Jesucristo – su vida y enseñanzas
LA GLORIA DE JESÚS EN LA MONTAÑA

Historia 21 – Mateo 16:13-17:23; Marcos 8:27-9:32; Lucas 9:18-45
De Betsaida en el mar de Galilea, Jesús llevó sus discípulos más al norte de Cesarea de Filipo, al pie del monte Hermón. Se le llamó así porque el rey era Herodes Filipo, hermano de Herodes Antipas, rey de Galilea. Había también otra Cesarea en la costa del Mediterráneo al sur del monte Carmel. En Cesarea de Filipo, Jesús les preguntó a sus discípulos lo siguiente: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?” “El Hijo del Hombre”, era un nombre que Jesús usaba para referirse a él mismo.

Y ellos le respondieron: “Bueno, algunos dicen Juan el Bautista, otros dicen Elías, y otros dicen Jeremías o algún otro profeta que volvió de la muerte”. Jesús le preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?” Simón Pedro contestó: “Tú eres el Mesías, el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Y Jesús le dijo a Pedro: “Bendito eres, Simón porque mi Padre que está en el cielo te lo ha revelado. No lo aprendiste de ningún ser humano. Ahora te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia, y el poder de la muerte no la conquistará”. Pues la iglesia de Cristo está hecha de los que creen en lo que Pedro dijo, que Jesús es el Cristo, el Salvador del mundo; y de los que obedecen a Jesús como su Señor y Rey.

Luego, Jesús les dijo a sus discípulos las cosas que tenían que suceder en los meses venideros. Les dijo: “Iremos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será rechazado. Tendrá que sufrir muchas cosas terribles de los principales sacerdotes y dirigentes religiosos. Lo matarán, pero al tercer día resucitará”. Pero sus discípulos se negaban a creer que tales cosas tan malas le pudieran esperar a Jesús. Creían que Jesús reinaría como todo un rey, y que a ellos les esperaría lugares muy importantes en su reino. Pedro lo llevó aparte y empezó a reprenderlo por decir semejantes cosas: “Maestro, ¡Dios nos libre! Eso jamás te sucederá a ti. Tú no morirás, serás un rey”. Pero Jesús vio que afondo de las palabras de Pedro, había maldad tratando de tentarlo, y le dijo: “¡Aléjate de mí, Satanás! Representas una trampa peligrosa para mí. Ves las cosas solamente desde el punto de vista humano, no desde el punto de vista de Dios”. Jesús sabía que la esperanza que la gente tenía era hacerlo en rey para que gobernara la tierra, sin embargo, la voluntad de Dios era que muriera en la cruz para salvar al mundo de todos sus pecados.

Entonces Jesús llamó a la multitud para que se reuniera a los discípulos, y dijo: “Si alguno de ustedes quiere ser mi seguidor, tiene que abandonar su manera egoísta de vivir, tomar su cruz y seguirme. Si tratas de aferrarte a la vida, la perderás; pero si entregas tu vida por mi causa y por causa de la Buena Noticia, la salvarás. ¿Y qué beneficio obtienes si ganas el mundo entero pero pierdes tu propia alma? Porque el Hijo del hombre vendrá en su gloria de su Padre con sus santos ángeles. Y él les dará de acuerdo a sus actos. Y si alguien se avergüenza  de mí y de mi mensaje, el Hijo del Hombre se avergonzará de esa persona cuando regrese en su gloria”.

Cerca de ocho días después de haber dicho esto, una noche Jesús llevó a Pedro, Santiago y Juan al monte Hermón para orar. Los discípulos se acostaron para dormir en la parte alta de la montaña en lo que Jesús le oraba al Padre. De repente un gran cambio le vino a él, su apariencia de su rostro se transformó y su ropa se volvió blanca resplandeciente. Los tres discípulos despertaron y vieron al Señor en toda su gloria brillante. También vieron a dos hombres, Moisés y Elías, habían venido para hablar con Jesús. Hablaban sobre la partida de Jesús de este mundo, lo cual estaba a punto de cumplirse en Jerusalén. En lo que los hombres pasaban frente a Pedro, él exclamó: “Maestro, ¡es maravilloso que estemos aquí! Hagamos tres enramadas como recordatorios: una para ti, una para Moisés y la otra para Elías”. Luego una nube los cubrió y, desde la nube, una voz dijo: “Este es mi Hijo muy amado, quien me da gozo. Escúchenlo a él”.

Cuando los discípulos oyeron la voz estaban tan aterrados, y se postraron rostro en tierra. Entonces Jesús se les acercó y los tocó. “Levántense, no tengan miedo.” Cuando levantaron la vista, los dos hombres habían desaparecido, y vieron sólo a Jesús. Mientras descendían de la montaña, Jesús les ordenó: “No le cuenten a nadie lo que han visto hasta que el Hijo de Hombre se haya levantado de los muertos”. Así que guardaron el secreto de lo que vieron en la montaña, pero a menudo se preguntaban qué quería decir con “levantarse de los muertos”; porque no creían que Jesús iba a morir. Cuando regresaron de la montaña a donde estaban los otros nueve discípulos, la gente vio a Jesús con asombro, ya que tenía aún un poco de su gloria en su rostro y se arrodillaron ante él.

Un hombre se le acercó a él y le dijo: “Maestro, traje a mi hijo para que lo sanaras. Ten misericordia de él; está poseído por un espíritu maligno que no le permite hablar, a menudo cae al fuego o al agua. Y siempre que este espíritu se apodera de él, lo tira violentamente al suelo y echa espuma por la boca, rechina los dientes y se pone rígido. Así que lo llevé a tus discípulos, pero no pudieron sanarlo”.

Y Jesús dijo: “¡Gente sin fe! ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes? Tráiganme al muchacho”. Mientras que llevaban el muchacho, el espíritu maligno vio a Jesús, y le causó una violenta convulsión, quien cayó al piso retorciéndose. Jesús le preguntó al padre del muchacho: “¿Hace cuánto tiempo que le pasa esto?” Él le contestó: “Desde que era muy pequeño. Ten misericordia de nosotros y ayúdanos si puedes”. Jesús preguntó: “¿Cómo que “si puedo”? Todo es posible si uno cree en mí”. Al instante el padre clamó: “¡Sí, creo, pero ayúdame a superar mi incredulidad!” Luego Jesús le habló al espíritu maligno: “¡Te ordeno que salgas de este muchacho y nunca más entres en él!” Entonces el espíritu gritó y le salió de él. El muchacho quedó como muerto. Un murmullo recorrió la multitud: “Está muerto”. Pero Jesús lo tomó de la mano, lo levantó, y el muchacho se puso de pie liberado del espíritu y lo devolvió a su padre. El asombro se apoderó de la gente al ver esa majestuosa demostración del poder de Dios.

Cuando Jesús estaba en la casa con sus discípulos, ellos le preguntaron: “¿Por qué nosotros no pudimos expulsar ese espíritu maligno?” Jesús les contestó: “Porque esa clase de espíritus malignos solo puede ser expulsada con oración y ayuno.” Mientras todos se maravillaban de las cosas que Jesús hacía, le dijo a sus discípulos: “Escúchenme y recuerden lo que digo; pongan esto en sus corazones. El Hijo del Hombre será traicionado y entregado en manos de sus enemigos. Lo matarán, pero en tres días después se levantará de los muertos”. Ellos no entendieron lo que quería decir, sin embargo, tenían miedo de preguntarle.