Historias de la Biblia hebrea
LA VOZ QUE LE HABLÓ A ELÍAS

Historia 78 – I Reyes 19:1-21
Cuando el rey Acab le contó a su esposa, la reina Jezabel de todo lo que Elías había hecho; de cómo el fuego cayó del cielo en el altar y cómo había matado a todos los profetas de Baal a filo de espada, Jezabel se enfureció. Entonces Jezabel envió un mensajero a que le dijera a Elías: “¡Que los dioses me castiguen sin piedad si mañana a esta hora no te he quitado la vida como tú se la quitaste a ellos!”.

Elías sabía que su vida corría peligro, y que nadie de los que odiaban la reina Jezabel se atrevería a respaldarlo; así que se asustó y huyó para ponerse a salvo. Se fue al sur hacia Judá, pero no se sentía seguro allí; entonces cruzó al sur en Berseba de Judá en la orilla del desierto, a varios kilómetros de Samaria, pero ni ahí se sentía seguro. Tenía mucho miedo a la furia de la reina Jezabel. Cuando llegó a Berseba, dejó a su criado y se fue solo al desierto, donde los hijos de Israel habían caminado cuatrocientos años antes. Después de haber caminado por todo un día bajo del sol y la arena caliente, llegó adonde había un arbusto, y se sentó debajo de su sombra. Estaba muy cansado, con hambre y desalentado; sentía que su trabajo había sido en vano, que a fondo la gente aún adoraba a Baal; también sintió que había demostrado su debilidad cuando huyó de la reina Jezabel.

Elías le protestó al Señor: “¡Estoy harto, Señor! Quítame la vida, pues no soy mejor que mis antepasados”. Luego se acostó debajo del arbusto y se quedó dormido. Pero el Señor era muy considerado de Elías, y de repente, un ángel lo tocó y le dijo: “Levántate y come”. Elías miró a su alrededor, y vio a su cabecera un panecillo cocido sobre carbones calientes, y un jarro de agua. Comió y bebió, y volvió a acostarse. El ángel del Señor regresó y, tocándolo le dijo: “Levántate y come, porque te espera un largo viaje”. Elías se levantó una vez más, y comió y bebió. Una vez fortalecido por aquella comida, viajó cuarenta días y cuarenta noches hasta que llegó a Horeb, el monte donde Moisés vio la zarza ardiente y donde Dios le dio los Diez Mandamientos. Allí encontró una cueva donde pasó la noche.

En lo que estaba en la cueva, la palabra del Señor vino a él: “¿Qué haces aquí, Elías?” Y Elías respondió: “Me consume mi amor por ti, Señor Dios Todopoderoso. Los israelitas han rechazado tu pacto, han derribado tus altares, y a tus profetas los han matado a filo de espada. Yo soy el único que ha quedado con vida, ¡y ahora quieren matarme a mí también!” El Señor le ordenó a Elías: “Sal y preséntate ante mí en la montaña, porque estoy a punto de pasar por allí”. Y cuando Elías estaba parado allí, vino un viento recio, tan violento que partió las montañas y quebró las rocas en pedazos; pero el Señor no estaba en el viento. Al viento le siguió un terremoto, pero el Señor tampoco estaba en el terremoto. Tras el terremoto vino un fuego, pero el Señor tampoco estaba en el fuego. Y después del viento vino un suave murmullo. Cuando Elías lo oyó, sabía que era el Señor, y se cubrió el rostro con el manto por miedo de verlo y, saliendo, se puso a la entrada de la cueva.

Entonces oyó una voz que le dijo: “¿Qué haces aquí, Elías?” Él le respondió: “Me consume mi amor por ti, Señor, Dios Todopoderoso. Los israelitas han rechazado tu pacto, han derribado tus altares, y a tus profetas los han matado a filo de espada. Yo soy el único que ha quedado con vida, ¡y ahora quieren matarme a mí también!” El Señor le dijo: “Regresa por el mismo camino, y ve al desierto de Damasco y cuando llegues allá, unge a Jazael como rey de Siria, y a Jehú hijo de Nimsi como rey de Israel; unge también a Eliseo hijo de Safat, de Abel Mejolá al oeste del Jordán, para que te suceda como profeta. Jehú dará muerte a cualquiera que escape de la espada de Jezabel, y Eliseo dará muerte a cualquiera que escape de la espada de Jehú. Sin embargo, yo preservaré a siete mil israelitas que no se han arrodillado ante Baal ni lo han besado.

Todos los mandamientos que Elías tenía que hacer, le tomaría el resto de su vida. Como veremos después, algunas de las cosas que tenía que hacer, aunque él preparó el camino para ellas, no se realizaron, sino que después de su muerte. Sin embargo, Elías tenía una tarea muy grande enfrente de él, pero también contaba con un amigo que lo respaldaría y que le hiciera compañía, alguien que terminara su trabajo por él. Al ver que aún había siete mil hombres en la tierra que le seguían siendo fiel al Señor, Dios de Israel, Elías sabía que lo que hizo no fue en vano.

Elías obedeció inmediatamente uno de estos mandamientos. Salió del monte Horeb, y se fue al norte del desierto, por el reino de Judá, y a la tierra de Israel.  Allí encontró a Abel Mejolá en la tribu de Manasés al oeste del Jordán. Y encontró a Eliseo hijo de Safat que estaba arando; había doce yuntas de bueyes en fila. Eliseo era el hijo de un hombre rico, y cuidaba una hacienda muy grande. Elías llegó al campo donde Eliseo estaba trabajando, y sin decir nada pasó junto a Elíseo y arrojó su manto sobre él. Eliseo sabía muy bien quién era ese hombre de cabello áspero y también sabía el significado de lo que Elías había hecho con su manto: era una llamada a que dejara su hogar y fuera al desierto con Elías para que él también fuera un profeta. Esto incluiría enfrentar el odio de la reina y quizá hasta la misma muerte como a muchos de ellos les había sucedido.

Eliseo era un hombre de Dios y ni dudó en responder la llamada de Dios. Así que dejó sus bueyes y corrió tras Elías y le dijo: “Permítame usted despedirme de mi padre y de mi madre con un beso, y luego lo seguiré”. Y Elías le contestó: “Anda, ve. Yo no te lo voy a impedir”. Entonces Eliseo lo dejó y regresó. Tomó su yunta de bueyes y los sacrificó. Quemando la madera de la yunta, asó la carne y se la dio al pueblo, y ellos comieron. Esto lo hizo como señal que ya no regresaría a la hacienda. Luego besó a su padre y a su madre y partió para seguir a Elías y se puso a su servicio.