Historias de la Biblia hebrea
JEHÚ, EL MANIÁTICO CONDUCTOR DE CARROS
Historia 89 – 2 Reyes 8:7-15; 9:1-10:36
Como has de recordar, cuando el Señor vino al profeta Elías en el desierto del monte Horeb, el Señor le mandó que ungiera a Jazael como el rey de Siria y a Jehú como el rey de Israel. Antes que esto pasara, otras cosas tenía que tomar lugar, y Elías fue llevado al cielo antes que estos hombres se convirtieran en reyes.
La hora había llegado para que estos hombres tomaran sus tronos, y Eliseo había tomado la posición de Elías. Así que fue a Damasco, la ciudad principal de Siria; y Ben Adad, el rey de Siria se enteró que el gran profeta de Israel había llegado. Era bien conocido por todas las obras buenas que había hecho. Ben Adad estaba enfermo, y cuando le avisaron que el hombre de Dios había llegado, le ordenó a Jazael, el jefe de los príncipes, que le preguntara a Eliseo si se iba a recuperar nuevamente. Jazael fue a ver a Eliseo, lleno de regalos en cuarenta camellos. Cuando llegó ante él, con mucho respecto le dijo: “Ben Adad, rey de Siria, su servidor, me ha enviado para preguntarle si él se va a recuperar de su enfermedad”. Y Eliseo le dijo a Jazael: “Ve y dile que sobrevivirá esa enfermedad, aunque el Señor me ha revelado que de todos modos va a morir”.
Luego Eliseo se quedó mirándolo fijamente, hasta que Jazael se sintió incómodo. Entonces el hombre de Dios se echó a llorar. Jazael le preguntó: “¿Por qué llora mi señor?” Y él respondió: “Porque yo sé bien que vas a causarles mucho daño a los israelitas. Vas a incendiar sus fortalezas, y a matar a sus jóvenes a filo de espada, y destruirás a los niños”. Jazael exclamó: “¡Qué es este servidor de usted sino un pobre perro! ¿Cómo es posible que haga tal cosa?” Eliseo le declaró: “El Señor me ha revelado que vas a ser rey de Siria”. Después Jazael regresó al rey Ben Adad y le dijo: “El hombre de Dios me dijo que usted sobrevivirá su enfermedad”. Pero al día siguiente tomó una colcha, y empapándola de agua, le tapó la cara al rey hasta asfixiarlo. Así fue como Jazael tomó el trono.
Tan pronto como se convirtió en rey, le hizo guerra a Israel en Ramot de Galaad, el mismo lugar donde el rey Acab había muerto diez años atrás. En esta batalla Jorán, el rey de Israel, estaba herido y lo llevaron a Jezrel en los llanos del Esdraelón, donde se recuperó de sus heridas. Ocozías, el sobrino de Jorán, en ese tiempo, rey de Judá, fue a Jezrel a visitarlo en lo que se recuperaba de sus heridas.
En este tiempo, el profeta Eliseo había regresado de su visita de Siria. Sabía que era hora de terminar con el trabajo que Elías le había encargado. Así que llamó a un miembro de la comunidad de los profetas y le dijo: “Arréglate la ropa para viajar. Toma este frasco de aceite y ve a Ramot de Galaad. Cuando llegues, busca a Jehú, el capitán del ejército, hijo de Josafat y nieto de Nimsi. Ve a donde esté, apártalo de sus compañeros y llévalo a un cuarto. Toma entonces el frasco, derrama el aceite sobre su cabeza y dile: – Así dice el Señor: Ahora te unjo como rey de Israel–. Luego abre la puerta y huye; ¡no te detengas!” Entonces el joven que era profeta como Eliseo, se fue a Ramot de Galaad con la botella de aceite.
Cuando llegó, encontró reunidos a los capitanes del ejército y les dijo: “Tengo un mensaje para el capitán”. Jehú preguntó: “¿Para cuál de todos nosotros?” El joven respondió: “Para usted, mi capitán”. Jehú se levantó y entró en la casa. Entonces el profeta lo ungió con el aceite y declaró: “Así dice el Señor, Dios de Israel: – Ahora te unjo como rey sobre mi pueblo Israel. Destruirás a la familia de Acab, tu señor, y así me vengaré de la sangre de mis siervos los profetas. Toda la familia de Acab perecerá, haré lo mismo con ellos que hice con la familia de Jeroboán, el que hizo pecar a Israel. Y en cuanto Jezabel, los perros se la comerán en el campo, y nadie le dará sepultura”. En seguida, el profeta abrió la puerta y huyó.
Cuando Jehú salió para volver a reunirse con los capitanes, uno de ellos le preguntó: “¿Todo bien? ¿Qué quería ese loco?” Jehú les respondió: “Ustedes ya lo conocen, y saben cómo habla”. Ellos replicaron: “¡Pamplinas! Dinos la verdad”. Y Jehú admitió que el profeta lo había ungido como rey de Israel. Esto les pareció muy bien a los capitanes y se apresuraron a tender sus mantos sobre los escalones, a los pies de Jehú. Luego tocaron la trompeta y gritaron: “¡Viva el rey Jehú!” Pero Jehú les dijo a los capitanes: “No dejen que nadie le diga nada de esto al rey Jorán; yo iré personalmente a decirle”. Luego se montó en su carro de combate y fue rápidamente a Jezrel con su compañía de tras de él. Cuando el centinela que vigilaba desde la torre de Jezrel vio que las tropas de Jehú se acercaban, le gritó al rey Jorán: “¡Se acercan unas tropas!” Jorán pensó que eran mensajeros de la guerra de Siria. Y mandó un jinete al encuentro de las tropas. El hombre les preguntó: “¿Vienen en son de paz?” Y Jehú le respondió: “¿Y a ti qué te importa? Ponte allí atrás”.
Entonces el jinete siguió a Jehú, junto con otro hombre que Jorán había mandado después del primer hombre. Y el centinela anunció: “Dos de nuestros hombres fueron al encuentro de la tropa que se acerca, pero no han regresado. Además, el que conduce el carro ha de ser Jehú hijo de Nimsi, pues maneja como un maniático”. Jorán se puso muy nervioso y en sus carros, él y Ocozías, salieron al encuentro de Jehú, precisamente en el viñedo que había sido la propiedad de Nabot; el mismo lugar donde Acab encontró a Elías y Jehú, iban con Acab en su carro. Cuando Jorán vio a Jehú, le preguntó: “¿Vienes en paz?” Jehú le replicó: “¿Cómo puede haber paz mientras haya hechiceras como tu madre?”
En ese momento, Jorán se dio cuenta que Jehú era su enemigo. Jorán se dio la vuelta para huir, mientras le gritaba al rey Ocozías. Pero Jehú le disparó a Jorán por la espalda, y la flecha le atravesó el corazón. Jorán se desplomó en el carro, y Jehú le ordenó al jefe de sus capitanes, Bidcar: “Saca el cadáver de Jorán y tíralo en el terreno donde tiraron el cuerpo de Nabot. Recuerda el día en que tú y yo conducíamos juntos detrás de Acab, su padre, y el Señor dijo: – Ayer vi aquí la sangre de Nabot y de sus hijos. Por lo tanto, juro que en este mismo terreno te haré pagar por ese crimen”. Cuando Ocozías, rey de Judá, vio que Jorán se había desplomado, también trató de huir. Pero Jehú lo persiguió, y ordenó a sus soldados que lo mataran. Así que Ocozías, el hijo de Josafat y nieto de Acab, (pues, su madre era Atalía hija de Jezabel), murió también por mano de Jehú. Y sus siervos llevaron su cuerpo a Jerusalén y allí lo enterraron.
Cuando Jehú llegó a Jezrel, la reina Jezabel sabía que su fin había llegado, y lo enfrentó valientemente como todo una reina. Se vistió en sus ropas reales con su corona en su cabeza, y se sentó por la ventana a esperar a Jehú. Al entrar Jehú, ella dijo: “Buenos días Jehú. ¿Cómo está Zimri, asesino de tu señor?” (Si recuerdas Zimri, fue el que mató al rey Elá y después en siete días, quemó su palacio). Jehú levantó la vista hacia la ventana, y gritó: “¿Quién está de mi parte? ¿Quién?” Entonces algunos hombres se asomaron, y Jehú les ordenó: “¡Arrójenla de allí!” Así lo hicieron, y su sangre salpicó la pared y a los caballos que la pisotearon. Luego Jehú se sentó a comer y beber, y les ordenó: “Ocúpense de esa maldita mujer; denle sepultura, pues era hija de un rey”. Pero cuando fueron a enterrarla, no encontraron más que el cráneo, los pies y manos. Los perros salvajes de la ciudad se habían comido su cuerpo. Así la vida perversa de Jezabel llegó a su final, y la palabra del Señor, dicha por el profeta Elías, se hizo realidad.
Jehú acabó con todos los hijos de Acab y sus descendientes, nadie de la familia de Acab quedó con vida. Cuando Jehú sintió que su trono estaba seguro y fuerte, mandó este mensaje a los idólatras de Baal, el ídolo que Jezabel y la casa de Acab habían traído a Israel: “Acab adoró a Baal con pocas ganas; Jehú lo hará con devoción. Llamen pues, a todos los profetas de Baal, junto con todos sus ministros y sacerdotes al templo de Baal en Samaria. Entonces llegaron por cientos y cientos con la esperanza que Jehú fuera bueno con todos ellos, como Acab lo había sido junto con toda su familia. Pero cuando estaban en el templo, Jehú ordenó al ejército que rodeara el templo; y cuando nadie podía escapar, les dio esta orden: “¡Entren y maten a los sacerdotes de Baal! ¡Qué nadie escape!”
Esto fue hecho en una manera cruel, y mató a los profetas y a los sacerdotes de Baal; y después derrumbaron el templo de Baal en Samaria. Y aunque Jehú destruyó el culto de Baal, él no adoró al Señor Dios de Israel como debía haberlo hecho. Seguía rindiendo culto a los becerros de oro, los cuales Jeroboán había puesto en Betel y en Dan. Entonces el Señor le envió un profeta a Jehú, y le dijo: “Has actuado bien, pues has puesto fin a la familia de Acab y fin al culto de Baal. Por lo tanto, durante cuatro generaciones tus descendientes ocuparán el trono de Israel”.
En los tiempos de Jehú, debido a todo el pecado de la gente de Israel, el Señor comenzó a reducir el territorio de las Diez Tribus. Jazael, el nuevo rey de Siria fue en batalla contra Jehú y conquistó toda la tierra del este del Jordán, junto al arroyo Arnón, hasta las regiones de Basán al norte. Y todo lo que les había quedado de Israel era el territorio al oeste del Jordán, de Betel hacia el norte de Dan.