Historias de la Biblia hebrea
LA HISTORIA DEL PROFETA HERIDO

Historia 79 – I Reyes 20:1-43
El país más cercano al norte de Israel era Siria y su capital era Damasco, muchos de sus reyes eran llamados Ben Adad. Este reino era aún más grande que Israel; entonces Ben Adad le hizo batalla al rey Acab. Israel le tenía miedo a Siria ya que Acab sólo tenía siete mil, en cambio el ejército de Siria abarcaba todo el valle y los llanos de Siria. Pero Ben Adad y sus oficiales estaban tomando vino en vez de alistarse para la batalla, y el ejército pequeño de Israel les ganó la batalla mandándolos de regreso a su tierra.

Y nuevamente, Siria atacó con un ejército como el de antes; y una vez más Dios le dio a Acab y a los israelitas la victoria, y el ejército de Siria fue destruido, así que el rey Ben Adad huyó a su palacio. El rey Acab hubiese podido conquistar a toda Siria y tomarlo como prisionero; si hubiese hecho esto, todo el problema con ellos se hubiera acabado allí. Sin embargo, Ben Adad se vistió en mantos y se puso una cuerda alrededor de su cintura y fue a rogarle a Acab y le suplicó que le perdonara su vida y le devolviera su reino. Acab se sintió muy orgulloso de que un rey como Ben Adad le fuera a rogar, y Acab le perdonó la vida y le regresó su reino. Eso fue tonto lo que hizo, y Dios le hizo saber el error tan grande que había cometido.

Para este entonces, a través de la enseñanza de Elías y Eliseo, ya había más profetas del Señor en Israel. La palabra del Señor vino a uno de esos profetas y le dijo a otro profeta: “¡Golpéame!” Pero aquel profeta se negó, entonces el profeta dijo: “Por cuanto no has obedecido al Señor, tan pronto como nos separemos te matará un león”. Y después de que el profeta se fue, un león le salió al paso y lo mató. Más adelante, el mismo profeta encontró a otro hombre y le dijo: “¡Golpéame!” Así que el hombre lo golpeó y le sacó sangre. Luego el profeta salió todo sangriento a esperar al rey con su rostro cubierto con un antifaz.

Cuando pasaba el rey le habló, y el rey lo vio y se detuvo a preguntarle qué le había pasado, y  el profeta el gritó: “Este servidor de Su Majestad entró en lo más reñido de la batalla. Allí alguien se me presentó con un prisionero y me dijo: – Hazte cargo de este hombre. Si se te escapa, pagarás su vida con la tuya, o con tres mil monedas de plata. Mientras que estaba ocupado en otras cosas, el hombre se escapó. Por favor, salve mi vida”. Y el rey le contestó: “¡Ésta es tu sentencia! Tú mismo has tomado la decisión. Tu vida a cambio de la del prisionero”.

En el acto, el profeta se quitó el antifaz, y el rey de Israel se dio cuenta de que era uno de los profetas. Y le dijo al rey: “Así dice el Señor: – Has dejado en libertad a un hombre que yo había condenado a muerte. Por lo tanto, pagarás su vida con la tuya, y su pueblo con el tuyo”. Entonces el rey de Israel, deprimido y malhumorado, volvió a su palacio en Samaria, y sabía que no había tomado una decisión sabia al haber perdonado al peor enemigo de su reino.