Historias de la Biblia hebrea
TRES REYES Y UN GRAN PROFETA
Historia 94 – 2 Crónicas 25:1-28:27; Isaías 6
Amasías fue el noveno rey de Judá, si se toma en cuenta los años de reinado de Atalía. Amasías hizo lo que agrada al Señor, aunque no de todo corazón. Juntó un ejército de trecientos mil soldados para ir a la guerra contra Edom y así ponerlos bajo el control de Judá. También contrató al ejército de Israel, pero un profeta le dijo: “Su Majestad, no permita que el ejército de Israel vaya con usted, porque el Señor no está con el pueblo de Israel. Vaya con su propio ejército, sea firme y valiente y el Señor le ayudará”. Amasías le preguntó al profeta: “¿Qué va a pasar con el dinero que pagué al ejército de Israel?” El profeta le respondió: “No tema, el Señor puede darle a usted mucho más que eso”.
Amasías obedeció lo que el Señor le dijo y mandó las tropas de regreso a Israel, y se enfrentó a Edom con sus hombres de Judá. Y el Señor le dio la victoria en la tierra de Edom. Amasías fue cruel con la gente que conquistó y con furia, mató a muchos de ellos. Cuando Amasías regresó de derrotar a los edomitas, se llevó consigo los dioses de la tierra y los adoptó como sus dioses, adorándolos y quemándoles incienso. Y cuando un profeta del Señor le advirtió que Dios se había encendido en ira contra él por lo que estaba haciendo y sería castigado por ello, Amasías le dijo al profeta: “¿Y quién te ha nombrado consejero del rey? Si no quieres que te maten, ¡no sigas fastidiándome!” El profeta le respondió: “Sólo sé que, por haber hecho esto y por no seguir mi consejo, Dios ha resuelto destruirte”.
Y el castigo de Amasías no tardo en venir. Después de esto, retó en guerra a Joás, rey de Israel, el cual tenía un reino más grande y era más fuerte que el de Amasías. Así los dos ejércitos marcharon a Bet Semes, al norte de Jerusalén. Allí Amasías fue derrotado en una gran batalla; muchos de sus hombres murieron. Joás, el rey de Israel capturó a Amasías; luego fue a Jerusalén y derribó la muralla y se apoderó de todo el oro, la plata y los utensilios que estaban en el templo del Señor. Después de esta pérdida, Amasías vivió por quince años más, pero nunca recobró poder de lo que había perdido. Los nobles tramaron una conspiración en su contra, y esto lo hizo que huyera de la ciudad. Pero lo persiguieron a allí lo mataron. Luego lo llevaron a Jerusalén donde fue sepultado en el panteón de los reyes. Su reino comenzó bien, pero terminó en malas condiciones, todo porque no obedeció la palabra del Señor.
Uzías, conocido también como Amasías, siguió a su padre Amasías en el trono. Él fue el décimo rey de Judá. Uzías tenía sólo dieciséis años cuando empezó a reinar, y duró en el trono por cincuenta y dos. Uzías hizo lo que agrada al Señor la mayoría de su reinado. Cuando Uzías tomó el trono, el reino era muy débil, pero con la ayuda del Señor, él pudo sacarlo a delante. Recuperó la tierra de los filisteos, la tierra de los amonitas del este del Jordán y la tierra de los árabes del sur. Construyó ciudades y las rodeó de murallas fuertes y puso torres llenas con armas para defenderse del enemigo. Era amante de la agricultura, así que plantó árboles y viñedos y sembró trigo y cebada.
Pero el ser poderoso y rico, lo volvió arrogante, y no trataba de hacer la voluntad del Señor. Tenía el poder de todo un rey, sin embargo, él también envidiaba el poder de sumo sacerdote; así que fue al lugar santo del templo para ofrecer incienso en el altar dorado, el cual era exclusivo para el sacerdote. Azarías, el sumo sacerdote, lo siguió junto con otros sacerdotes a dentro del lugar santo y dijo: “No corresponde a Su Majestad quemar el incienso al Señor. Esto es trabajo de los sacerdotes. Salga usted ahora mismo del santuario, pues ha pecado, y así Dios el Señor no va a honorarlo, sino a deshonrarlo”. Uzías estaba parado en frente del altar dorado con un incensario en la mano listo para ofrecer el incienso. Pero instantáneamente, su frente se le cubrió de lepra, Uzías quiso salir corriendo de allí. Los sacerdotes, al ver que Uzías tenía lepra, lo sacaron de allí a toda prisa, no podían perder tiempo ya que la presencia de un leproso no podía estar en el lugar santo.
De ahí en adelante, Uzías quedó leproso hasta su muerte. Ya no podía gobernar como rey, le habían prohibido la entrada al palacio y tuvo que vivir en una casa separada. Su hijo Jotán quedó a cargo de gobernar al país. Cuando murió, no lo enterraron con los demás reyes, lo sepultaron en un campo. Después de su muerte de su padre, Jotán, el rey décimo primero, gobernó por dieciséis años. Jotán hizo lo que agrada al Señor, pero no previno al pueblo de la adoración de ídolos. Con lo que le pasó a su padre, Jotán estaba contento de ser solamente rey, no deseaba ser sacerdote, ni ofrecer incienso en el templo. Dios estaba con Jotán y su reino tuvo éxito.
Acaz fue el décimo segundo rey. Acaz fue el más malvado de los reyes de Judá. Retiró el culto a Dios y adoró imágenes de Baal, peor que eso, ¡hasta llegó a sacrificar a sus propios hijos para la adoración de dioses falsos! Cerró por completo la casa del Señor y sacó los tesoros, así dejó que se arruinara. Por esos pecados que él y el pueblo cometieron, Dios les mandó gran sufrimiento a la tierra. Acaz cayó en poder del rey de Israel, Pecaj, y mató a más de ciento mil hombres de Judá, incluyendo su propio hijo. Los israelitas capturaron a muchos hombres, mujeres y niños.
Pero el profeta del Señor, Oded se reunió con los dirigentes y les dijo: “El Señor entregó a los de Judá en manos de ustedes, porque estaba enojado con ellos. ¡Ahora pretenden convertirlos en sus esclavos! ¿Acaso no son ustedes culpables de haber pecado contra el Señor? Por tanto escuchen la palabra del Señor, dejen libres a sus hermanos y déjenlos regresar a sus casas”. Así que los soldados de Israel les dieron ropa y calzado. Luego les dieron de comer y de beber; y a los que estaban débiles, los montaron en burros y los llevaron a Jericó para reunirlos con sus familiares. En aquel tiempo, el rey Acaz pidió ayuda de los reyes de Asiria, porque los edomitas, habían atacado a Judá. Pero los sirios no los ayudaron, sino que saquearon a Acaz y todo lo que tenía y se apoderaron de Judá. Tiempo después, el rey Acaz murió y dejó a su gente bajo el poder del rey de Asiria adorando a ídolos.
En los días de los reyes Uzías, Jotán y Acaz, Dios trajo un gran profeta en Judá llamado Isaías. Las profecías que dijo en el nombre del Señor están escritas en el libro de Isaías. En el año de la muerte del rey Uzías, Isaías era tan sólo un muchacho. Cierto día cuando se encontraba adorando en el templo, tuvo una visión maravillosa. Vio al Señor sublime, sentado en su trono; las orlas de su manto llenaban el templo, estaban rodeado de ángeles. También vio unas criaturas extrañas llamadas serafines que estaban parados en frente del trono de Dios; cada uno de ellos tenía seis alas. Con dos de ellas se cubrían el rostro, con dos se cubrían los pies, y con dos volaban. Y se decían el uno al otro: “Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria”.
El joven Isaías sintió cómo al sonido de sus voces, se estremecieron los umbrales de las puertas y el templo se llenó de humo. Isaías se llenó de miedo y gritó: “¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios blasfemos, ¡y no obstante mis ojos han visto al Rey, al Señor Todopoderoso!” En ese momento voló hacia Isaías uno de los serafines. Traía en la mano una brasa que, con unas tenazas, había tomado del altar. Con ella le tocó los labios y le dijo: “Mira, esto ha tocado tus labios; tu maldad ha sido borrada, y tu pecado, perdonado”. Entonces oyó la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros? Isaías respondió: “Aquí estoy. ¡Envíame a mí!” Y el Señor le dijo a Isaías: “Tú serás mi profeta, le dirás a este pueblo mis palabras. Oirán pero no entenderán; mis palabras no les harán bien, pero parecerá que su corazón de este pueblo es insensible, sus oídos embotados y sus ojos cerrados. Porque no oirán con sus oídos, no verán con sus ojos, no entenderán con sus corazones, ni se convertirán a mi para ser sanados”.
Entonces Isaías exclamó: “¿Hasta cuándo, Señor? Y el Señor respondió: “Hasta que las ciudades queden destruidas y sin habitante alguno; hasta que las casas queden deshabitadas, y los campos, asolados y en ruinas; hasta que el Señor haya enviado lejos a todo el pueblo, y el país quede en total abandono. Y si aún queda en la tierra una décima parte, ésta volverá a ser devastada. Pero así como al talar la encina y el roble queda parte del tronco, esa parte es la simiente santa”.
Isaías vivió por muchos años y pregonó la palabra del Señor hasta que envejeció. Predicó durante el reinado de cuatro reyes, quizá cinco. Algunos de estos reyes estaban dispuestos a oír el mensaje, pero otros no querían obedecer al profeta ni la voluntad de Dios. El reino de Judá se alejó gradualmente de la adoración al Señor y siguieron el mal ejemplo de las diez tribus, adorando ídolos.