Historias de la Biblia hebrea
LA ORACIÓN DEL PROFETA LE DA VIDA A UN NIÑO

Historia 76 – I Reyes 15:33-17:24
Después de Jeroboán y su hijo Nadab, Basá estaba en el trono. Pero él siguió el mal ejemplo de Jeroboán, desobedeció la palabra del Señor y adoró a ídolos. Por lo tanto, el Señor le envió un profeta diciendo: “El Señor le dice a Basá rey de Israel: – Yo te levanté del polvo y te hice gobernar a mi pueblo Israel, pero tú seguiste el mal ejemplo de Jeroboán e hiciste que mi pueblo Israel pecara. Por eso estoy a punto de aniquilar a toda tu familia como lo hice con Jeroboán”.

Cuando Basá murió, su hijo Elá lo sucedió en el trono. Pero cuando Elá se encontraba bebiendo vino y emborrachándose, su sirviente Zimri lo mató. Zimri mató a toda la familia de Basá, y nadie quedó vivo. Zimri trató de nombrarse rey, pero su reino duró sólo siete días. Omrí, el general del ejército de Israel lo enfrentó y lo venció. Cuando Zimri vio que no podía escapar, quemó el palacio y en él murió. Después de esto, Omrí fue a batalla contra Tibni, el cual murió en la contienda. Y así Omrí ascendió al trono.

Omrí no era un hombre bueno, adoraba ídolos como los reyes anteriores a él. Pero Omrí era un gran guerrero y por eso hizo su reino grande. Hizo las paces con el rey de Judá, ya que desde que Jeroboán fundó su reino, habían estado en guerra con Judá. A un cierto Sémer, Omrí le compró un cerro en medio de la tierra, allí construyo una ciudad y le llamó Samaria, en honor del hombre que le había vendido el cerro. La ciudad de Samaria se convirtió en Israel lo que Jerusalén era en Judá, la capital y ciudad principal. Antes de Omrí, los reyes de Israel habían vivido en Siquén, o Tirsá; pero después de Omrí todos los reyes vivían en Samaria. Por esta razón se le conocía como el Reino de Samaria.

Acab, el hijo de Omrí lo sucedió en el trono. Acab era el peor de los reyes anteriores. Tomó por esposa a Jezabel hija de Et Baal, rey de los sidonios en la costa del Mediterráneo. Jezabel trajo a Israel la adoración del Baal y de Aserá lo cual era peor que la adoración de becerros de oro en Betel y Dan. Jezabel odiaba la adoración al Señor Dios de Israel y empezó a perseguir a los profetas del Señor por todas partes; y se escondieron en cuevas en las montañas para salvar sus vidas.

Has de recordar que Josué destruyó y quemó Jericó, y echó una maldición en el nombre del Señor al que construyera  nuevamente la muralla de Jericó. Pues bien, en los días de Acab rey de Israel, quinientos años después de Josué, las murallas de Jericó fueron reconstruidas por un hombre llamado Jiel de Betel, donde estaba el templo del ídolo. Echó los cimientos al precio de la vida de Abirán, su hijo mayor, y puso las puertas al precio de Segub, su hijo menor; así que la maldición que Josué echó, se hizo realidad. 

En el reino del rey Acab, surgió un gran profeta con el nombre de Elías, vino de la tierra de Galaad cerca del río Jordán y vivía solo en el desierto. Su vestimenta era un manto de piel y su barba y cabello eran largos y ásperos. Y sin ninguna advertencia, Elías fue a decirle al rey Acab: “Tan cierto como que vive el Señor, Dios de Israel, a quien yo sirvo, te juro que no habrá rocío ni lluvia en los próximos años, hasta que yo lo ordene”. Y así de rápido como llegó, se fue. Y por orden del Señor se escondió en el arroyo de Querit, cuya corriente desemboca en el río Jordán. Allí bebió agua del arroyo y los cuervos le traían de comer todos los días.

Sucedió que Elías había dicho que no iba a llover en la tierra, y ni rocío se podía encontrar en el pasto. Cada día el arroyo de donde Elías bebía se secaba, hasta que por fin, quedó completamente seco. Y el Señor le dijo a Elías: “Ve ahora a Sarepta de Sidón por el Mediterránea al norte de Israel, y permanece allí. He mandado a una viuda para que te atienda”. Así que Elías se fue a Sarepta. Al llegar a la puerta de la ciudad, encontró a una viuda que recogía leña. La llamó y le dijo: “Por favor, tráeme una vasija con un poco de agua para beber”. Ella fue y le trajo un poco de agua, y Elías volvió a llamarle y le pidió: “Tráeme también, por favor, un pedazo de pan”. Y ella respondió: “Tan cierto como el Señor vive, no me queda ni un pedazo de pan; sólo tengo un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en el jarro. Precisamente estaba recogiendo unos leños para llevármelos a casa y hacer una comida para mi hijo y para mí. ¡Será nuestra última comida antes de morirnos de hambre!”

Y la palabra del Señor vino a Elías, y le dijo a la mujer: “No temas. Vuelve a casa y haz lo que pensabas hacer. Pero antes prepáreme un panecillo con lo que tienes, y tráemelo; luego haz algo para ti y para tu hijo. Porque así dice el Señor Dios de Israel: – No se agotará la harina de la tinaja ni se acabara el aceite del jarro, hasta el día en que el Señor haga llover sobre la tierra”. La viuda creyó en las palabras de Elías e hizo lo que le habían dicho, de modo que cada día hubo comida para ella y su hijo, como también para Elías; no se agotó la harina de la tinaja ni se acabó el aceite del jarro.

Poco después se enfermó el hijo de aquella viuda, y tan grave se puso que finalmente murió. Entonces ella le reclamó a Elías: “¿Por qué te entrometes, hombre de Dios? ¡Viniste a matar a mi hijo!” Pero, Elías le contestó: “Dame a tu hijo”. Y arrebatándoselo del regazo, Elías lo llevó a su cuarto, y lo acostó en su propia cama. Entonces clamó: “Señor mi Dios, ¿también a esta viuda, que me ha ayudado, la haces sufrir matándole a su hijo?” Luego se tendió tres veces sobre el muchacho y clamó: “¡Señor mi Dios, devuélvele la vida a este muchacho!” Y el Señor oyó el clamor de Elías, y el muchacho volvió a la vida. Elías tomó al muchacho y lo llevó vivo a su madre, y ella le dijo: “Ahora sé que eres un hombre de Dios, y que lo que sale de tu boca es realmente la palabra del Señor”.