Jesucristo – su vida y enseñanzas
EL AGUA EN LAS TINAJAS DE LA BODA
Historia 7 – Juan 2:1-3:21
Días después que Jesús escogió sus seguidores o discípulos en el río Jordán, fueron a una boda en un pueblo llamado Caná en Galilea. Según la costumbre de esas tierras, cuando festejaban una boda, normalmente los invitados de la pareja se quedaban varios días comiendo y bebiendo para celebrar juntos. La madre de Jesús se encontraba allí porque era amiga de la familia. Su casa en Nazaret estaba muy cerca de Caná.
Antes que la fiesta se terminara, se acabó el vino y no había más para ofrecerle a los invitados. La mamá de Jesús sabía que su hijo tenía poderes para hacer lo que él escogiera, y le dijo a Jesús: “Ya no tienen vino”. Jesús respondió: “Mujer, ¿eso qué tiene que ver conmigo? Todavía no ha llegado mi hora”. Pero su madre sabía que Jesús trataría de ayudar a los que estaban en necesidad, y les dijo a los sirvientes que atendían las mesas: “Hagan lo que él les ordene”.
Había allí en el pasillo seis tinajas de piedra, de las que usan los judíos para lavarse las manos antes de comer y para lavarse los pies cuando entraban de la calle, ya que en vez de usar zapatos, usaban sandalias. En cada una cabían unos cien litros; y Jesús dijo a los sirvientes: “Llenen de agua las tinajas”. Y los sirvientes lo obedecieron y las llenaron hasta el borde. Luego les dijo: “Ahora saquen un poco y llévenlo al encargado del banquete”. Así lo hicieron, sirvieron agua de las tinajas y, ¡vieron que se había convertido en vino! El encargado del banquete probó el agua convertida en vino sin saber de dónde había salido, y le dijo al novio: “Todos sirven primero el mejor vino, y cuando los invitados ya han bebido mucho, entonces sirven el más barato; pero tú has guardado el mejor vino hasta ahora”. Ésta fue la primer vez que Jesús usó el poder que Dios le dio para hacer lo que el hombre común no podía hacer. A estas obras se les llama, “milagros”, y Jesús los realizó como señal de su poder como Hijo de Dios. Cuando sus discípulos vieron este milagro, creyeron en él aún más que antes.
Después de esto, Jesús fue con su madre y sus hermanos menores a un lugar llamado Capernaúm, en la costa del mar de Galilea. Ahí se quedaron unos días antes que Jesús fuera a Jerusalén para celebrar la Pascua. Si recuerdas, la fiesta de la Pascua se llevaba a cabo cada año para conmemorar cómo Dios los había sacado de Egipto años atrás. Jesús llegó a Jerusalén, y en el templo halló a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los que cambiaban dinero instalados en sus mesas para los judíos que venían de otras tierras. El templo parecía un mercado y no el lugar de adoración a Dios. Entonces, haciendo un látigo de cuerdas, echó a todos del templo juntamente con sus ovejas y sus bueyes. Él era tan sólo uno, pero en su mirada tenía poder que todos se echaron a correr. Luego regó por el suelo las monedas de los que cambiaban dinero y derribó sus mesas. A los que vendían las palomas les dijo: “¡Saquen esto de aquí! ¿Cómo se atreven a convertir la casa de mi Padre en un mercado?”
A los líderes de los judíos no les pareció lo que Jesús hizo. Muchos de ellos eran ricos gracias a la venta de las ofrendas para el templo, y del cambio de dinero. Algunos de los líderes fueron a Jesús y le dijeron: “¿Con qué autoridad vienes a hacer todo esto? ¿Qué señal puedes mostrarnos para justificar que Dios te ha dado poder para actuar de esta manera?” Jesús les respondió: “Les daré una señal. Destruyan esta casa de Dios, y la levantaré de nuevo en tres días”. Y le replicaron: “Tardaron cuarenta y seis años en construir este templo, ¿y tú vas a levantarlo en tres días?” Pero, Jesús no se refería al templo en el monte Moria; al que se refería era su propio cuerpo, porque en él Dios habitaba como en un templo. Y cuando lo crucificaran, se levantaría de entre los muertos en tres días. Tiempo después, sus discípulos recordarían estas palabras cuando Jesús hubiera muerto y resucitado.
Mientras que Jesús estaba en Jerusalén, uno de los dirigentes de los judíos llamado Nicodemo fue a ver a Jesús. Fue de noche a visitar a Jesús; quizá no quería que nadie lo viera a la luz del día. Le dijo a Jesús: “Maestro, sabemos que eres un maestro que ha venido de parte de Dios, porque nadie podría hacer las señales que tú haces si Dios no estuviera con él. Jesús le respondió: “De veras te aseguro que quien no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios”. Nicodemo no sabía que para tener salvación, se necesitaba tener un nuevo corazón dado por el Señor. Así que le preguntó: “¿Cómo puede uno nacer de nuevo siendo ya viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre y volver a nacer?” Jesús le contestó: “Yo te aseguro que quien no nazca de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”. Con esto, Jesús quiso decir que para ser hijos de Dios, debemos ser bautizados y así Dios nos da su Espíritu.
Jesús también le dijo: “Como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así también tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su único Hijo, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar, (para juzgar), al mundo, sino para salvarlo por medio de él”.
Ya hemos leído cómo Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, y que la serpiente se refería a Cristo.