Historias de la Biblia hebrea
LOS ÚLTIMOS CUATRO REYES DE JUDÁ Y EL PROFETA LLOROSO

Historia 97 – 2 Reyes 23:31-25:22; 2 Crónicas 36:1-21; Jeremías 22:10-12; 24:1-10; 29:1-29; 36:1-43:13
Cuando el buen rey Josías cayó en batalla, el pueblo tomó a Joacaz hijo de Josías, y lo proclamó rey. En ese tiempo, todo el reino de Judá estaba confuso. El gran imperio de Asiria controlaba esa parte del mundo, pero el imperio estaba cayendo. Nínive, la ciudad principal, estaba destrozada, y Egipto, Babilonia y otras naciones estaban peleando por el control que Asiria había dejado.

Por un tiempo, Faraonecao, rey de Egipto, el cual mató al rey Josías, gobernaba las regiones desde Egipto al río Éufrates. El rey de Egipto no le confió el reino a Joacaz, así que le quitó la corona  y se lo llevó a Egipto en cautiverio. Y como resultado, Joacaz, el décimo séptimo rey, sólo reinó por tres meses. En ese entonces, Jeremías era profeta en el reinado de Josías, y le dijo al joven rey que fue llevado en cautiverio: “No lloren por el que está muerto, el rey Josías, ni hagan lamentaciones por él. Lloren más bien por el que se va en cautiverio, el rey Joacaz, el que nunca volverá ni verá más la tierra en que nació. Nunca más volverá, sino que morirá en el lugar donde ha sido desterrado. No volverá a ver más este país”.

Faraonecao puso como rey de Judá al hermano de Joacaz, Joacim; Joacim era otro de los hijos de Josías. Pero él no era como su padre, hizo lo que ofende al Señor, e impuso la adoración de ídolos nuevamente, la cual Josías ya había destruido. Jeremías, el profeta, le dio el mensaje del Señor al rey y le advirtió que el camino perverso que estaba siguiendo y dirigiendo a su gente, lo llevaría a la ruina de él y de su pueblo. Esto enfureció al rey Joacim, y trató de matar al profeta. Pero, para salvar su vida, Jeremías se escondió con sus amigos. Jeremías no podía salir con la gente ni ir al templo para hablar la palabra del Señor. Por eso, escribió el mensaje de Dios en rollos, y se los dio al su amigo Baruc y él lo leía a la gente. Cuando Baruc lo estaba leyendo, algunos oficiales del rey, llegaron y le quitaron los rollos para llevárselos al rey.

El rey Joacim estaba en su palacio con sus príncipes  a su alrededor y como hacía frío, tenía un fuego prendido ante él. El oficial comenzó a leer el rollo ante el rey y los príncipes, pero cuando ya había escuchado unas páginas, el rey tomó su cuchillo y empezó a cortar  las hojas y a echarlas al fuego. Al hacer esto, hasta los príncipes se sorprendieron porque sabían que era la palabra de Dios para el rey y para el pueblo, así que le rogaron al rey que no quemara las hojas del rollo, pero no les hizo caso. Siguió quemándolas, hasta que terminó con todas. El rey quería matar al profeta Jeremías y a su amigo Baruc, el que había dado el mensaje. Pero se escondieron y el rey no pudo encontrarlos, pues el Señor los estaba protegiendo.

Joacim reinó por pocos años sirviéndole al rey de Egipto, pero poco después los egipcios perdieron todas las tierras que tenían de más. Los babilonios bajo el mando de Nabucodonosor, se apoderaron del imperio que Asiria había gobernado. Nabucodonosor era el hijo del rey de Babilonia y era el general del ejército. Nabucodonosor marchó contra el rey de Judá y de Jerusalén, pero Joacim no se atrevió a pelear contra él, así que le prometió servirle; con esa condición, Nabucodonosor le permitió que siguiera reinando. Sin embargo, tan pronto como Babilonia se había retirado, Joacim rompió su promesa y marchó contra Babilonia para tratar de librarse de ellos. Y Joacim sin tener éxito, perdió su reino y su vida misma. Su cadáver fue tirado a las afueras de la puerta de la ciudad, como si fuera  una bestia. Por once años Joacim reinó con maldad, y murió con vergüenza.

Joaquín, su hijo menor, lo sucedió en el trono. Sólo reinó por tres meses, porque Nabucodonosor, rey de Babilonia conquistó todas las tierras. Nabucodonosor marchó con su ejército  y tomó la ciudad de Jerusalén, y se llevó cautivo al rey joven a Babilonia; tal y como Faraonecao se había llevado a Joacim cautivo a Egipto once años antes. Se llevaron cautivos a muchos de los funcionarios, nobles y a la mejor gente, junto con el rey Joaquín. La mayoría de esta gente adoraba al Señor, y se llevaron el amor por el Señor a la tierra de Babilonia y allí lo sirvieron, ya que con todos estos contratiempos se acercaban más a Dios.

Después que se llevaron a los cautivos, el Señor le enseñó una visión a Jeremías en el templo, una visión de lo que habría de pasar. Jeremías vio dos canastas de higos. Una de ellas tenía higos muy buenos, como los que maduran primero; la otra tenía higos muy malos, tan malos que no se podían comer. Entonces el Señor le preguntó a Jeremías: “¿Qué ves, Jeremías?” Y Jeremías dijo: “Veo higos. Unos están muy buenos, pero otros están tan malos que no se pueden comer”. Luego el Señor le dijo a Jeremías: “A los deportados de Judá, que han sido llevados a Babilonia, los consideraré como a estos higos buenos. Los mimaré favorablemente, y los haré volver a este país. Les daré un corazón que me conozca, porque yo soy el Señor. Ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios, porque volverán a mí de todo corazón. Pero los higos malos son como los que se quedan en esta tierra, incluyendo el rey que gobernará sobre ellos y los príncipes. Enviaré contra ellos espada, hambre y pestilencia, hasta que sean exterminados de la tierra”.

De esta manera Dios le hizo entender a Jeremías que los cautivos en Babilonia eran la esperanza de la nación. Y después, Jeremías envió una carta a los cautivos diciendo: “Así dice el Señor a los cautivos en Babilonia: – Construyan casas y habítenlas; planten huertos y coman de su fruto. Cásense, y tengan hijos e hijas; y casen a sus hijos e hijas, para que a su vez ellos les den nietos. Pidan al Señor por la ciudad, porque el bienestar de ustedes depende del bienestar de la ciudad, pues se quedarán allí por setenta años; y después de setenta años haré honor a mi promesa y los haré volver a este lugar. Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza. Ustedes me invocarán, y yo los escucharé. Me buscarán y me encontrarán, cuando me busquen de todo corazón”.  

Y después que se llevaran a Joaquín y los cautivos, Nabucodonosor puso a Sedequías como rey en Judá. Sedequías era el tío de Joaquín y era otro de los hijos de Josías. Él fue el vigésimo y el último rey del reino de Judá. Empezó prometiendo ser verdadero y fiel a su señor Nabucodonosor, rey de Babilonia, el cual le había dado el reino. Pero muy pronto los nobles que lo rodeaban en su trono, le aconsejaron que rompiera su promesa y que no hiciera caso al mandato de Babilonia. A la vez, dejó de adorar al Señor, como lo hizo su gente, y empezó a orarle a ídolos de madera y piedra, los cuales no podían hacer nada para ayudarlo.

El profeta Jeremías le dijo al rey Sedequías que estaba haciendo mal en romper sus promesas y en alejarse del Señor y adorar a ídolos. Jeremías le dijo: “Es mejor que te sometas al rey de Babilonia a que pelees contra él, porque Dios no te bendecirá y tu gente ha quebrantado su palabra. El rey de Babilonia destruirá esta ciudad. Te enfrentarás a él y te llevará cautivo a su propia tierra, y esta ciudad será destruida”. Esto hizo que los nobles y los príncipes se enfurecieran contra Jeremías, y dijeron: “Este hombre es enemigo de su tierra y amigo del rey de Babilonia. Es un traidor y debe morir”. Y Sedequías les dijo a sus nobles: “Jeremías está en sus manos, hagan con él lo que más les perezca. Ni yo que soy el rey, puedo oponerme a ustedes”.

Se llevaron a Jeremías y, bajándolo con cuerdas, lo echaron en una cisterna llena de lodo. Jeremías se hundió en él y ahí lo dejaron a que se muriera. Pero en la corte había un funcionario de la casa real, un hombre bueno llamado Ebedmélec; él encontró a Jeremías en la cisterna. Bajó una soga, lo sacó de allí, y lo llevó a un lugar seco, aunque todavía en prisión. Para este entonces, Nabucodonosor, el rey de Babilonia, y su ejército marcharon contra Jerusalén y la sitiaron.  Nadie podía entrar ni salir, no había comida y la gente se moría de hambre. Los soldados de Nabucodonosor construyeron murallas, tiraron las puertas e hicieron aberturas en las murallas de la ciudad.

Cuando el rey Sedequías vio que la ciudad se caía ante sus enemigos, se escapó. Pero los babilonios lo siguieron y lo tomaron preso con todas sus esposas y sus hijos. Los trajeron ante el rey Nabucodonosor; y pasó tal y como dijo el profeta, que Sedequías vería al rey de Babilonia. Pero vio algo más terrible, vio ante sus ojos cómo degollaron a sus propios hijos. Luego le sacaron los ojos a Sedequías y lo llevaron cautivo a Babilonia. También los soldados babilonios mataron a todos los líderes que habían aconsejado a Sedequías a rebelarse contra Nabucodonosor. El resto de la gente, con excepción de los pobres en la tierra, fue llevada a la tierra de Babilonia.

El profeta Jeremías estaba en buenos términos con el rey de Babilonia, por el consejo que Jeremías le había dado a Sedequías y a su gente. El comandante que Nabucodonosor había puesto a cargo de la ciudad, abrió la puerta de la prisión para sacar a Jeremías. Lo dejó escoger si quería ir a Babilonia con los cautivos o quedarse con la gente pobre de la tierra; y Jeremías escogió quedarse. Sin embargo, tiempo después, los enemigos del rey de Babilonia se lo llevaron a Egipto, y ahí fue donde murió.

La vida de Jeremías había sido muy triste, porque sólo vio maldad en su tierra; y los mensajes del Señor eran de ira y dolor. Por todo su dolor que pasó, se le conoce como “el profeta lloroso”. Después que se llevaron las cosas de valor del templo, Nabucodonosor quemó los edificios. Destruyó las murallas de Jerusalén y la quemó completamente. Así que, todo lo que quedó de la ciudad de David y del templo de Salomón, fue un montón de ceniza y piedras negras. Y el reino de Judá terminó casi cuatrocientos años después que Roboán se convirtió en el primer rey.