Jesucristo – su vida y enseñanzas
LA NIÑA RESUCITADA
Historia 17 – Mateo 9:18-38; 10:1-42; Marcos 5:22-43; Lucas 8:41-56; 9:1-5
Cuando Jesús y sus discípulos llegaron a Capernaúm después de haber cruzado el lago, se encontraron con una multitud que lo esperaba. Un líder de una sinagoga salió de la multitud y se le acercó a Jesús y se le arrodilló delante de él, su nombre era Jairo, y le dijo: “Mi hijita se está muriendo. Por favor, ven y pon tus manos sobre ella para que se sane y viva”.
Entonces Jesús fue con Jairo, mientras que la multitud los seguía. En el gentío había una mujer quien tenía muchos años con una enfermedad de hemorragia continua; había consultado a muchos doctores sin tener éxito; esto la había dejado en la pobreza. La mujer había oído de Jesús y trató de acercarse a él, pero le era imposible con toda la multitud. Y se le acercó por detrás de Jesús porque pensó: “Si tan solo toco su túnica, quedaré sana”. Y cuando ya estaba cerca, le tocó el fleco de su túnica, ¡y la mujer quedó sana en ese instante!
Jesús se dio cuenta de inmediato de que había salido poder sanador de él así que se dio vuelta y preguntó a la multitud: “¿Quién me tocó?” Pero Pedro le dijo: “Maestro, la multitud entera se apretuja contra ti y preguntas: - ¿quién me tocó? Pero Jesús dijo: “Alguien me tocó a propósito, porque yo sentí que salió poder sanador de mi”. Sin embargo, él siguió mirando a su alrededor para ver quién lo había hecho. Entonces la mujer asustada y temblando, al darse cuenta de lo que le había pasado, se le acercó y se arrodilló delante de él y le confesó lo que había hecho. Y él le dijo: “Hija, tu fe te ha sanado. Ve en paz. Se acabó tu sufrimiento”.
Y de ahí en adelante, la mujer quedó libre de su enfermedad. Todo el tiempo que Jesús estaba ayudando, Jairo, el padre de la niña enferma estaba esperando en agonía con temor que su hija muriera antes que Jesús llegara a ella. En eso llegó un mensajero de la casa de Jairo, y le dijo: “Tu hija está muerta. Ya no tiene sentido molestar al Maestro”. Cuando Jesús oyó lo que había sucedido, le dijo a Jairo: “No tengas miedo. Solo ten fe, y ella será sanada”.
Cuando llegaron a la casa de Jairo, estaba llena de personas que lloraban y se lamentaban, pero Jesús dijo: “¡Dejen de llorar! No está muerta, solo duerme”. Jesús les quiso dar a entender que cuando nuestros amigos mueren no debemos ser mortificados, ya que la muerte es tan solo un sueño momentáneo, y Dios los despierta después. Pero ellos no entendían eso, ellos sabían que la niña estaba muerta. Jesús no permitió que nadie entrara al cuarto de la niña, sólo Pedro, Juan, Santiago, y los padres de la niña. Entraron y cerraron la puerta; la niña de doce años estaba ahí acostada sin vida. Entonces Jesús la tomó de la mano y dijo en voz fuerte: “¡Niña, levántate!”. En ese momento le volvió la vida, ¡y se puso de pie enseguida! Entonces Jesús les dijo que le dieran de comer. Pero Jesús insistió en que no le dijeran a nadie que la niña había resucitado.
Y una vez más, Jesús fue a las aldeas de Galilea enseñando en las sinagogas y curando a los enfermos que le traían. Sentía compasión por la gente porque nadie les enseñaba el evangelio, y eran como ovejas perdidas sin pastor. Así que les dijo a sus discípulos: “La cosecha es grande, pero los obreros son pocos. Así que oren al Señor que está a cargo de la cosecha; pídanle que envíe más obreros a sus campos”. Después de esto, Jesús envió a sus doce discípulos a diferentes lugares para que predicaran en su nombre a toda la gente.
Los mandó de dos en dos para que se ayudaran entre sí mismos. Les dio poder y autoridad para expulsar a todos los demonios y sanar enfermedades. Les dijo: “Vayan al pueblo de Israel, las ovejas perdidas de Dios. Vayan y anúncienles que el reino del cielo está cerca. Sanen a los enfermos, resuciten a los muertos, curen a los leprosos y expulsen a los demonios. ¡Den tan gratuitamente como han recibido! No lleven nada de dinero. Cada vez que entren en una ciudad o una aldea, busquen a una persona digna y quédense en su casa hasta que salgan de ese lugar.
Si cualquier casa o ciudad se niega a darles la bienvenida o a escuchar su mensaje, sacúdanse el polvo de los pies al salir que Dios juzgará esa casa o ciudad. El que los recibe a ustedes me recibe a mí, y el que me recibe a mí recibe a mi Padre, quien me envió. Y si les dan siquiera un vaso de agua fresca a uno de mis seguidores más insignificantes, les aseguro que recibirán una recompensa”. Así que los doce discípulos fueron de dos en dos, tal como Jesús les mandó, y predicaron en todas las ciudades de Galilea para que dejaran el pecado y se volvieran a Dios.