Historias de la Biblia hebrea
LOS PRIMEROS CUATRO REYES DE JUDÁ

Historia 92 – 2 Crónicas 12:1-20:37
Ya que hemos leído del reino de Israel en el norte, ahora cambiaremos nuestra atención al reino de Judá en el sur. Leímos cómo las doce tribus se separaron del poder del rey Roboán y pasaron bajo el poder de Jeroboán. Esta división dejó el reino de Judá muy pequeño y débil. Se extendía desde el lado oeste del mar Muerto a la tierra de los filisteos en las orillas de Mediterráneo; y de Berseba en el sur al norte de Betel. Tenía control de algunas regiones de Edom al sur del mar Muerto. La ciudad principal era Jerusalén, donde estaba el templo del Señor y el palacio del rey.

Después que Roboán se dio cuenta que ya no podía controlar las doce tribus; trató de construir ciudades y juntó un ejército, en esfuerzos de hacer fuerte lo que le quedaba de su reino. Pero no le fue fiel al Señor como lo había hecho su abuelo David. Él permitió que el pueblo adorara a ídolos, y llegaron a ser tantos, que por do quiera se veían ídolos de madera y piedra por todas las colinas y por las plantaciones de árboles. Dios estaba disgustado con Roboán y el pueblo por haberlo cambiado por ídolos; y por eso, Dios trajo a Sisac, rey de Egipto con su ejército para atacar a Jerusalén. Así capturaron la ciudad y robaron el tesoro de oro y plata que Salomón había acumulado en el templo. Este mal vino a Judá, porque su rey y su gente se habían alejado del Señor su Dios.

Después que Roboán gobernara por diecisiete años, murió, y su hijo Abías lo sucedió en el trono de Judá. Cuando el rey Jeroboán, rey de Israel entró en guerra con él, Abías llevó su ejército a Israel, pero el ejército de Jeroboán era el doble que el de Abías. El ejército de Jeroboán rodeó al de Abías, y así se dio cuenta que corrían peligro de ser destruidos, pero Abías le dijo a sus hombres que confiaran en Dios y que pelearan con valor en el nombre del Señor. Dios los liberó y ganaron la batalla contra Jeroboán, y Judá nunca más tuvo problemas con Jeroboán. El reinado de Abías fue muy corto, sólo por tres años; y su hijo Asá tomó el trono, el cual era un guerrero valiente, un fortificador de ciudades y un hombre sabio. Pero, la mayor cualidad que tenía, era su fidelidad al Señor.

El gran ejército enemigo de Etiopía vino contra Asá, en el sur de Egipto. Asá envió su ejército pequeño para atacar a Etiopia en un lugar llamado Maresá, al sur de Judá cerca del desierto. Se veía perdido y sin esperanzas, porque iba con muy pocos soldados contra el basto ejército. Pero Asá invocó al Señor y dijo: “Oh Señor, para ti no hay diferencia  si somos muchos o pocos. ¡Ayúdanos, Señor porque en ti confiamos, y en tu nombre hemos venido contra esta multitud! ¡No permitas que ningún mortal se alce contra ti!” El Señor escuchó la oración de Asá y le dio la victoria derrotando a los etiopios. Nuevamente, Asá recuperó las ciudades del sur que estaban bajo el poder de los etiopios, y trajo grandes riquezas a Jerusalén, y mucho ganado, camellos y ovejas.

El Señor le envió a Asá un profeta llamado Azarías, y le dijo: “Asá, y su gente de Judá y de Benjamín, ¡escúchenme! El Señor estará con ustedes, siempre y cuando ustedes estén con él. Si lo buscan, él dejará que ustedes lo hallen; pero si lo abandonan, él los abandonará. ¡Manténganse firmes y no bajen la guardia y saquen toda la maldad de la tierra, porque sus obras serán recompensadas!”

Entonces Asá reconstruyó el altar del Señor el cual estaba desmoronado, e invocó al pueblo al culto de adoración. Recorrió la tierra para eliminar los detestables ídolos y los quemó. Vio que su propia madre, la reina, tenía un ídolo, y Asá lo hizo pedazos; y por haber adorado al ídolo, no permitía que siguiera siendo la reina.

Asá sirvió al Señor casi hasta su muerte. Cuando ya estaba viejo se enfermó, pero en vez de buscar al Señor en su enfermedad, recurrió a los que llamaban “doctores”, los cuales trataban de sanar por medio del poder de sus ídolos. Esto causó que mucha de su gente adorara imágenes; y cuando Asá murió, había nuevamente ídolos a través de las regiones.

El próximo al trono era Josafat, hijo de Asá, el cual fue el más fuerte y sabio de todos los reyes de Judá, y gobernó el territorio más grande que otros. Mientras Josafat era rey de Judá, Acab era rey de Israel. Josafat hizo las paces con Israel y juntos fueron contra el reino de Siria. Josafat peleó contra Siria en Ramot de Galaad, donde murió el rey Acab; y después peleó junto con el hijo de Acab, Jorán contra los moabitas. Josafat sirvió al Señor con todo su corazón. Quitó los ídolos que había en la tierra, y convocó al pueblo a que adoraran a Dios; también envió a príncipes y sacerdotes a que fueran por las regiones de Judá para instruir la ley del Señor y enseñar a todo el pueblo cómo adorar a Dios.

El Señor le dio gran poder a Josafat; gobernó la tierra de Edom al sur del desierto, y las ciudades de los filisteos en la costa. Josafat puso jueces en todas las ciudades de la tierra y les dijo: “Tengan mucho cuidado con lo que hacen, pues su autoridad no proviene de un hombre, sino del Señor, que estará con ustedes cuando impartan justicia. Por eso, teman al Señor y tengan cuidado con lo que hacen, porque el Señor nuestro Dios no admite la injusticia ni la parcialidad ni el soborno”.

En una ocasión, el rey Josafat recibió la noticia que los moabitas, los amonitas y los sirios, naciones del este, sur y norte; se habían juntado para ir contra él, y ya estaban encampados en Engadi, cerca del mar Muerto. Josafat reunió a sus soldados para llevarlos al templo a adorar al Señor antes que fueran en batalla; y una vez en el templo, Josafat pidió la ayuda de Dios: “Señor, Dios de nuestros antepasados, ¿no eres tú el Dios del cielo, y el que gobierna a todas las naciones? ¡Es tuya la fuerza y tu poder y no hay quien pueda resistirte! Nosotros no podemos oponernos a esa gran multitud que viene a atacarnos. ¡No sabemos qué hacer! ¡En ti hemos puesto nuestra esperanza!” Y el espíritu del Señor vino sobre uno de los levitas, Jahaziel y dijo: “Así dice el Señor: – No tengan miedo ni se acobarden cuando vean ese gran ejército, porque la batalla no es de ustedes sino del Señor. Salgan mañana contra ellos, pero ustedes no tendrán que pelear esta batalla. Simplemente, quédense quietos para que vean la salvación que el Señor les dará. No teman porque yo, el Señor, estaré con ustedes.

Josafat y todos los habitantes de Judá y de Jerusalén se postraron rostro en tierra y adoraron al Señor. Al siguiente día, comenzaron a marchar en contra de sus enemigos con los levitas caminado al frente, cantando y alabando al Señor, y todo el pueblo contestaba: “Den gracias al Señor; su gran amor perdura para siempre”. Cuando los hombres de Judá llegaron al campamento enemigo, se encontraron con que habían tenido una discusión entre ellos. Los amonitas y los moabitas empezaron a pelear con el resto de la gente, y terminaron atacándose y matándose entre ellos mismos. Los hombres de Judá encontraron a la mayoría de los enemigos muertos y el resto habían huido al desierto, dejando en el campamento un gran tesoro.

Y lo que había dicho el profeta Jahaziel, se había cumplido; no tuvieron que pelear, el Señor peleó por ellos y los salvó de sus enemigos. El lugar donde sucedió esta batalla tan extraña lo nombraron el valle de Beracá, que significa “bendición”. Le llamaron así porque bendijeron al Señor por haberlos ayudado. Y se regresaron a Jerusalén con cánticos y alabanzas y con las riquezas que habían encontrado. Dios le dio al rey Josafat paz y tranquilidad de sus enemigos, y poder por el resto de su reinado.