Jesucristo – su vida y enseñanzas
EL POBRE HOMBRE RICO Y EL RICO HOMBRE POBRE
Historia 28 – Lucas 16:1-18:34; Mateo 19:13-30; 20:17-19; Marcos 10:13-34
Otra de las historias que Jesús les dijo es la Parábola del rico y Lázaro. Jesús les dijo: “Había cierto hombre rico que se vestía con gran esplendor en púrpura y lino de la más alta calidad y vivía rodeado de lujos. Tirado a la puerta de su casa había un hombre pobre llamado Lázaro quien estaba cubierto de llagas. Mientras Lázaro estaba tendido, deseando comer las sobras de la mesa del hombre rico, los perros venían y le lamían las llagas abiertas. Con el tiempo, el hombre pobre murió y los ángeles lo llevaron a estar con Abraham. El hombre rico también murió y fue enterrado, y su alma fue al lugar de los muertos. Allí, en medio del tormento, vio a Abraham a lo lejos con Lázaro junto a él. El hombre gritó: “¡Padre Abraham, ten piedad! Envíame a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua. Estoy en angustia en estas llamas”.
Abraham le dijo: “Hijo, recuerda que tuviste todo lo que quisiste durante tu vida, y Lázaro no tuvo nada. Ahora él está aquí recibiendo consuelo y tú estás en angustia. Además, hay un gran abismo y ninguno de nosotros puede cruzar hasta allí, y ninguno de ustedes puede cruzar hasta aquí”. Entonces el hombre rico dijo: “Por favor, padre Abraham, al menos envíalo a la casa de mi padre. Tengo cinco hermanos y quiero advertirles que no terminen en este lugar de tormento”. Abraham le dijo: “Moisés y los profetas ya les advirtieron. Tus hermanos pueden leer lo que ellos escribieron”. El hombre rico respondió: “¡No, padre Abraham! Pero si se les envía a alguien de los muertos ellos se arrepentirán de sus pecados y volverán a Dios”. Pero Abraham le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no escucharán por más que alguno se levantara de los muertos”. Y esto era cierto, porque si el pueblo no creía en lo que Moisés y los profetas habían dicho acerca de Cristo; no iban a creer aún después que Jesús mismo resucitara de los muertos.
Otra historia llamada la Parábola del administrador astuto, dice así: - Había cierto hombre rico que tenía un administrador que manejaba sus negocios. Un día llegó la noticia de que el administrador estaba malgastando el dinero de su patrón. Entonces el patrón lo llamo y le dijo: “¿Qué es esto que oigo acerca de ti? Prepara un informe final porque voy a despedirte”. El administrador pensó: “¿Y ahora qué haré? Mi jefe me ha despedido. No tengo fuerzas para cavar zanjas y soy demasiado orgulloso para mendigar. Ah, ya sé cómo asegurarme de que tendré muchos amigos que me recibirán en sus casas cuando mi patrón me despida”.
Entonces invitó a todo el que le debía dinero a su patrón para conversar sobre la situación. Le preguntó al primero: “¿Cuánto debes a mi patrón?” El hombre contestó: “Le debo tres mil litros de aceite”. Entonces el administrador le dijo: “Toma la factura y cámbiala a mil quinientos litros”. Le preguntó al siguiente: “¿Cuánto le debes tú?”. “Le debo mil medidas de trigo”, respondió. “Toma la factura y cámbiala a ochenta medidas”, le dijo. El hombre rico tuvo que admirar a esta pícaro deshonesto por su astucia. Y Jesús dijo: “Trabajen duro por la vida eterna, así como otros trabajan duro por la vida mundana”. Jesús no aprobó las acciones del administrador astuto, sin embargo, quería que sus discípulos aprendieran lecciones buenas hasta de las acciones malas.
Jesús les contó otra historia para enseñarles que debían ser persistentes y nunca darse por vencidos cuando oraban. Es la Parábola de la viuda persistente: - Había un juez en cierta ciudad, que no tenía temor de Dios ni se preocupaba por la gente. Una viuda de esa ciudad acudía a él repetidas veces para decirle: “Hágame justicia en este conflicto con mi enemigo”. Durante un tiempo, el juez no le hizo caso; hasta que finalmente se dijo a sí mismo: “No temo a Dios ni me importa la gente, pero esta mujer me está volviendo loco. Me ocuparé de que reciba justicia, ¡porque me está agotando con sus constantes peticiones!” Entonces el Señor dijo: “Aprendan una lección de este juez injusto. Si hasta él dio un veredicto justo al final, ¿acaso no creen que Dios hará justicia a su pueblo escogido que clama a él día y noche? ¿Seguirá aplazando su respuesta? Les digo, ¡qué pronto les hará justicia y oirá sus oraciones!”
Luego Jesús contó la siguiente historia a algunos que tenían mucha confianza en su propia rectitud y despreciaban a los demás. Es la Parábola del fariseo y el cobrador de impuestos: - Dos hombres fueron al templo a orar. Uno era fariseo, y el otro era un despreciado cobrador de impuestos. El fariseo, de pie apartado de los demás, hizo la siguiente oración: “Te agradezco, Dios, que no soy un pecador como todos los demás. Pues no engaño, no peco y no cometo adulterio. ¡Para nada soy como ese cobrador de impuestos! Ayuno dos veces a la semana y te doy el diezmo de mis ingresos”. En cambio, el cobrador de impuestos se quedó a la distancia y ni siquiera se atrevía a levantar la mirada al cielo mientas oraba, sino que golpeó su pecho en señal de dolor mientras decía: “Oh, Dios, ten compasión de mí, porque soy un pecador”. Les digo que fue este pecador y no el fariseo quien regresó a su casa justificado delante de Dios. Pues los que se exaltan a sí mismos serán humillados, y los que se humillan serán exaltados”.
Y en eso las madres llevaron a sus hijitos a Jesús para que él los tocara y los bendijera; pero cuando los discípulos vieron esto, regañaron a los padres por molestarlo. Entonces Jesús llamó a los niños y dijo a los discípulos: “Dejen que los niños vengan a mí. ¡No los detengan! Pues el reino de Dios pertenece a los que son como estos niños. Les digo la verdad, el que no reciba el reino de Dios como un niño nunca entrará en él”. Y puso sus manos sobre ellos y los bendijo.
Cierta vez, un joven, líder religioso vino corriendo a Jesús y le hizo la siguiente pregunta: “Maestro bueno, ¿qué debería hacer para heredar la vida eterna?” Jesús le preguntó: “¿Por qué me llamas bueno? Solo Dios es verdaderamente bueno, pero para contestar a tu pregunta, tú conoces los mandamientos: - No cometas adulterio; no asesines; no robes; no des falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre.
El hombre respondió: “He obedecido todos esos mandamientos desde que era joven. ¿Qué otra cosa más?” Y Jesús viendo la honestidad del muchacho de hacer lo correcto, sintió profundo amor por él y le dijo: “Hay una cosa que todavía no has hecho para ser perfecto. Anda y vende todas tus posesiones y entrega el dinero a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Después ven y sígueme”. Al oír esto, el hombre puso cara larga y se fue triste porque tenía muchas posesiones. Jesús miró a su alrededor y dijo a sus discípulos: “¡Qué difícil es para los ricos entrar en el reino de Dios! De hecho, ¡es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de Dios!”.
Los discípulos quedaron asombrados de sus palabras, y dijeron: “Entonces, ¿quién podrá ser salvo?” Y Jesús les dijo: “Humanamente hablando, es imposible, pero no para Dios. ¡Con Dios, todo es posible!”. Entonces Pedro comenzó a hablar: “Nosotros hemos dejado todo para seguirte”. Jesús respondió: “Así es, y les aseguro que todo el que haya dejado casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o bienes por mi causa y por el reino de Dios, recibirá ahora a cambio mucho más y en el mundo que vendrá, vida eterna”.
Luego Jesús les dijo a sus doce discípulos de lo que habría de pasar en tan sólo pocas semanas. Dijo: “Escuchen, subimos a Jerusalén, donde el Hijo del Hombre será traicionado y entregado a los principales sacerdotes y a los maestros de la ley religiosa. Lo condenarán a muerte y lo entregarán a los romanos. Se burlaran de él, lo escupirán, lo azotaran con un látigo y lo mataran; pero después de tres días, resucitará”. Sin embargo, sus discípulos no podían entender estas cosas, y se rehusaban creer que su Maestro moriría.