Historias de la Biblia hebrea
LA FLECHA QUE MATÓ A UN REY
Historia 81 – I Reyes 22:1-40
Después de las dos victorias que el rey Acab le ganó a Siria, por tres años hubo paz entre Israel y Siria. Pero en el tercer año, Siria nuevamente era un país fuerte y capturó una ciudad de Israel al este del Jordán llamada Ramot de Galaad. En este periodo Israel y Judá estaban en buenos términos; y Acab el rey de Israel le preguntó a Josafat, el rey de Judá: “¿No saben que Ramot de Galaad nos pertenece? ¡Y no hemos hecho nada para obligar al rey de Siria a que nos la devuelva!” ¿Irías conmigo a pelear contra Ramot de Galaad?” Josafat le respondió al rey de Israel: “Estoy a tu disposición, lo mismo que mi pueblo y mis caballos”.
Así que el rey de Israel y el rey de Judá se reunieron y junto con sus ejércitos, fueron a la guerra contra Siria. El rey Josafat fue a Samaria para encontrarse con el rey Acab; Josafat adoraba al Señor, y le dijo a Acab: “Vamos a preguntarles a los profetas, que nos digan lo que dice el Señor antes que vayamos a pelear”. Así que el rey de Israel reunió a los profetas, que eran casi cuatrocientos, (pero eran profetas falsos que adoraban a ídolos), y les preguntó: “¿Debo ir a la guerra contra Ramot de Galaad, o no?” Ellos contestaron: “Vaya, Su Majestad, porque el Señor la entregará en sus manos”.
Pero Josafat preguntó: “¿No hay aquí un profeta del Señor a quien podamos consultar?” El rey de Israel le respondió: “Hay un profeta que se llama Micaías, pero me cae muy mal porque nunca me profetiza nada bueno; sólo me anuncia desastres”. Josafat replicó: “No digas eso. Vamos a ver lo que Micaías tiene que decir”. Entonces el rey de Israel mandó a uno de sus funcionarios que trajera a Micaías; y el funcionario le dijo a Micaías: “Mira, los demás profetas a una voz predicen el éxito del rey. Habla favorablemente, para que tu mensaje concuerde con el de ellos”. Pero Micaías repuso: “Tan cierto como que vive el Señor, ten la seguridad de que yo le diré al rey lo que el Señor me diga”.
Los reyes estaban juntos y vestidos con su ropaje real sentados en sus respectivos tronos, se encontraban en la plaza a la entrada de Samaria. Y el rey Acab le dijo a Micaías: “Habla solamente la verdad en el nombre del Señor”. Micaías le contestó: “Vi a todo Israel esparcido por las colinas, como ovejas sin pastor. Y el Señor dijo: – Esta gente no tiene amo. ¡Que cada cual se vaya a su casa en paz!” El rey de Israel le dijo a Josafat: “¿No te dije que jamás me profetiza nada bueno, y que sólo me anuncia desastres?” Acab sabía que las palabras de Micaías significaban que él moriría en la batalla.
Micaías prosiguió: “Por lo tanto, oiga usted la palabra del Señor. Vi al Señor sentado en su trono con todo el ejército del cielo alrededor de él, a su derecha y a su izquierda. Y el Señor dijo: – ¿Quién seducirá a Acab para que ataque a Ramot de Galaad y vaya a morir allí? Y un espíritu se adelantó y dijo: – Yo saldré y seré un espíritu mentiroso en la boca de todos sus profetas. Y el Señor le dijo al espíritu: – Ve y sedúcelo. Así que ahora el Señor ha puesto un espíritu mentiroso en la boca de todos esos profetas de Su Majestad. El Señor ha decretado para usted la calamidad”.
Entonces el rey de Israel le dijo a sus guardias: “Tomen a Micaías y llévenselo al gobernador de la ciudad, y díganle que les ordeno que pongan a este tipo en la cárcel y que no le den más que pan y agua, hasta que yo regrese sin contratiempos. Y Micaías dijo: “Si regresas sin contratiempos, el Señor no ha hablado por medio de mí. ¡Tomen nota todos ustedes de lo que estoy diciendo!”
El rey de Israel, y Josafat, rey de Judá, marcharon juntos a través del Jordán y subieron las montañas del este, y fueron contra Ramot de Galaad. Acab sintió temor después de la profecía de Micaías, y le dijo a Josafat: “Yo entraré a la batalla disfrazado, pero tú te pondrás tu ropaje real”. Pero el rey de Siria les había ordenado a todos sus capitanes que buscaran especialmente al rey de Israel para que lo mataran, aunque él no matara a nadie. Cuando vieron a Josafat con sus vestiduras en su carro de guerra, pensaron que él era el rey Acab, y se volvieron para atacarlo; pero Josafat gritó. Entonces los capitanes vieron que no era el rey de Israel, y dejaron de perseguirlo. Sin embargo, alguien disparó su arco al azar e hirió al rey de Israel entre las piezas de su armadura. Estaba muy herido, pero se mantuvo de pie en su carro frente a los sirios. Mas la sangre de su herida no dejaba de correr por el piso del carro, y esa misma tarde Acab murió. Ya se ponía el sol cuando por todo el ejército se dijo: “Cada hombre a su ciudad; ¡todo el mundo a su tierra!”
Y todos sabían que el rey de Israel había muerto. Llevaron su cuerpo a Samaria, donde lo sepultaron. Lavaron su carro en un estanque de Samaria, y los perros lamieron la sangre, tal como lo había declarado la palabra del Señor, dicha por Elías. De manera que el rey Acab y su hijo Omrí murieron. En el fondo, Acab no era un hombre malvado, sino que era muy débil en las manos de su esposa Jezabel, la cual lo hizo a él y a su reino que hicieran lo perverso en la vista del Señor.