Historias de la Biblia hebrea
EZEQUÍAS, EL BUEN REY
Historia 95 – 2 Reyes 18:1-21:21; 2 Crónicas 29:1-32:33; Isaías 35:1-38:22
Después que Acaz, el cual fue el rey más malvado de Judá, vino Ezequías el mejor de los reyes. Hizo lo que el profeta Isaías le mandó y obedeció los mandamientos del Señor. En el primer mes de su reino, cuando tan sólo era un joven, juntó a los sacerdotes y a los levitas que estaban a cargo de la casa del Señor y les dijo: “Hijos míos, regresen al Señor una vez más y sírvanle sólo a él; purifíquense y hagan sus mandamientos. Ahora abran las puertas de la casa del Señor que han estado cerradas por tantos años. Saquen todos los ídolos que están en el templo del Señor. Es un hecho que los hijos de Israel se rebelaron e hicieron lo que ofende al Señor nuestro Dios, por eso la ira del Señor cayó sobre nosotros y nos ha entregado a nuestros enemigos. Ahora regresemos al Señor y hagamos un pacto de servirle nuevamente. Así que hijos míos, no sean negligentes, pues el Señor los ha escogido a ustedes para que estén en su presencia, y le sirvan, y sean sus ministros en su adoración, no descuiden el trabajo que les ha dado”.
Entonces abrieron el templo como lo habían hecho años antes y sacaron los ídolos; y una vez más purificaron el altar y empezaron a ofrecer holocaustos cada día. Encendieron las lámparas en el lugar santo y el sacerdote ofreció incienso en el altar dorado, mientras los levitas cantaban salmos de David y las trompetas plateadas tocaban. Por primera vez en muchos años, el pueblo se reunió a adorar en el templo.
Si recuerdas, la gran celebración de la Pascua les ayudaba a recordar a los hijos de Israel cómo habían salido de Egipto. Ya hacía mucho tiempo que el pueblo no había observado la Pascua, ni en Judá ni en Israel. El rey Ezequías mandó una orden a la gente de Judá que se reunieran en Jerusalén para adorar al Señor en esta celebración. También mandó hombres a la tierra de Israel, las doce tribus para que fueran a Jerusalén para adorar con sus hermanos de Judá. En ese entonces, Oseas, el último rey de Israel estaba reinando; lo sirios controlaban la tierra y el reino estaba en malas condiciones a punto de acabar. La mayoría de la gente en Israel eran idólatras y se habían olvidado de los mandamientos de Dios; así que se rieron de los mensajeros del rey Ezequías y no quisieron ir a la celebración. Pero algunos habían escuchado la palabra de los profetas del Señor y se reunieron con los hombres de Judá para adorar. Cada familia rostizó un cabrito y comieron pan sin levadura. Adoraron a Dios que los rescató de Egipto para darles su propia tierra.
Después que la celebración se hubiera terminado, la gente renovó su devoción por Dios; y el rey Ezequías destruyó todos los ídolos que se encontraban en Judá. Mandó a sus hombres para que derribaran las imágenes en mil pedazos junto con todos los altares de los dioses falsos, y hasta que cortaran los árboles donde habían estado los altares. Si recuerdas, Moisés hizo una serpiente de latón en el desierto; dicha imagen estaba en Jerusalén en los tiempos de Ezequías. La gente estaba adorándola y le ofrecían incienso. Ezequías dijo: “No es nada más que un pedazo de latón”, y ordenó que la quebraran. Por todas partes, convocó al pueblo para que dejaran la adoración de ídolos, que se deshicieran de ellos y que se volvieran a Dios.
Cuando Ezequías tomó el trono, los reinos de Israel, Siria y Judá, junto con las regiones cercanas a ellos, estaban bajo el poder del gran reino de Asiria. Cada región tenía su propio rey, pero todas estaban bajo el dominio de Asiria; y cada año el rey les ponía impuestos más pesados. Después de algunos años, Ezequías sintió que su reino era lo suficientemente fuerte para independizarse de Asiria. Ezequías se rehusó a seguir pagando los impuestos, así que construyó la muralla de Jerusalén más alta, juntó a su ejército y se preparó para el ataque. Sin embargo, Senaquerib, rey de Asiria fue a Judá con su gran ejército y conquistó todas las ciudades al oeste de Judá y planeaba invadir Jerusalén. Entonces Ezequías cometió un error, él no pudo pelear contra Asiria, la nación más poderosa de esa parte del mundo. Y le mandó este mensaje al rey de Asiria: “Yo he actuado mal. Si tú te retiras, te pagaré cualquier cantidad que quieras. Perdóname por lo pasado”.
Entonces el rey de Asiria les puso a Ezequías y al pueblo impuestos más altos que antes. Para conseguir el dinero, el rey Ezequías usó toda la plata que estaba guardada en el templo del Señor y en el tesoro del palacio, y todo lo que pudo encontrar del pueblo; y así se lo mandó todo al rey de Asiria. Pero ni de esa manera el rey de Asiria estaba conforme, entonces le envió este mensaje: “Vamos a destruir la ciudad, vamos a tomarlos cautivos y llevarlos a una tierra lejana, tal y como lo hemos hecho con la gente de Israel y con muchos más. Los dioses de otras naciones no han podido detenernos, así como su Dios no va a poder salvarlos tampoco. Ahora, ríndanse al gran rey de Asiria y vayan a la tierra donde los mandará”.
Cuando el rey Ezequías oyó esto, se llenó de miedo. Llevó la carta a la casa del Señor, la puso en el altar y, le pidió al Señor que salvara a su gente. Luego, envió a los príncipes a ver al profeta Isaías para que le dieran la palabra del Señor, y esto fue lo que Isaías les dijo: “El Señor dice: – El rey de Asiria no entrará en esta ciudad, ni lanzará contra ella una sola flecha. Volverá por el mismo camino que vino. Morirá con la espada de su propia tierra. Por mi causa, y por consideración a David mi siervo, defenderé esta ciudad y la salvaré”.
En ese momento, Senaquerib, rey de Asiria oyó que un ejército enorme de otra tierra que se acercaba a su campamento. Se dio la media vuelta y se marchó de Judá para enfrentar al nuevo enemigo. Y el Señor mandó una plaga horrible al ejército de Asiria, y en una noche, casi doscientos mil soldados murieron en el campamento. El rey Senaquerib se apresuró a su regreso a su tierra. Y nunca más ni él ni su ejército regresaron a la tierra de Judá.
Cierto día, Senaquerib se encontraba adorando en el templo de uno de sus dioses en Nínive, la ciudad principal, cuando dos de sus propios hijos lo mataron a espada y escaparon a una tierra lejana. Y su hijo Esarjadón lo sucedió en el trono, y gobernó en todas las regiones que estaban bajo el poder de Asiria. Así salvó el Señor su ciudad y su pueblo de sus enemigos, porque invocaron su nombre. Durante el tiempo que Asiria estaba en la tierra y su reino estaba en peligro; el rey Ezequías se enfermó gravemente con una enfermedad incurable, quizá podría haber sido cáncer, y no había cura para él. Y el profeta Isaías le dijo: “Así dice el Señor: – Pon tu casa en orden, porque vas a morir; no te recuperarás.
Ezequías volvió el rostro hacia la pared y le rogó al Señor: “Recuerda, Señor, que yo me he conducido delante de ti con lealtad y con un corazón íntegro, y que he hecho lo que te agrada. Permíteme vivir, Señor”. Entonces, el Señor escuchó la oración de Ezequías y antes que Isaías llegar a la mitad de la ciudad, el Señor le dijo: “Regresa y dile a Ezequías, el príncipe de mi gente: El Señor dice así: – He escuchado tu oración. Te recuperarás y en tres días irás a la casa del Señor. Voy a darte quince años más de vida. Y a ti y a esta ciudad los libraré de caer en manos del rey de Asiria.
Entonces Isaías el profeta, fue a Ezequías y le dio la palabra del Señor, también le dijo que se pusiera un yeso de higos en su tumor y que así se curaría. Cuando Ezequías escuchó las palabras de Isaías, le dijo: “¿Qué señal recibiré para confirmar que me curaré y que iré nuevamente a la casa del Señor?” Isaías le respondió: “El Señor te dará una señal, y tú la escogerás. ¿Quieres que la sombra del sol retroceda diez grados o que se adelante diez grados?”
Había un reloj de sol cerca del palacio en el cual se podía ver la hora, ya que no tenían relojes mecánicos en esa era de la historia. Y Ezequías dijo: “Es más fácil que la sombra se adelante diez grados. Quiero que se atrase diez grados”. El profeta oró al Señor, y el Señor lo escuchó. Entonces el Señor hizo que la luz de sol se retrocediera diez grados. Y en tres días, Ezequías se sentía tan bien que fue a adorar en la casa del Señor. Ezequías vivió con honor por quince años más; y cuando murió, toda la tierra guardó luto por la muerte del mejor rey de todos.