a usted mi rey –. David le respondió: “Eso no puede ser. No voy a ofrecer al Señor mi Dios holocaustos que nada me cuesten”.

Así fue como David le pagó a Arauna precio completo por la parcela, los bueyes y madera. Allí construyó un altar al Señor y ofreció holocaustos y sacrificios de comunión. Entonces el Señor tuvo piedad del país, y se detuvo la plaga que estaba afligiendo a Israel. Tiempo más tarde, la roca sirvió para poner el altar en el templo del Señor en el monte Moria. Hoy en día se puede ver dicha roca en un edificio llamado, La Cúpula de la Roca. Los turistas pueden ver donde David construyó el altar y adoró al Señor.